domingo, 18 de julio de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 27: MERIENDA TERAPEUTICA.

Mientras caminábamos en busca de alguna cafetería que por su puesto dejaba a su total elección, me sentía como un niño con zapatos nuevos.
Estaba embargado totalmente por una sensación muy extraña. No podía dejar de fijar mis ojos en ella cada pocos pasos, como si no fuera yo el que estaba caminando junto a aquella muchacha menuda, de ojos oscuros y belleza cautivadora.
¡Iba a tomarme un café con una chica!, hacía mucho tiempo que eso no sucedía.
Pese a las apreturas que conlleva el lugar y dada la hora que era, se podía decir que conseguimos una mesa más que aceptable en el tercero de una fila de Pubs que servían además de copas un café exótico bastante bueno.
Tomamos asiento y requerimos los servicios de una camarera que pese a toda la gente que había, acudió con presteza. Sin ánimo de hacerme el interesante, pedí un café brasileño que me habían recomendado una vez. Prometo que lo que tenía era simple curiosidad.
Ella a su vez, pidió un café con leche de toda la vida y rehusó mi ofrecimiento de algunos de los pasteles que ofertaba la carta que nos trajo la chica.
Nada más darle el primer sorbo al café, me di cuenta que tenía que haber pedido otra cosa. Estaba demasiado fuerte para mi, de esos que hay que tomárselos sentado directamente en la taza del Wc, aparte de asegurarme un insomnio para esa misma noche.
No habíamos parado de charlar desde que nos vimos, todo un logro pues no solo quería considerar aquello como una primera cita, si no que mi timidez no había aparecido en ningún momento y eso me hacía feliz.
Tenía que considerar de tomas formas, que la naturalidad con la que ella actuaba, y la confianza que mostraba, pues eso ayudaba bastante.
-¿Dónde has estado metido?, hace un par de semanas que no coincidimos en el parque- Preguntó en cierto momento de nuestra conversación, entre observaciones y pensamientos, anteponiendo la sonrisa a sus palabras.
-Bueno, la verdad es que he estado estas dos semanas algo liado- Dije sin saber si debía responder a la confianza que me demostraba, o si seguir empleando mi reserva habitual.
- Lo cierto, es que he tenido algunos problemillas- Solté casi sin darme cuenta, arrastrado por la complicidad a la que me resistía aceptar, y a la que finalmente sucumbía.
-Espero que no sean de salud Manuel- Me dijo con tono preocupado. – Si puedo ayudarte en algo, cuenta conmigo-.
-Bueno, no es eso exactamente, pero lo cierto, es que desde hace un tiempo atravieso por una depresión de la que no acabo finalmente de salir- Respondí mientras agarraba la taza de café con las dos manos, clavando en ella una mirada que me costaba levantar.
-¡Vaya!, la verdad, es que siempre me has parecido bastante melancólico, pero no imagine que era por nada de eso- Dijo con gravedad, como entonando una disculpa.
De modo que comencé a relatarle los avatares de mi desventurado matrimonio, así como mis intentos por reconducir una vida que lamentaba en el alma que hubiera cambiado de un plumazo.
Su semblante cambió, me miró seria, grave, como si lo que le contaba hubiera congelado el tiempo, y como si de escuchar mi relato, dependiera su propia vida.
Me había esmerado tanto en la descripción de todas las fases por las que había pasado, que pensé con inquietud, que quizás me había pasado de explícito. Al fin y al cabo, no conocía de nada a Noelia, no sabía si era lícita tanta licencia al desahogo.
-Me ha impresionado mucho tu historia- Dijo al fin de mi narración. –Te agradezco que me la hayas confiado, creo que haces bien en contarlo y desahogarte, esto hará que te sientas mejor.
-La verdad, es que el desahogo es un lujo que no me he podido permitir mucho últimamente- Respondí después de dar un sorbo al resto del café que había en mi taza.
-Creo que te has encerrado demasiado en ti mismo, había muchas personas en las que podías haberte apoyado-Replicó buscándome unas alternativas que ya yo había contemplado.
-No es tan sencillo, me he llegado incluso a asustar de las sensaciones que han desfilado por mi cabeza, ese abatimiento general, esa inseguridad maniatante, una pena desgarradora hasta límites insospechados…, Incluso dolor físico, todo esto, no deja que puedas ver lo que mejor te conviene- Respondí con tranquilidad.
-¿Nadie te aconsejó que fueras a un psicólogo?- Prosiguió escrutando los movimientos de la camarera, con inequívocas ganas de pedir la cuenta. No la dejé pagar por supuesto.
-Mi jefe, pero no estaba yo precisamente ese día para aceptar consejos de el- Respondí con firmeza.-Pensé que lo que buscaba era darme la baja por motivos psicológicos.
-Pues mira lo bien que se ha portado contigo. Te puedes dar con un canto en los dientes, no todos los jefes hacen eso con un subordinado- Replicó risueña otra vez, con más razón que un santo, pues si le hubiera hecho caso, quizás me hubiera ahorrado esta última recaída.
-Sí, me ha valorado más como persona de lo que quizás merecí- Dije al tiempo que soltaba un billete al camarero que venía con una bandejita depositaria de la cuenta, y cerrando con la otra mano la cartera beige que Noelia trataba de abrir.
-¡Ja, ja, ja, ja!- Rió recordando el episodio del llanto en la oficina.-Yo creo que ese efecto no lo han tenido sus palabras ni con su mujer.
-Eso es seguro- Dije entre risas, pensando que como todo el mundo, D. Aurelio mandaba en todos lados menos en su casa.
-¿Te das cuenta lo poderoso que es el amor?- Preguntó poniéndose seria de nuevo.-Lo mismo nos eleva al cielo que nos hunde en la miseria.
No pude responder más que un lacónico si, ese pensamiento lo había tenido muchas veces, y tanto había renegado de él, que si hubiera podido poner mis manos encima de Cupido, lo hubiera estrangulado. A partir de ahora trataría de cuidarme del amor, por lo menos, intentar entregarlo a quien realmente supiera recibirlo.
Pensando estaba, cuando nos levantamos por fin. Después de dos besos, quedamos para otro día y me fui con otros ánimos, quizás tenía razón y el desahogo me había ayudado. Desde luego, esta chica era fantástica

domingo, 11 de julio de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 26: YA ESTA AQUÍ….

Mentiría si dijera que fue fácil despejarme de aquel tejido dañino que me rodeo y apretó con fuerza. Tampoco entusiasmarme con las pequeñas alegrías que me regalaba mi apática vida, o no sucumbir ante cualquier eventualidad.
Pero lo cierto es que intenté abrirme a la vida, bajarme del Hindemburg antes de que se estrellara llameante.
Irremediablemente, sucedió. Una buena mañana, al entrar en el pasillo de la oficina, me encontré todo lleno de pomposas guirnaldas de verdes y rojos brillantes, bolas de colores, y todo tipo de consabidos mensajes de felicidad navideña bajo texturas de nieve.
Nuestra empresa, siempre fue bastante sosa para todo tipo de fiestas y celebraciones, recuerdo jubilaciones e incluso muertes de algún empleado, y no se había pronunciado al respecto, ni había ofrecido ningún acto o comportamiento especial, sobre todo en el que se viera un poco de humanidad. Pero una semana antes de que llegara noche buena, daba el pistoletazo de salida y se convertía en una especie de centro comercial.
No es que mis pensamientos se dejaran llevar por mis circunstancias, y estas influyeran en mis palabras, pero no se podía ser más friki.
¡Incluso compraban árboles de navidad naturales! Increíble el despilfarro, cuando había veces que para pedir algún aparato de medición o alguna herramienta más cara de lo normal, había que mandar una instancia lo más suplicante posible, y demostrar fehacientemente, que era cuestión de vida o muerte. Ver para creer.
Este año me había propuesto no despreciar ningún acto social, incluida la cena de empresa, a la que había dejado de acudir pues las cosas ya no iban muy bien con Susana, y las esposas o parejas también estaban invitadas.
Lo que realmente me tenía preocupado era la cena con la familia. Sentía autentico terror con solo pensarlo; “¡Feliz Navidad!, Aquí está el derrotado”.
No sabía cómo encararlos, pero no tenía más remedio que acudir, al fin y al cabo eran mi familia.
Siempre mantuve con ellos un silencio absoluto incluso cuando las cosas fueron a peor con Susana. Nunca me gustó airear mis problemas, pero aparte, tenía la esperanza de que se arreglara el asunto y no me tuviera que comer lamentos y explicaciones dadas.
Solo mis padres supieron algo por mi boca, pero sus palabras fulminantes me hicieron descartarlos de la misma manera como paño de lágrimas. Me veían como a un apestado, culpable de todo lo sucedido.
Todos los padres sacan los ojos por sus hijos, todos salvo los míos. Y lo cierto es que eran un apoyo que no creí que me fallaría, pero sabiendo lo chapados a la antigua que eran, debí haberlo previsto.
En fin, que tenía que ir a la cena de año nuevo como mandaba nuestra tradición familiar, ya vería como me las arreglaba con mis hermanos, y con los “Torquemada”.
Como no me quedaba otra, esa misma tarde opté por comenzar con un trabajo que no por más tradicional, me resultaba más pesado; comprar los regalos de navidad.
Me sumergí en la algarabía de un centro comercial, y me puse a darle vueltas, repasando detalles, e intentando confeccionar una lista de lo que podía comprar con menos follón, y que gustara más.
Reconozco que Susana en estos menesteres, me prestaba una ayuda valiosísima. Poseía ese instinto especial del que siempre sabe que regalar, y con poco dinero, buscaba regalos que hacían la delicia del destinatario.
Con mis padres, lo tenía muy fácil para los regalos, a él todo le parecía innecesario e inútil, y a ella, tres cuartos de lo mismo, aunque después estuviera con el abrigo o guantes de turno, como Mateo con la guitarra.
Mis hermanos y yo, nunca nos regalábamos nada, pero mis cuñadas si tenían esa costumbre, y ese día se obsequiaban un detallito de poca importancia.
Este año, decidí que iba a romper la costumbre, y que les iba regalar a cada uno, una botella del mejor whisky que encontrara. No sabía si lo hacía por peloteo, o por lavar mi conciencia por no haberles contado nada, pero lo cierto es que lo iba a hacer.
No es que me alegrara, o si en parte, pero realmente era un alivio que estos tres “orangutanes” no tuvieran ninguno descendencia, entonces sí que tendría un problema para buscar regalos.
Decidido a comenzar a dilapidar mi recién llegada paga de navidad, entré en una tienda de bebidas, dispuesto a comenzar con lo más fácil, las botellas de Whisky.
En aquel local, había bebidas de todas clases, desde el rioja más caro, al champán más conocido, todos ellos presentados en estantes de madera, decorados con adornos, y flanqueados por botellas grandes de todas las bebidas expuestas.
No me compliqué mucho la vida, un añejo de doce años fue el elegido, así que le indiqué al dependiente que me envolviera las coquetas cajas de madera en que los servían en un papel de regalo muy bonito que tenían.
-¡Vaya, buena botellona vas a hacer!- Dijo sonriente Noelia, que como siempre aparecía de sopetón, y como siempre con una bonita sonrisa como complemento.
-Hola Noelia- La dije entre risas, realmente contento de verla.- ¿Cómo estás?
-Muy bien Manuel, un poco cansada de tanta compra- Respondió resoplando con gracia, utilizando una pose de cansancio bastante socarrona.
-Pues ven, te voy a invitar a un café, yo también estoy cansado- Le solté sin pensarlo dos veces.
¡Claro, hombre!, tenía que aprovechar la coyuntura, además, no sé por qué, me apetecía mucho charlar con ella.

domingo, 4 de julio de 2010


CAPITULO 25: DONDE LAS DAN LAS TOMAN.

Tan contento como confundido, marché hacia el metro en dirección al gimnasio. Contento por ver como de entre los grandes nubarrones grises, tan oscuros como el fondo del mar, comenzaban a abrirse paso, titubeantes pero radiantes rayos de sol. También confuso por la complejidad de la situación.
Había decidido que debía recuperar el tiempo perdido. Quizás debía hacer lo que más me apeteciera, sin importarme como. Sentirme bien, puede que ese camino me llevara a ser feliz.
Y comencé a aplicarlo en el mismo momento en que vi sobre la mesa del salón las gafas de natación que había comprado una semana antes. ¿Por qué no?, voy a hacer lo que me apetezca.
Bajé las escaleras que llevaban directamente a los vestuarios de la piscina climatizada. En contraste con las demás salas del gimnasio, la piscina no tenía demasiada afluencia a esa hora de la tarde, me calcé el bañador y las pinzas nasales y me metí directamente en el agua.
Me sentí muy a gusto, la tibieza del agua y el calor del ambiente, eran un contrapunto muy placentero con respecto al frio invernal que reinaba en la calle.
Sumergirme en el agua y sentirme totalmente embargado por ella, me hizo sentir renacido, aislado de mi realidad, como un niño en su placenta, seguro otra vez.
Cada brazada me parecía avanzar un océano en vez de unos metros, cada respiración que regalaba a mis pulmones emergiendo del agua, parecía llenarlos de vida, de una nueva energía que añoraba con todas mis ganas.
Creo que fue el día que más nadé de mi vida. Unos cuarenta y cinco minutos sin parar.
Todo un record, cuando agarré la escalerilla para salir, me dolían brazos y piernas, pero me sentía muy bien, renovado totalmente. Aun con más dolores que un pavito chico.
Ahora me iba a duchar, y me iba a dar una buena cena, en un buen restaurante, me apetecía una parrillada y me iba a dar un homenaje.
Al salir de las duchas, me paré frente a una máquina de refrescos. Pese a tanta agua, me sentía totalmente deshidratado, así que busqué una moneda entre los bolsillos de la mochila.
Mientras tanto, una chica se incorporaba después de agacharse a recoger una lata. Era muy guapa, y fijó su mirada justo en la mía.
Su cara me pareció un tanto familiar, pero no caía donde podía haber encontrado a aquella rubia de rizos ondulados.
-Hola, tu eres Manuel ¿verdad?- Me dijo dubitativa y un poco avergonzada.
-Si, soy yo- Logré responder intentando reconocerla. Buscando en sus profundos ojos azules una pista que me indicara quien era aquella joven.
-Soy la her..
-¡Vete a la mierda!- Le respondí con toda la energía que me proporcionó una salida triunfal del desconcierto y una oportunidad esperada para la venganza que había reclamado tantas veces a los santos.
-¡Te pasaste el otro día cantidad!¡la única idiota que había allí eras tú!- Grité espoleado por el enfado que congelé en mi memoria y al que puse una venda en la boca.
Efectivamente, aquella chica era la hermana de Sara, la chica que se despedía de su soltería, y de la que se nombró defensora de su castidad. Y que nos insultó sin haber hecho ni Antonio ni yo, nada que pudiera reprochársenos.
“Ahí lo llevas”, pensé mientras la dejaba allí como la que se había tragado el cazo. Alejándome con una sincera satisfacción, acrecentada cuando me volví y observé como se había quedado inmóvil, y silenciosa.
Nunca había necesitado la venganza para alimentar mi ego, pero el caso es que esta me había sentado muy bien. Me permitía caminar con pasos holgados, firmes y seguros, con un punto de felicidad. Hizo que pensara que había hecho bien, de paso cumplía con sus nuevos preceptos: “Voy a hacer siempre lo que me haga sentir bien”.
Deseché la idea de la parrillada por lo correoso que podía resultar para mi estomago tal cantidad de carne. Y más de noche, iba a dormir menos que el Conde Drácula.
En su lugar, pensé que quizás un mexicano estaría bien. Así que puse rumbo a uno que conocía, y que se comía exquisitamente.
Mientras engullía con fruición las fajitas que había pedido, me recreé en la cara de la chica, y acabé la cena tan satisfecho como seguro de mi mismo.
Apenas solté las llaves de la casa en un cenicero marrón que compramos en un viaje a Mérida que hicimos Susana y yo, y que recreaba la máscara de un gladiador. En el mismo estaba el móvil que había desconectado por la mañana cuando me fugué de la oficina.
Lo conecté esperando una respuesta del trabajo, al que debía volver al día siguiente. Solo tenía un problema; no sabía cómo me iba a disculpar con Don Aurelio. No solo lo había dejado allí con dos palmos de narices, si no que me había largado del trabajo por toda la cara.
Me daba mucha vergüenza, pero debía llamarlo, así que me busqué su número entre los que tenía en su agenda, dispuesto a rogar, suplicar e incluso llorar si hacía falta.
El sonido del timbre vino a añadir todavía más desconcierto a la situación, pero presto, abrí la puerta.
Mi sorpresa fue mayúscula al encontrarme frente a mí, serio y con las manos en la espalda a Don Aurelio.
-Pase Vd. no se quede ahí por favor- Le indiqué tratando de mostrarme lo más hospitalario posible.
Aquel hombrecillo menudo pero serio de solemnidad, entró lentamente, metiendo esta vez sus manos en los bolsillos. La situación creo que era tan violenta para mí como para él.
-¿Quiere Vd. tomar algo Don Aurelio?-Le pregunté no demasiado seguro de las existencias de mi nevera.
-No gracias- Respondió.-Voy a ser breve, además es tarde-.
Ya está, pensé, ahora viene cuando me despide. No podía reprocharle nada, pues me lo había ganado con creces, no obstante, me daba pena de acabar así. Pese a haber pasado momentos malos, en esta empresa había crecido mucho, y me había forjado como persona.
-No sé qué decirle Don Aurelio… -Comencé a soltar atropelladas palabras.
-Lo siento mucho Manuel- Cortó mi esperpéntico intento.-Creo que esta mañana me he pasado un poco contigo-¡ No podía dar crédito a sus palabras!.
-Se que lo estas pasando mal, y quizás mis palabras no ayudaron mucho, lo siento de verdad-.
-No tiene que disculparse- Respondí poniéndole una mano en el hombro. –Todavía no he vencido del todo mi depresión, debería estar agradecido por vuestra paciencia-.
-Manuel, eres un buen trabajador, de hecho todo lo que buscaba estaba perfectamente descrito en tu proyecto, de veras que te hablaba en broma, lo que pasa es que soy un poco serio, y quizás no sé hacerlas-.
Y aunque tenía razón, que a veces no se reía ni aunque le cortaran los labios, la verdad, es que decía mucho de él que se hubiera molestado en venir a disculparse.
Con mi firme promesa de que acudiría al día siguiente al trabajo como si nada hubiera pasado, se fue sin querer tomarse ni un vaso de agua, buena gente Don Aurelio.