martes, 30 de noviembre de 2010

¡QUE CABEZA!



Esta mañana he vuelto a encontrar la tapa del váter levantada. Anoche penetré tan sigiloso como un gato, abrigado por la seguridad de las frías mantas de la oscuridad.
Las cuatro de la mañana, y mis padres ya acostados. Mal panorama se podía terciar si detectaban la llegada de mi ausencia. Nunca entendí que dieciocho años podían ser objeto de tal falta de libertad, pero el caso es que ellos no ven esa edad compatible con esa hora.
De pronto mi vejiga llena de cerveza protestó con un agudo sin razón, con un borrador que eliminaba a toda prisa cada idea que pasaba por la pizarra de mí aturrullada cabeza, haciendo sonar una sirena que irremediablemente indicaba que iba a estallar.
Era vital mantener la disciplina de luces y sonidos, así que de puntillas y tocando las paredes sigilosamente, buscando con el oído el ruido entrecortado del sueño de mis padres, entré en el aseo.
No atinaba a desabrochar aquellos importunantes botones del pantalón, mientras notaba incluso, el paso de la orina de la vejiga a la uretra. Pero tan nervioso esfuerzo tuvo recompensa en forma de una liberación orgásmica, lenta y fluida. Y caliente.
Lo sentí en mis pies descalzos.
Ahora sí que la había hecho buena, anoche la tapa del váter no estaba levantada.

jueves, 18 de noviembre de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 36: AÑO NUEVO.

De nuevo me encontraba sentado en la misma silla que me había visto auparme a ella cuando mediaba un abismo entre mis piernas y el suelo. Con mi familia, con la cual había compartido el transcurrir de un tiempo que como el agua de un río, venía caudaloso de recuerdos al mar de los días presentes.
Como todas las cenas, tanto entremés dejó poco hueco para la comida de verdad, pero la pata de cordero de mi madre era irrechazable, así que con un vino que mi padre aseguraba que era el mejor del mundo, y un poco de voluntad, ataqué aquella maravilla culinaria.
Ahora todos estaban sentados a la misma mesa, como todos los años. Todos menos ella. Levanté mi vista y fue como si un leve zumbido, hubiera hecho que todo se ralentizara de momento, a la par que aceleraba mis sentidos hasta el infinito.
Podía oír la voz de mi padre pedir algo a mi madre tal y como si estuviera en treinta y tres revoluciones por minuto, cuando debería ir a cuarenta y cinco. Las risas de mis hermanos sonando como ecos distorsionados, mientras Valeria y mi madre, ponían una lenta pega a la comida en la que tanto se habían afanado.
Pero yo, yo no podía dejar de pensar que mientras todos reían y trataban de disfrutar de la compañía que nos brindábamos, tenía que estar añorando tiempos pasados, deseando escapar sin ser visto de una atmosfera que me agobiaba.
No era justo que en tres meses que habían discurrido desde el divorcio, yo no fuera capaz de ser el mismo. Me preguntaba que penitencia tendría que hacer como pago de aquel golpe del destino.
Mientras, todos los demás reían, incluso mi padre parecía más feliz. Quise ir al cuarto de baño, pues intuía una pronta borrasca lagrimal de las que últimamente era aficionado, pero algo llamó mi atención.
-¡Un brindis, un brindis!- Estas palabras fueron como otro click que me volvieron a meter en la realidad. Lo extraño era que provenían de mi madre.
-Este año voy a hacer el brindis yo. No me miréis así.- Dijo, confirmando que iba en serio. -Vamos a brindar por Valeria y Miguel, para que no se les hagan muy largos estos ocho meses que quedan, y que tengan mucha suerte.
-¡Que vais a ser tíos y Abuelo!- Añadió levantando su copa al aire con un gesto de felicidad como hacía tiempo que no le veía.
Parece mentira los caminos tan extraños que escoge la alegría para llegar a nosotros. Todos abrazaron a los futuros padres, algunos riendo y algunos casi llorando. No era para menos, pues suponía la llegada del primer miembro a la familia de nuestra propia sangre. Creo que fue la primera vez que vi a mi padre llorar. Llevaban mucho tiempo intentándolo, por lo que esas lagrimas que estuvieron a punto de salir antes por otros motivos, se me escaparon finalmente, pero estas eran de alegría.
Con prisas de última hora y el mismo nerviosismo inexplicable de cada año, quedamos frente al televisor, mirando atentamente la esfera de un reloj.
Unos cuartos seguidos de unas campanadas pusieron broche final a un año que nos acercaba o nos alejaba, según se quisiera.
Mezclados entre el estruendo de los cohetes que empezaban a lanzar, y el ruido del tapón en su descorche del champan, repartimos besos y abrazos. Deseos de felicidad, aunque más alegría sincera por poder estar otro año unidos.
Con la misma algarabía de siempre, salimos en tropel al balcón pese al frio a contemplar los fuegos artificiales. Sus fulgores, destellaban en un cielo tan negro como un manto, en el que se pintaban brillantes coloretes, y que parecía distinto a los demás. En la calle comenzaba la vida a moverse de nuevo tras aquella pausa mágica.
Valeria me abrazó cariñosa mientras los últimos cohetes sonaban.
-Me alegro mucho por vosotros- Le dije al oído.-Espero que todo salga bien.
-Y todos esperamos que recuperes tu sitio-Respondió-Tienes que ser menos reservado. Hemos decidido no decirte nada porque te conocemos, pero que sepas que puedes contar con todos nosotros.
Y dándome un sonoro beso, siguió la marcha de los demás, y entro en el salón.
Miré al horizonte de aquella ciudad, buscando entre las luces escenas que se parecieran a la nuestra. Llenando mis pulmones de un soplo de aire para continuar.
Aunque me sentía solo, decidí que había pasado muchos años buenos, y que aunque el pasado próximo no fue el mejor, quizás el próximo año volviera a ser especial.

martes, 16 de noviembre de 2010

DEAD CHILD´S POEM



Una canción un poco triste, pero bella en su melodia, rompiendo los topicos que condenan este tipo de música.

sábado, 6 de noviembre de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 35: ESTA BARRIGA NO ME DEJA VER LA LACIA. (TOMASITO).

La incertidumbre con la que había acabado aquella nefasta noche, y que me había perseguido hasta que pude hablar con Noelia, se disipo como las nubes al final de la tormenta.
Sin duda el haberme disculpado y aclarado por fin el asunto, me había puesto unas alas en los pies que me llenaban de alegría.
El mazazo había sido grande, un desengaño que se había revelado con violencia sobre mí, justo cuando había algo que pensaba que iba sobre ruedas.
Reconozco que lo pasé bastante mal. Soy del tipo de personas a las que una simple llamada de atención hace que se incomode sobremanera, vamos, que un ataque de remordimientos me hacen sufrir más que un dolor de muelas.
Tengo que confesar, que tan mal estaba y tanto me estaba machacando la cabeza el asunto, que incluso recurrí a pedir consejo a Mario.
Si, se que parece una estupidez, pero cuando la desesperación te atrapa, no se sabe a veces donde acudir. También pensé, que a un individuo al cual le habían pasado tantas situaciones disparatadas, puede que tuviera alguna solución milagrosa inesperada.
Me dijo que me comprendía, y que había tenido una vez una situación parecida;
“Una vez me pasó, que fui a casa de un amigo. La madre me dijo que estaba durmiendo, así que decidí gastarle una broma.
Me desnudé totalmente en el pasillo frente a la puerta de su cuarto, y me dispuse a meterme en su cama sin que me oyera, la sorpresa sería mayúscula.
Pero me pasaron dos cosas realmente embarazosas, como a ti Manuel, –comencé a recelar un poco en este punto de su conversación- al intentar abrir la puerta de su cuarto, me di cuenta de que el mamón había cerrado por dentro. De repente, la puerta del salón se abrió, apareciendo de la nada frente a mi; su padre, madre, hermana, e incluso su abuela, una vieja con un diente arriba y otro abajo, que me miraba con los ojos desorbitados. Rápidamente me tapé los pezones.
-¿Y esa fue la primera situación embarazosa?-Le dije sorprendido, desencantado por que no tenía nada que ver con lo que me había ocurrido. No obstante le busqué una redención que quizás no se merecía. – ¿Y la segunda?
-Pues que cuando me di cuenta de que los pezones no era lo que en realidad debía tapar, si no “la lacia”
¡Y se rió el tío a carcajadas! Desde luego, la culpa solo la tenía yo, pues podía haber imaginado que me saltaría con cualquier majadería.
Después de haber hablado con ella me sentía feliz, descargado de un peso que tan tontamente había echado a mis espaldas.
No había mucho tiempo que perder, en casa debían estar llegando ya mis hermanos, así que sin mucha dilación y directamente, me dirigí hacia allí.
En cierta medida, eran mis hermanos los que más habían insistido para que no faltara a la cena de año nuevo. Otros años mi madre había colapsado la centralita de mi casa, para desesperación y hastío de Susana, pero este año, o había delegado esa misión en mis hermanos, o había pasado simplemente de mí.
No debía sorprenderme demasiado, no me había mostrado muy receptivo con ellos desde el primer momento en que comenzaron los problemas. Pretendí mantenerlos al margen, primero porque sabía que poco me iban a ayudar, y segundo por mi carácter reservado.
Sabía de más que no me iban a comprender, pero debía pasar la prueba de fuego de la cena, e intentar tal y como había sucedido con Noelia, que las aguas volvieran a su cauce.
Mis padres vivían en nuestra casa de toda la vida, un piso enorme en unas de las plantas de un antiguo edificio señorial de principios de siglo. El edificio estaba bastante remozado, pero conservaba su espíritu de antigüedad intacto.
Respiré a fondo antes de pulsar el interruptor del portero automático. Una inquietud me asaltó mientras esperaba a que alguna voz apareciera, y aunque esta se hizo un poco de rogar, desapareció de un plumazo cuando entre risas de fondo, mi hermana me abrió la puerta, regañándome en broma por la tardanza.
Mi idea era llegar antes que ellos, justamente para no ser el centro de atención, pero finalmente no lo conseguí, ellos ya estaban allí, y me recibieron entre risas burlescas y vasos en mano.
La primera en recibir mi saludo fue mi hermana Valeria, Era la mayor de mis hermanos. Nueve años mayor que yo justamente, y tan cariñosa y preocupada por todo como siempre, muchas veces he pensado que se comportaba como si fuera más nuestra madre que nuestra hermana.
Estaba casada desde hacía unos cuantos años y su marido, un Comercial de productos ibéricos andaba por ahí mezclado con mis hermanos, atiborrándose de cerveza como todos los años.
Sabia que ellos andaban en el salón, pero como primer deber, busqué a mis padres como objetivo de mis saludos iniciales. Mi madre andaba en la cocina, y cuando me vio, me abrazó resaltando lo guapo que venía, aunque me veía muy delgado. No sé si estaba más susceptible que otros años, pero me pareció más feliz que otras veces, ni rastro de los reproches que esperaba encontrar y que tan bien se le daban.
De todos modos, y aunque había cogido carrerilla, faltaba mi padre, que ese sí que era un escollo importante. Pregunté por él a mi madre, y me indicó que andaba en el salón, sin dejar de preparar los platos con Valeria.
Crucé la puerta de aquella sala, recibido por un torrente de risas. Alguna ocurrencia había contado Roberto, el menor de mis hermanos y el que más sentido del humor tenía, yo diría que de toda la familia entera.
Al verme entrar, el, Pablo y Adrian, mis otros hermanos, se abalanzaron sobre mí, abrazándome como si hubiéramos marcado un gol. Como me temía, comenzaron a darme golpes en la cabeza, tan juguetones como siempre. Ellos estaban a lo suyo, pero volví mi vista automáticamente buscando a mi padre.
-¡No vais a cambiar nunca!-Bramó desde el sofá donde charlaba con mi cuñado.
Me incorporé y fui a saludarlo, de paso a mi cuñado también. Estaba serio, pero sereno, más pendiente de guardar las formas en la fiesta, como siempre. Pero con su copa de vino en la mano. Tampoco encontré rastro de los reproches que esperaba.
Repartí besos entre mis cuñadas, y acepté un vaso de cerveza, la cena iba a comenzar.