miércoles, 26 de enero de 2011

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 41: RUTINAS

Sin necesidad de arreos, ni de picar espuelas, el caballo de mi vida fue volviendo poco a poco al trote de la normalidad.
Quizás fuera el inicio del nuevo año. Lo cierto es que veía un poco más lejanos aquellos acontecimientos que afligieron mi vida y entristecieron mi corazón.
Lo achaco a haber yacido junto a Cristina aquella noche. Aquella situación, además de haber apagado un fuego que abrasaba desde hacía tiempo mis genitales como si del coloso en llamas se tratara (salvando mis modestas diferencias), insufló en mí ánimo, una valiosa carga de moral.
Volví con fuerza a todas las rutinas que tenía pendientes. Con tanta fuerza como se inician los propósitos que luego casi a finales de mes a más tardar, vuelven a evaporarse cocidos junto al agua de la costumbre. Porque el hombre al fin y al cabo, es un animal que se pierde en sus costumbres.
Lo bueno era, que mi corazón parecía haber aceptado su condición de caballo perdedor en una carrera en la que los demás equinos después de haber salido como exhalaciones, estaban ya en sus cuadras metidos, mientras el saltaba los primeros obstáculos y montado por un jinete de ciento cuarenta kilos.
Volví a correr al parque algunas tardes en semana. Me sentó bastante bien después de tanto exceso navideño.
Me reencontré por supuesto con Noelia, con la que coincidí algunas tardes. Seguía como siempre, puede que incluso mejor, pues me costaba mucho seguir su ritmo de carrera.
Quedamos a cenar y conocí a su novio, un chico tan sencillo y simpático como ella. Ambos insistieron en que un cambio de vida era lo que me hacía falta, y sobre todo que encontrar pronto un clavo que sacara el otro que tenía clavado.
Pero pensar en otra relación no era todavía tan sencillo para mí. Tenía algún chip activado en mi mente que repelía la palabra “relación”.
Por cierto, ni rastro de aquel mal entendido que tuvimos, y por el que en el colmo de la desconfianza, buscaba en la cara del novio de Noelia, cualquier mueca o gesto que delatara un supuesto enfado conmigo que por supuesto no demostró en ningún momento. Y es que a veces uno se monta sus propias paranoias.
Cristina me llamó una tarde con la intención de que tomáramos una copa, pero alguna extraña sensación, me hizo rehusar con una excusa su invitación. Me sentía bien con ella, pero algo me hizo echarme atrás. Quizás fuera ese misterioso chip.
El nuevo año me había deparado un aumento de sueldo que no esperaba. La empresa había considerado mi antigüedad, así que en mi nomina y en mi orgullo, habían más motivos para ir contento al trabajo. Además, D. Aurelio me lo había notificado en persona.
Y es que algunas veces, que te alaben, vale más que el dinero contante y sonante. Aunque cierto es, que esto último es lo que te queda y lo que se puede aprovechar.
Tampoco fue esta la única buena noticia que me dieron en el trabajo. Dos días más tarde, D. Aurelio volvió a llamarme a su oficina.
-Buenas D. Aurelio, no me diga que ya se han arrepentido de la subida que pensaban darme-Dije mientras tomaba el asiento que me había ofrecido.
-No hombre-Respondió incapaz como era algunas veces de pillar una broma.-Tengo que darte una noticia. Tu solicitud para el puesto en Londres ha sido aceptada.
-Dios-Solté, pues aunque llevaba esperando el resultado todo el mes, en ese preciso momento no me acordaba del asunto.
-Desde este momento estás de vacaciones, tienes un mes y medio para incorporarte. En el departamento de personal te darán todos los detalles que te harán falta sin duda- Y lo dijo el tío, tan mecánicamente como un robot. Sin pensar, que anunciaba con aquellas frases dichas en un tono que no reflejaba ningún sentimiento, un cambio de vida para mí.
-¿Cuándo empiezan mis vacaciones?-Pregunté todavía desorientado.
-Ahora mismo si quieres. Puedes recoger tus cosas.
Un mes y medio de vacaciones. Casi nada. No había tenido nunca tantas vacaciones seguidas, así que después de recoger en una caja las cuatro cosas que tenía en la taquilla, salí por la puerta de las oficinas muy contento. Respirando un aire diferente, el aire nuevo que entraba en mis pulmones de una mañana de lunes que no esperaba respirar, pues debía estar dentro de la oficina.
La empresa tenía todo bastante controlado, incluso tenía reservado ya los billetes de avión para el día antes de mi entrada en el nuevo trabajo, así, que lo único que tenía que hacer, era disfrutar de las vacaciones.

lunes, 17 de enero de 2011

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 40: ¡MOJANDO EL CHURRO POR FIN!

Aquella cita que no esperaba con Cristina fue lo único destacable de aquella noche que había dejado de tener magia para mí. Pasamos un buen rato charlando y contándonos planes para el día de reyes que siquiera me dejaría un par de agradecidos tarros de colonia, pero sin pizca de ilusión.
Le pague como honrado que soy la explicación que sin duda le debía, y a la que restó importancia, asegurando que me entendía perfectamente. Contar mi vida privada a gente que apenas conocía, comenzaba a convertirse en una rutina demasiado habitual. No me reconocía.
Abriendo mucho aquellos ojos verdes, Cristina escuchaba sin hablar las palabras que salían de mi boca, y a las que no pusieron freno mi vergüenza y desconfianza.
También me dijo como consiguió mi número de teléfono, había sido el chico del gimnasio. Por lo visto era buen amigo suyo, y con el pretexto de que me conocía, y que lo había perdido, este se lo dio.
-No sé cómo has querido volver a tomarte una copa conmigo-Le dije mientras me sentaba y dejaba sobre la mesa dos cervezas que venían conmigo desde la barra.-Pensé que estarías enojada conmigo.
-¿enojada yo?-Dijo sonriendo.
-Es que tienes mucho genio-Le solté de sopetón.
-Oyeee-Respondió haciendo un gracioso ademán de darme un guantazo.-He venido porque me siento bien contigo, no sé cómo explicarlo, el otro día te portaste muy bien conmigo, y cuando hablamos, me siento muy a gusto.
Yo también me sentía muy bien, tanto que aquella conversación duró hasta altas horas de la madrugada, por mucho que le insistía en que si no se acostaba temprano los reyes no le traerían nada, ella no se quería marchar. Nos fuimos del pub a una discoteca y estuvimos bailando, riendo y sin dejar de beber.
-Gracias Cristina-Le dije mirando una cara muy fácil de observar y provocando en ella una graciosa mueca de sorpresa.
-Has hecho que me anime justo cuando más lo necesitaba-Y rocé con mis dedos sus sonrojadas y suaves mejillas.
-Ya es hora de que me vaya, todavía no he llegado a casa desde que salí de trabajar.
Entonces me topé con su amable negativa, rogándome que no me fuera y la dejara sola. Así que la invité a acompañarme a casa si quería.
Cristina aceptó y juntos nos fuimos caminando sobre una alfombra de confeti, caramelos pisados y bajo las tristes luces amarillentas de unos alumbrados navideños que ya carecían de sentido, y cuyas estrellas y velas con bolas, seguro deseaban que fuera de nuevo Nochebuena.
Pero con el día de reyes, la navidad acababa. Sin embargo, aquella noche comenzaban a pasarme cosas de nuevo buenas para mí.
Cuando llegamos a la puerta de mi casa, me sentí un poco ridículo, jamás me habían acompañado a la puerta de mi casa, y menos una mujer.
Me parecía un atentado contra la caballerosidad, y así, se lo hice saber a Cristina. Debía haber sido yo el que la acompañara a ella.
-Sube y te invito a una última copa-Le dije, y juro que lo hice por atención hacia ella, por no dejarla que se fuera como una pasmarota por donde había vendido.
Cristina volvió a aceptar. Tenía ganas de morirme cuando recordé que no limpiaba la casa desde el fin de semana, así que no pude evitar sentirme como una perfecta ama de casa, o sea, avergonzado mientras subía las escaleras.
No obstante, a ella pareció no importarle en absoluto, se dedicó a observar todo con una sonrisa.
En el salón, le indiqué que se sentara en el sofá y sugerí varias bebidas posibles. Pero no quería beber nada, lo único que deseaba, era que me sentara junto a ella, así que me agarró obstinada, dispuesta a acomodarme como fuera.
Me resistí, y lo único que recuerdo, es que sus manos cogieron mi cuello, las mías que nunca han sido mancas, agarraron su cintura, y como las leyes de la metafísica mandan, nuestras caras se acercaron, y no por sus lentos movimientos en las orbitas siderales que ocupaban, se pudo evitar que colisionaran en un apasionado beso.
Todavía no me explico cómo sucedió, pero mis manos comenzaron a responder mecánicamente a unos pensamientos obscenos bastante mecánicos que tenía escondidos desde puede que más de un año sin hacer un acto sexual nada más que solitario.
Como si fuera un Vishnú en toda regla, mis en brazos comenzaron un peregrinar tranquilo por todo rincón de aquel bello cuerpo de mujer que Cristina tenía escondido tras un vestido de fulminante genio.
No sé en qué punto, pero poco a poco fuimos venciendo el pudor y entrando en una danza que nos llevó a quitarnos la ropa con desesperación.
Prometo que ya no quedaba nada en mí de la media borrachera que habían provocado las bebidas de la tarde, y seguro que en ella tampoco. Poco a poco se diluyó en un rio de pasión que provocaba el tacto de esa piel tan sedosa, el roce de unos labios de caramelo o la simple vista de esos ojos verdes que me comían con su mirada.
Me parecía mentira sentir tantas sensaciones extrañas pese a que el acto en si no era nuevo para mí.
El despertar del día siguiente fue más pronto de lo habitual, pues cuando Cristina se dio cuenta de donde estaba, decidió que tenía que salir pitando.
Me sentía un poco ruborizado, pero me reconfortó saber que recobrábamos el estatus Quo, y con la misma cordialidad que antes de aquella noche. Me dio dos besos y sin dejar que la acompañara, se fue deseando que nos viéramos en otra ocasión.
Supongo que la sonrisa, los ojos medio entornados y en definitiva, la cara de tonto que vi al entrar dentro y reflejarme en el espejo de la entrada era la que había tenido todo el tiempo. Tonto, pero por fin bastante feliz.

viernes, 7 de enero de 2011

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 39: SALIENDO DEL LETARGO

Dos días me duró el letargo emocional al sumió mi cuerpo aquel incidente que no esperaba y que llenó mi mente otra vez de dudas e hipótesis.
Púes si, lloré de rabia nada más llegar a mi casa. Me sentía como una especie de ser desequilibrado, zarandeado por el viento de las circunstancias y que no conseguía desembarazarse de una vez por todas, de ese peso de dolor, puede que celos e incluso de amor. Un amor que se resistía a salir de la cama caliente de mi corazón a una mañana fría, con grados bajo cero, y por mucho que yo le ofrecía ropa de abrigo y le rogaba que se fuera.
No podía ser, hacia tres meses que me había divorciado, ¿por que no podía aceptar la situación como cualquiera lo haría? ¿Por qué no podía olvidarlo todo?, ¿Por qué no podía olvidarla?
Cuando precisamente creía estar mejorando, aparecía como un fantasma que desmontaba mi castillo de palillos de diente con un pequeño soplido de aire.
De todos modos, esta vez me sorprendió una ola de sensatez que no había experimentado antes en estos estados de mi mente. Hice una llamada a Valeria.
Durante casi una hora, sus ánimos y su punto de vista, me hicieron replantearme una situación que me abocaba, que me exasperaba por lo vulnerable que me hacía.
La mañana de vísperas de reyes, fui a trabajar pese a que era día libre. Tenía unas pruebas que dejé pendientes adrede.
Me había refugiado en el trabajo como método de escape, y había empezado enero como un campeón, saliendo el último y entrando de los primeros, con la consiguiente alegría de mi jefe.
Antonio y yo teníamos que probar la resistencia de los fusibles de unas placas que se aseguraba eran defectuosos. Yo defendía a capa y espada que en realidad el fallo estaba en los códigos que programaban la tensión a aplicar a las mismas.
Caminé por el pasillo de la oficina buscando las llaves de la taquilla del taller que estaban en mi mesa. Todo estaba solitario, en un silencio apenas violado por el leve zumbido de los discos duros de los ordenadores de mis compañeros que nunca estaban apagados y que parecían querer llamar con sus pequeñas vocecillas metálicas.
Parece mentira, con lo que siempre me había molestado trabajar cuando todos estaban en casa, y yo allí haciéndolo por cuenta propia. Sentía melancolía por ellos, me los imaginaba en bucólicos parajes, riendo unos, soñando otros cubiertos de mantas en lechos aterciopelados, incluso algunos borrachos por la juerga de la noche anterior.
Al pasar por la puerta del despacho de D. Aurelio, mi vista fue a clavarse en el tablón de anuncios que como si de una ventana marrón de tratara, flanqueaba la misma, siempre llenas de comunicados internos, y de anuncios interesantes las pocas veces.
Esta vez una hoja llamó mi atención. Clavada con chinchetas en una posición no precisamente horizontal, informaba a cualquier interesado, de unas plazas vacantes en Londres, entre ellas, había dos de mi puesto.
Seguí caminando hasta mi oficina, pero dándole vueltas al asunto, pues si en una primera impresión el desinterés había sido mi primera reacción, con el paso de los minutos, la idea había pasado a ser de impensable a no tan descabellada.
Yo no tenía problemas con el idioma, incluso podría servirme como práctica definitiva para mí ya bastante buen inglés. Además, un cambio de vida era precisamente lo que necesitaba.
Antonio hizo con su presencia que me olvidara del asunto, pero me convencí a mi mismo para que D. Aurelio me informara de las posibilidades reales que tendría en caso de pedir la plaza.
El día se fue volando, cuando quise darme cuenta, prácticamente eran las seis de la tarde. Ciertamente el día había dado para mucho, incluso para ganarle una apuesta a Antonio, pues efectivamente, descubrimos que el problema no era de las placas, tal y como suponía.
Antonio también estaba muy contento, pues este experimento fuera de jornada laboral, nos iba a reportar bastante reconocimiento, incluso puede que “pingües estipendios” (si se me permite).
Un café y una cálida despedida, pusieron punto final al trabajo. Maleta en mano, caminé por la ancha avenida donde se ubicaba el edificio donde trabajaba y pese a que estuve a un par de pasos de la boca de metro, decidí dar un paseo andando.
El sol, caía perezoso en su dulce sueño, y un frescor nocturno invadió poco a poco la atmosfera. La noche estaba presta a comenzar.
Parecía una broma del destino, un día que siempre había sido para mí de ilusión se presentaba cuando más lejos se había ido esa palabra de mi vida, era noche de reyes y yo en mi mundo.
Tras escuchar los ecos musicales de las cabalgatas que se mezclaban en el aire con el olor a castañas asadas y la algarabía de los pequeños, que tirando prácticamente de sus padres recorrían aquella avenida, me acordé del evento.
Seguí caminando hasta llegar a la cabalgata. Como si estuviera viendo el desfile del año nuevo chino, observé la algarabía de la comitiva real.
Los más mayores, perseguían el caramelo volante que caían del cielo por obra y gracia de unos reyes de todos los colores que sobre sus carrozas, seguro que tendrían al día siguiente unos importantes dolores de hombros.
Tan entretenido estaba, que casi no me di cuenta de que desde mi bolsillo derecho, el teléfono móvil tocaba desesperado su melodía, intentando captar una atención que yo tenía dedicada en esos momentos al paso de sus majestades.
-Hola, ¿con quién hablo?- Pregunté a la persona que se encontrara detrás de aquel número desconocido para mí.
-Hola Manuel, soy Cristina. ¿Dónde te metes chico?-Respondió una voz tan animada como la cabalgata, y a la que me costaba oír por el sonido de la misma.
-Pues mira, estoy en una cabalgata, ¿donde estás tú?-Dije alzando la voz, esperando hacerme oír.-por cierto, ¿Cómo has conseguido mi número?
-Ya te lo contaré en persona-Respondió haciéndome sonreír-¿Quieres tomar una copa?
Acepté contento, quizás la noche de reyes tampoco fuera a ser tan aburrida. Además le debía una explicación.