domingo, 28 de febrero de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 11: AQUÍ ESTA MARIO OTRA VEZ.

La tarde se me había ido en un suspiro, nada como estar enfrascado en algo para que el carro de las horas pase ante ti sin darte apenas cuenta.
Por la mañana, había intentado contactar con Mario, pero el número que me había facilitado Rafa no coincidía con el de ningún usuario, según la voz pregrabada que me atendió justo al terminar de marcarlo.
Pero no me preocupó demasiado, sabía que podía ocurrir eso. Y Rafa también, por lo que me indicó un bar que Mario solía frecuentar mucho. No tenía más que dejarme caer por allí una tarde. Además conociendo al personaje, era mejor hablar con él en persona que por teléfono.
Así que decidí armarme de valor, y esta misma tarde salir en su busca. Había estado pensado en cómo iba a abordarle. Podría resultar un poco chocante verme llegar de nuevo. No sabía de qué manera se iba a tomar mi situación, pues aunque tuvimos mucha amistad, hacía muchos años que no nos veíamos, y a Mario, todo le solía traer al pairo.
La estación de metro donde debía bajarme me indicó a todas luces que la zona por la que se movía Mario no era de las mejores. Caras siniestras deambulaban por la escalera de salida, subiendo unos y bajando otros, como una danza de zombis.
Sentí verdadero alivio al salir de allí, y caminar fuera del metro, pues aunque la misma caterva habitaba por aquellas calles, me sentía más seguro en un sitio abierto.
Debía dirigirme al Bar Cachalote. Según Rafa era habitual verle allí, pues era aficionado a echar unas cervezas después del curro. No estaba muy lejos de la estación de metro, pero no obstante, decidí apretar el paso.
Aquella zona no la había pisado en mi vida. Una escasa luz que venía de las farolas que aún conservaban sus bombillas, mal iluminaban los numerosos grafitis y pintadas que recargaban con pésimo gusto la totalidad de paredes que apreciaban mi vista. Grupos de hombres se juntaban en portales de edificios tan grises como la noche que empezaba a caer, y estos me lanzaban miradas inquisitivas, tan desconfiadas como amenazantes. Aquí tiene que vivir el Torete y el vaquilla, pensé.
Por suerte el bar se encontraba ya muy cerca, y las luces de su letrero dieron alas a mis pies, y plomo a mi miedo. A través de los cristales de la puerta, pude ver la inconfundible figura de Mario. Apoyado en la barra, y con un tercio de cerveza en la mano, charlando amistosamente con dos amigos.
No había cambiado nada, delgado hasta rozar la escualidez, alto y desgarbado, con una nariz dominante en su cara, y rapado al centímetro.
Empujé la puerta, y su ruido al entrar hizo que volviera su vista hacia mí. En su cara,se dibujó instantaneamente una brillante sonrisa, y haciendo gala de aquella efusividad que yo recordaba en el, apartó a un lado a sus dos compañeros, y vino a darme un abrazo.
-¡Hola piltrafillaaaa!, Cuanto tiempo sin verte, ¿donde has estado metido?-. Exclamo sonriente, haciéndome pensar, que no había pasado el tiempo, que seguíamos siendo tan amigos como antes.
-Una cerveza ahora mismo Smith- Ordenó a un camarero barbudo, con unas rastas bastante caseras, y que poblaba más de la mitad de la barra. Y al que yo no hubiera pedido ni una valeriana.- ¿Qué te trae por aquí?-. Preguntó ansioso por saber de mí.
-No, No. Yo no quiero cerveza, apenas bebo Mario. Solo quiero charlar contigo. Rehusé a su invitación, y era cierto, pues solo bebía los fines de semana cuando salía, y como salía poco, podría decirse que no bebía.
-¡Nada de eso!, Exclamo Mario seriamente contrariado.-Trae la cerveza Smith, como no te la bebas te la echo encima. Ordenó, poniéndome el tercio directamente en mi mano, y haciendo de paso imposible el no bebérmela.
-Pues nada colega, he pasado por aquí, y te he reconocido. Mentí.-Tenía que saludarte.
En el tiempo que me duró la cerveza, le conté la parte de mi vida que se había perdido desde que se disolvió la pandilla hasta esa misma noche. Mostrándose muy contrariado con el episodio de Susana, del cual evidentemente omití todos los detalles, dejándolo en una simple separación.
Enseguida se ofreció para salir alguna noche si me apetecía, dándome el número de teléfono correcto, por lo visto, el que yo tenía en mi poder se lo habían retirado por no pagar un par de recibos. Muy típico de él.
Me despedí de él aduciendo un madrugón de campeonato por alguna tarea pendiente en el trabajo, y como alma que lleva el diablo, volví a la estación de metro, preocupado pero contento por haberme procurado un nuevo aliado, cosa de la que estaba bastante escaso.

domingo, 21 de febrero de 2010


OLEO DE MARI CARMEN RUIZ MARTIN.
CAPITULO 10: EL PLAN AMIGO CONTINUA.

Las compras no habían sido todo lo satisfactorias que yo hubiera deseado, pues poco me convencían ninguno de los trapos que por lo visto estaban de moda esta temporada.
Pero no iba a dar mi brazo a torcer, eso de pegarme un par de horas buscando y al final no comprar nada, no lo podía permitir. Sería como darle el logro todas aquellas mujeres chocantes a las que yo había criticado por el mismo motivo.
Así que opté por dos polos que no me acababan de convencer del todo, y un pantalón vaquero oscuro. Pagué sin demora, dispuesto a zanjar el asunto lo más pronto posible y salir de allí de una vez.
Ya puestos que estaba en la calle, decidí que era una buena oportunidad para no manchar la cocina, por lo que ir a un chino me pareció una excelente opción.
Susana era la que me había insuflado esa afición por los chinos. Yo tenía serias reticencias, aparte de cariño por los gatos, así que no me había planteado nunca pisar siquiera uno de esos típicos restaurantes, con sus típicos nombres, tan inconfundibles y evocadores del catastro chino.
Pero ella adoraba los rollitos de primavera, así que no tenía más remedio que acudir periódicamente a Pekín, o a Hong Kong, o al rollito feliz de turno y atiborrarme de comida con bastantes vegetales poco guisados, y carencia total de pan.
Una chinita muy sonriente, me había acomodado en una mesa para uno, y mientras esperaba el consabido menú, me puse a revisar la agenda de mi móvil, intentando encontrar el número de alguno de mis antiguos compañeros en aquellos años de juergas.
El primero que me mostró era el de Paquito, pero lo descarté de inmediato, pues se había ido a vivir a Alemania, y es que el trabajo manda. Era un buen tipo, lo imagino en un buen puesto de trabajo, pues era muy inteligente. Hacia mucho que no sabía de él.
Rafael Tocho apareció seguidamente. No tenía ni idea de que tenía su número de teléfono. Rafa era el que nos evitaba muchas de las tortas que se rifaban en aquellas noches locas, pues estaba muy fuerte, y aparte, era más bruto que un arado. Aunque una excelente persona.
Tendría que llamarlo, pues no tenía ningún otro número, y quizás el pudiera ponerme en contacto con los demás, pues ni tenía sus números ni sabía nada de ellos.
Tras estimar que no era una hora lo demasiado intempestiva para llamar a nadie, intenté ponerme en contacto con Rafa, al tiempo que la chinita me traía la ensalada.
Unos cuantos tonos me llevaron a oír de nuevo la voz de Rafa, bastantes años después, pues aunque lo invité a mi boda, no asistió por problemas familiares.
-¡Manuel!, ¡Vaya sorpresa!- Exclamó animoso al otro lado del auricular.
-Hola Rafa, ¿Cómo estás?- Lo saludé contento por oír de nuevo la voz de mi amigo.
-Muy bien, hombre. Que de tiempo sin saber de ti. ¿Cómo anda Susana?- Preguntó, poniéndome en un compromiso, pues aunque tenía bastante amistad con Rafa, la verdad es que no me apetecía nada hablar del tema.
Aunque lo pensé mejor, y creí oportuno ir con la verdad por delante, nuestra antigua amistad lo merecía.
-Estoy bien también, pero Susana y yo nos hemos divorciado. Dije secamente, tanto que luego me arrepentí.
-Vaya, lo siento mucho- Contestó Rafa un tanto cortado.-Si puedo hacer algo por ti, no tienes más que decírmelo.
Decidí entonces contarle mis pretensiones, pero aunque marchaba los fines de semana hacia Madrid, pues tenía novia allí, se mostró interesado en tomar una copa conmigo alguna vez.
-¿Qué sabes de toda la peña?- Pregunté interesado en sacar alguna conclusión satisfactoria al asunto.
-Se que todos los demás se han casado, y de buena tinta, pues salvo a la tuya, asistí a todas las demás. Todos menos Mario, ya sabes cómo es el, no ha cambiado nada, está tal y como cuando tenía diecisiete años.
No pude evitar esbozar una sonrisa, ¡como podía haberme olvidado de Mario! Me traían ya los tallarines, así que me despedí presurosamente de Rafa, agradeciéndole la información que me había dado.

sábado, 13 de febrero de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


Estacion de metro. Ernest Descals.

CAPITULO 9: OPERACIÓN: RESCATANDO VIEJAS AMISTADES.

Mitigué el balanceo del vagón del metro agarrando fuertemente la barra que colgaba sobre mi cabeza con la mano derecha.
El vagón iba extrañamente más vacio que de costumbre. Dos albañiles dormitaban juntos, sentados en sus asientos, pareciendo más una pareja de enamorados que dos compañeros de curro, con sus cabezas prácticamente juntas.
En otro asiento pero a mi izquierda, un representante leía con avidez el diario, usando su maleta a modo de mesa apoyándola en sus piernas. Su traje impecable y su diario arrugado, daban un contrapunto anodino a aquel vagón.
El fin de semana se acercaba rápido, corriendo a galope tendido, y la verdad, es que tenía muchas ganas de que llegara. Y sobre todo, después de haberme pasado el último prácticamente metido en la oficina, por culpa del dichoso proyecto.
Pero el proyecto, ya había sido expuesto y entregado, así que nada impedía que pudiera salir de nuevo. Esta vez, iba a tratar por todos los medios de que no ocurriera lo mismo que la última vez. De hecho, llevaba un par de días dándole vueltas al asunto, buscando la fórmula para volver a disfrutar de cualquier salida, justo como lo hacían los demás.
A la llegada de las distintas paradas del metro, los carteles mostraban chicos y chicas elegantes, vestidos a la moda, y ofreciendo una imagen de sofisticación y de bienestar, que invitaba al optimismo.
Siempre he desconfiado un poco del poder de la publicidad, pero quizás en estos momentos debía dejarme llevar por su mensaje, así que sin pensármelo dos veces, me bajé en la estación que me dejaba más cerca a un centro comercial. Era hora de comenzar a actuar.
Gracias a la Diosa rentabilidad, las grandes superficies tienen un horario de cierre que permite aun habiendo trabajado por la tarde, tres o cuatro horas para poder adquirir lo que quiera. Así que caminé tranquilamente por sus calles, observando la algarabía de gente, y parándome de vez en cuando frente a los escaparates, intentando buscar alguna ropa de mi gusto entre la legión de inexpresivos maniquíes, que los habitan.
Recuerdo las veces que iba de compras con Susana, prefería abrir una zanja a pico y pala que aguantar una tarde rebuscando sin descanso alguna prenda que se ciñera a unos estrictos cánones que ella misma se auto-imponía, y que parecía no haber sido diseñada. Lo pasaba muy mal, pero me duele reconocer que ahora me gustaría que me asesorara.
Finalmente, me decidí por una tienda de ropa casual, quizás un polo y unos vaqueros podían renovar un poco mi obsoleto armario. No obstante, tuve que meterme en el probador para ver la talla de mis pantalones. La verdad, es que nunca me preocupé de nada de eso, ahora me daba cuenta de que quizás era menos independiente de lo que creía.
Una cuarenta y cuatro rezaba en la etiqueta de mi pantalón, pero me había quedado tan delgado, que quizás una cuarenta y dos sería la mía. Así que me puse a buscar en uno de los estantes alguno de esa talla.
Absorto estaba entre vaqueros, cuando una voz me habló a mis espaldas. Una voz que quería reconocer, pero que no iba a hacerlo sin darme la vuelta.
-¡Hombre Manuel! Cuanto tiempo sin verte. Dijo la voz amistosamente, mostrando una sincera sorpresa.
Se trataba de Juan, uno de mis viejos amigos, que con un niño pequeño en brazos, y acompañado de una mujer, que supuse era su compañera o incluso esposa, me miraba sonriente.
Nos dimos un abrazo que aprisionó al niño entre nuestros pechos, y que asustó al pobrecillo. Me alegraba sinceramente de verlo. Juan formaba parte de la pandilla con la que comencé a salir a la calle los fines de semana.
Evocó en mí muy buenos recuerdos, y la antigua alegría juvenil que nos rodeaba siempre volvió con fuerza a brotar de nuestra conversación. Hablamos de los viejos tiempos, de nuestras anécdotas, de los respectivos trabajos, y de cómo nos había cambiado la vida a todos.
Pero la cara de hartazgo de su esposa forzó una despedida que ninguno de los dos queríamos. Nos citamos para tomar algo alguna vez, aunque en la cara de su señora se dibujó fugazmente un preludio de improbabilidad.
Aunque me dejó una buena idea, era hora de buscar que fue de toda la peña, quizás alguno estuviera por ahí disponible…

miércoles, 10 de febrero de 2010

GUENNADI ULIBIN.






Los cuadros de este pintor Ruso son evidentemente muy de mi gusto, no solo por que aparecen mujeres desnudas, además de eso, me parece increible que estas imagenes se hayan hecho con un pincel. Vaya manera de manejar la luz.

sábado, 6 de febrero de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 8: MISTERIOSA AMIGA

No quería reconocerlo, pero el paupérrimo resultado obtenido el fin de semana, me había apesadumbrado.
Cuantas veces no había deseado yo, ante el agobio que suelen producir a veces las relaciones largas, salir por mi cuenta , y sobre todo, después de oír las fantásticas historias de citas a ciegas y rollos de una noche que acaban en polvos memorables que algunos amigos fantasmones me habían contado alguna vez. Ahora que lo tenía en la mano, ¿Por qué salía tan mal?, ¿Qué había de esas borracheras tan grandes que desencadenaban situaciones tan delirantes, que hacían reír toda la noche? La que yo cogí, lo único que desencadenó, fue un dolor de cabeza de campeonato.
La mañana en el trabajo, tampoco había sido nada agradable, a los habituales inconvenientes inherentes del curro, se habían sumado una serie de catastróficos problemas, cuyo resultado era, que nos habíamos retrasado más de la cuenta con un proyecto que debíamos presentar el lunes, y a la tarde, no solo estaba muy liado, si no que todo ello acarreaba que posiblemente tendríamos que trabajar todo el fin de semana.
Justo lo que me hacía falta, no sabía si cortarme las venas o dejármelas largas. Si el fin de Semana pasado fue malo, este iba a ser peor.
Con tales tribulaciones, y machacando mi mente una barbaridad, llegué aquella tarde a mi casa, y aunque el sol iba por el pasillo, ya camino de la cama, me puse la ropa deportiva, y tranquilamente me dirigí al parque a correr un poco.
No sé por qué extraña razón, cada vez que comienzo a correr, creo que me voy a comer el mundo, y me veo preparado para correr la maratón de Nueva York si se tercia. Pero conforme transcurren los minutos y los metros recorridos, esa fuerza desaparece como por arte de magia, y algo en mi interior me insulta por infligir castigo a mi propio cuerpo-que ya hay que ser tonto-.
Esta vez, sin embargo, esa sensación estaba tardando en llegar, y trotaba con un ritmo muy alegre por aquel inmenso parque, quizás lo que más me gustaba de la ciudad, y probablemente donde mejor me sentía. Me encantaba el aire fresco que recorría por sus caminos, removiendo las hojas de los arboles, y haciendo que mis pulmones se llenaran de un aire puro, difícil de encontrar en una ciudad tan grande.
Aunque lo que más me gustaba, era observar la blancura con la que teñía la luna el lago interior, una luz brillante, que al fundirse con la negrura del agua, se tornaba de un plateado que me hipnotizaba, y su hermosura podía hacerme estar horas sentado junto a uno de los numerosos árboles que flanqueaban el gran estanque, recuperándome del esfuerzo, y tratando de traspasar aquella paz a mí interior.
Decidí subir el ritmo de mi carrera unos cuantos minutos antes de acabarla, a fin de coger una buena forma física. Así que llegué al lago con el corazón en la boca, y tras unos ejercicios de estiramiento, me senté en el césped, apoyando mi espalda en un árbol.
La noche ya había tomado la totalidad del parque, y la luz amarilla que salía de las farolas que al tres bolillo flanqueaban los caminos del parque, permitía apreciar las nubes de vaho que salían de las bocas de los pocos corredores que habían optado por entrenar esa tarde.
Las nubes no permitían ver la luz de la luna en el lago, pero no obstante, me pareció igual de bonito, ni los pocos patos que chapoteaban en el, arruinaban la atmosfera de paz que reinaba allí.
Tiré una piedra al agua, y me puse a observar su efecto en la negrura del agua. Un ruido de pasos me sacó de mis pensamientos. Una sombra caminaba hacía mi, con los brazos en jarra, y lanzando grandes bocanadas de vaho por su boca.
-Hola –Dijo jadeante, descubriendo una dulce, aunque entrecortada voz de mujer. - ¿Puedo hacer mis estiramientos aquí contigo? Pidió tratando de recuperar el resuello.
-Claro mujer. Respondí un tanto cortado por la petición de aquella extraña.
-Espero que no pienses que soy una fresca o una caradura, lo que ocurre es que me da un poco de miedo estar aquí de noche, y te he visto corriendo más de una vez por aquí, así que me inspiras confianza. Declaró entre risas, y provocando una ligera sonrisa brotara de mi boca.
La educación, me obligó a incorporarme, más avergonzado de lo que podía permitir que se apreciara, mientras aquella extraña hacía estiramientos a conciencia.
Una vez hubo terminado, se acercó hacía mí, y se presentó como Noelia, acompañando con dos besos su presentación, que fue tan rápida como breve, pues con la misma presteza que llegó, anunció que se le hacía tarde, e iniciando un ligero trotecillo se marchó hacia la salida del parque, dando por finalizado un encuentro un tanto extraño, pues aunque se había presentado incluso con dos besos, no había apenas visto su cara por la oscuridad.