sábado, 31 de diciembre de 2011

FELIZ 2012


Bueno, en una ocasión me dijeron que una vez que cumpliera los treinta, los años iban a rodar rápidos. Sin darte cuenta casi.
Y así, se ha ido este 2011, sin darme apenas cuenta. Estoy harto de escuchar últimamente radio apocalipsis, pero por más que miro atrás, solo me han pasado cosas buenas.
He conocido muchos amigos, presumo de haber mantenido las amistades que ya tenía, sigo con la parsona más maravillosa que conozco, terminé un curso que me tenía de cabeza. Incluso he tenido un éxito literario sin precedentes gracias a mi Nocilla del alma.
Por eso, tengo motivos para pensar que el año que viene puede ser igual o mejor.
Así que voy a desearos con todas mis fuerzas que sea para Vds. pleno de felicidad. Muchisimas gracias por visitar mi blog y dejarme comentarios cargados de amistad y de buenos consejos que tanto agradezco.
Pues nada, feliz año, y que paseis una buena noche, no bebais demasiado (sobre todo si teneis que conducir) y no coged cosas del suelo.

sábado, 17 de diciembre de 2011

VALGAME CHANCLETO LO QUE ES LA MISERIA.





-¡Otra vez Tulipán!-Manifesté airado mientras mi madre nos preparaba una rebanada de pan. El desayuno, el bocadillo del colegio y encima la merienda con el mismo producto lácteo cadista bien valían una protesta.
Mientras tanto, Espinete, ajeno a nuestros asuntos aparecía de un rosa evidente en nuestro Telefunken en blanco y casi siempre negro. Y es que de los mecanismos de ese televisor se había averiado hasta la gitana, la cual, con un estoicismo digno de un maniquí, soportaba el acoso de tres “machitos” quieta en el transformador con sus bracitos hacia arriba, y casi siempre con las faldas sobre la cabeza. Nosotros habíamos probado empíricamente aquel dicho que refleja que una muñeca carece de vello púbico ya en nuestra tierna infancia.
-¡Estoy harto de tanto Tulipán! ¿Cuándo voy a comer Nocilla como los otros niños?- Protesté, a esa edad no entendía qué era un plan de austeridad. Tampoco mis primas eran peligrosas.
Mi madre se quedó parada un segundo. Ya había escuchado antes el mismo reproche, y suspiró apurada, inerme ante todo un niño. Pero no se inmutó, con una cuchara echó Cola-cao en la rebanada y dijo:
-¡Ea!, ahí tienes Nocilla.
-¡Que bueno, Nocilla! Exclamó mi hermano.
Tiene guasa la cosa. Encima de borrico, apaleado.

martes, 6 de diciembre de 2011

V


V

Crucé soñando el vacio que separa tu mundo y el mío
Sobre cuerdas me colgaba, cuerdas verdes, verdes varas
Unas firmes, otras sueltas, unas cortas, otras largas.

Imaginando que cambiamos de lugar tus mares y mis ríos
Mis valles por tus montañas
Mis calores por tus fríos.

A mí, vienes sonriendo y me abrazas
Bonitos besos, de azul, de adulto, de crio
Felicidad vestida de fresco
Tranquilidad disfrazada de brío.

Pero llega de nuevo la mañana
Y con sus luces se pierden mis desvaríos
Vuelvo a perder tu esencia, te vuelvo a perder amor mío.

Pero mañana volveré a buscare,
A cruzar soñando tu mundo y el mío

domingo, 20 de noviembre de 2011

IV

IV

Como un arañazo del viento
Marcó mi cara tu sonrisa,
Un puño de algodón invisible
Que tiro las figuras de mi repisa

Me hizo volar sin alas
Me hizo mirar sin ver
Me hizo pasar de corto
Me hizo saltar sin red

Pero a un muñeco enredado
Con tantas cuerdas del poder,
una más ya no le afecta
el tiempo de algo sabe valer

Y se marcha de nuevo a otro sitio
Dejándome su estela fugaz
Pensando en otros destinos
que ni pueden ni se darán?.


Me alegro de haberte conocido Isabel.

jueves, 17 de noviembre de 2011

III


III
Quiero irme volando
Volando como llegué
Convertirme en recuerdo vano,
Un episodio de tu ayer.

Que difíciles son los sueños,
Difíciles de comprender
Pintan cuadros muy bonitos
Que olvidas en tu pared

Pero no me mezcles con la ira.
Déjame volando otra vez
Si acaso nos enfadamos con el destino
Seguro que algo tendrá que ver

Ahora ve a pasear con tus anhelos
Camina, no mires hacia atrás
Quizás nuestras circunstancias
Se disfracen de oportunidad

Y se pongan a pintar otro mundo
Otro cuadro en otra pared
Y lo miren otros ojos
Que podrán de nuevo sonreír.


De todas formas no puedo
Aunque quisiera que no fuera así
Reprimir estas estériles lágrimas.
Me las voy a permitir.

lunes, 10 de octubre de 2011

II


Podría ser que los rios
deshacieran lentamente
sus caminos hacia el mar.

Que una noche estrellada
se dejara a la luna encerrada
y el sol ocupara su lugar.

incluso que todas las beatas hablaran
mandaran a paseo sus rosarios
y corrieran a apuntarse a la yihad.

Pero ten segura una cosa,
contigo no vuelvo jamás.

II

domingo, 2 de octubre de 2011

PAMPLINAS I


Como muñecos sin trapo

como tatuajes sin piel

como caminos sin paso

como abejas sin miel

como colegios en sabado

Como santos sin Edén

Te espero, pero no vienes

estar sin ti no me sienta bien.

miércoles, 13 de julio de 2011

¡QUE BONITA ES!


¡QUE BONITA ES!

¡Que bonita es!, pensó mientras la veía dormir. Placida como la luna.
Sus grandes ojos, cerrados a cal y canto, parecían luchar contra un profundo sueño haciendo leves movimientos, minúsculos, casi imperceptibles.
Mientras, una boquita sesteaba, moviendo lentamente sus pequeños labios hasta formar casi una sonrisa. Respondiendo con muecas a quien sabe que imaginaria situación que se producía en sus sueños.
No pudo reprimir el impulso de poner uno de sus grandes dedos cerca de su manita. Esta, como atraída por un imán, no tardó en asirse con fuerza al nuevo y extraño elemento que invadía su espacio. Que diferentes parecían aquella diminuta mano, y aquel enorme dedo, tan grueso y curtido por el sol.
-¡Eres muy bonita!- Le susurró, y con toda la suavidad de la que fue capaz, besó su frente, con intención de marcharse.
Pero le resultaba imposible zafarse del apriete de aquella manita de niña. Suspiró confuso, debía irse ya, dejar que ella comenzara su nueva vida, pero en vez de eso estaba allí clavado mientras sus ojos comenzaban ya a aguarse.
Entonces ella despertó. C omo solo se puede despertar de un sueño profundo, muy despacio, con todo el tiempo del mundo, dirigiendo hacia él unos ojos claros, como pulidos del mejor cristal.
-¡Que guapa es mi niña!-Le volvió a decir suavemente.-Eres igualita que mi hijo el mayor cuando nació.
La pequeña lo observaba fijamente entre curiosa y sorprendida, pero con expresión serena, haciendo diminutas pompas de saliva con sus labios.
-¡Eres afortunada, mi niña!-Le susurró de nuevo, moviendo ligeramente su dedo el cual seguía firmemente apretado.-Vas a ir a una buena familia. Tu padre es muy buen chico, tan noble como callado. Cuando era como tú, era el niño más bueno del mundo. Apenas si daba ruido. Ya verás lo que te vas a reír con tus tíos, siempre están de broma. Todos crecieron buenos y sanos hasta convertirse en hombres de provecho.-Continúo mientras la niña lo miraba como si comprendiera todo lo que le decía.- ¡Y tu abuela!, veras como te va a querer, ella nunca pudo tener una niña, así que tú serás la primera…
Pero ya casi no podía continuar con su monólogo, las lágrimas no lo dejaban continuar. Tampoco quería asustar a la chiquilla.
-¡Vamos Manuel!, ¿Todavía estas aquí?-Oyó una voz a su espalda.-Me vas a meter en un lío, ya es hora de que se vaya.
-Espera solo un poco-Suplicó.-Tengo tantas cosas que decirle, hay tanto de lo que debo aconsejarle…
-Sabes perfectamente que no puede ser. Has tenido mucha suerte de que te haya permitido conocerla.
Lo sabía de sobra, así que con un esfuerzo sobrehumano retiró su manita del dedo, añorando desde ese mismo instante el calor de aquella diminuta extremidad.
-Adiós bonita, disfruta de tu tiempo y se buena. Como han sido todos los demás.
La niña le sonrió sin dejar de apartar los ojos de él, mientras ambos daban unos cuantos pasos hacia atrás.
Manuel movió su mano, tratando de decir un adiós forzado, tan forzado como el último del que se despidió.
Pero ya la pequeña había empezado a cerrar los ojos poco a poco.
-ahí va ya, mire Vd. Dijo Manuel volviendo su cabeza por fin.- ¡Cuantas cosas me estoy perdiendo!-Dijo en un tono más cercano a la añoranza que al reproche.-Me hubiera gustado estar un rato más con ella-Dijo tristemente.
-Es imposible Manuel, todavía no sé cómo me convenciste para que te dejara verla. ¡Vamos hombre!, ¿no ves que es peor para ti?
Y continuaron sus pasos, mientras la niña los veía caminar, dos figuras ya borrosas entre la niebla, una alta y delgada que posaba su mano sobre otra mediana y regordeta.
Apenas pudo ver mucho más, pues una luz brillante y cegadora inundó su campo de visión hasta convertirse en unos segundos, en una imagen tan blanca como la nieve. Pero fugaz, pues tornó a la más absoluta de las oscuridades en un instante, devolviéndola de nuevo al fondo de su sueño.
Quiso despertar cuando unas débiles luces comenzaron a moverse a través de sus párpados. Cuando abrió los ojos solo pudo observar siluetas sin forma, que se movían a su alrededor, emitiendo primero unos leves sonidos que lentamente se amplificaron.
Cerró los ojos de nuevo, y cuando los abrió, se encontró metida en una urna de cristal, rodeada de unos personajes que la miraban encantada. ¿Serían estos de los que hablaba aquel señor?
No lo pudo averiguar, pues un chispazo borró de su mente todos los recuerdos anteriores a ese momento. Ahora su vida acababa de empezar.

lunes, 6 de junio de 2011

TIMBA




Toca Jotas, pienso mientras repaso mentalmente mis opciones. Sin dejar de ojear una y otra vez mis cartas. Pese a los testigos que nos rodean expectantes. Solo estamos los dos, frente a frente.
No entiendo cómo ha podido tener tanta suerte en las manos anteriores. Prácticamente nos ha barrido a todos. A todos menos a mí, aunque me está costando mucho seguir su ritmo.
Tras los descartes suspiró aliviado, escalera de color. Difícilmente podrá superar eso. He apostado al límite, pero añado mía alianza, valorada por sus ayudantes en cinco mil euros.
Poco más me queda para apostar, ciertamente debo mucho dinero ya. Así que decidido, hago un gesto a uno de sus testigos que viene diligente. Acerca su oído a mí, y tapándolo con mis manos, añado una última cosa al lote, confiado por lo buenas de mis cartas.
El testigo se acerca al gordo. Tras un instante de reflexión, aquel miserable seboso acepta.
Hora de mostrar las cartas, escalera de color contra…., una ¡Escalera real!
Ahora el gordo ríe mientras da un sorbo a su Whisky.
-¡Venga esa sortija!, y en mi habitación espero a tu mujer, voy a asearme.

sábado, 14 de mayo de 2011

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 43: EXPLICACIONES

No sé exactamente en qué momento la sorpresa se disfrazó de naturalidad, si fue una resignación camuflada, o simplemente que mi espíritu deseaba con todas sus fuerzas acabar de una vez con un tema que no debía quedar más tiempo pendiente.
El caso es que ambos estábamos sentados allí, juntos de nuevo aunque separados por una línea invisible que atraía nuestras miradas a un horizonte que se apagaba.
-Nunca pensé que fuéramos a ver la puesta de sol aquí-Dije armado de valor, vapuleando por la cara al estupor con la única mano que me quedaba libre.
-¿Recuerdas cuanto lo deseábamos?, ver como se ponía el sol en uno de los confines del mundo, buscar el rayo verde…, Que jóvenes éramos Manuel, no entendíamos de cambios de la vida.
-¿Por qué has venido?-Quise saber mientras recogía una piedra y la lanzaba al acantilado.
-Supongo que por lo mismo que tu-Respondió casi susurrante.
Entonces sentí una sensación extraña, tenía tantas cosas que decirle, tantas que reprocharle…, y sin embargo me parecía aquel momento el mismo que habíamos planeado hacía tanto tiempo. Quizás mientras cogíamos nuestras manos en alguna cervecería después de los exámenes, o antes de casarnos, en alguna cena especial… No quería pero debía estropear aquel momento, ya todo había cambiado.
-No sabes cuánto he querido tener un momento para hablar contigo-Dijo ella de repente, serena, sin dejar de mirar a la bola ambarina que bajaba irremisiblemente al mar.-Cuanto me he maldecido por no haberlo hecho antes, antes incluso de que ocurriera todo.
-El otro día yo tampoco tuve valor para hacerlo, estaba demasiado herido.
-Tienes motivos para estar así. Lo siento, no sabes cuánto.-Dijo quebrando su voz.
-Ahora lo veo todo más tranquilo, he conseguido mitigar un tanto el rencor, pero me gustaría saber por qué lo hiciste.
-Me equivoqué Manuel-Continúo.-Me equivoqué en las formas, me equivoqué en la resolución, me equivoqué en todo. Estaba asustada de lo que sentía, no entendía el cambio que había sufrido todo en mi interior, quería ver si pasaba. Pero todo se estropeaba más y más, ya no solo luchaba contra ti, también contra mí.
-Dejaste de quererme-Concluí pausado.
-No estaba segura, te aprecio mucho, siempre fuiste modélico conmigo, buen compañero, amistoso, sensible y muy razonable, todo lo que se puede desear. Pero un día, me día cuenta de que la vida me pesaba más de la cuenta y sin ninguna razón comencé a verte más como una carga que como una ayuda. No sabes lo mal que lo pasé Manuel,-Aunque no la miraba, podía adivinar un reguero de lagrimas en sus mejillas, la conocía demasiado todavía.-Vi una mañana tu foto, y me di cuenta de que si te pasaba algo malo, ya no me dolía tanto, ¿Sabes qué es eso?, ¡yo que me imaginaba sin ti y me daban ganas de morir! Ya no quería esa vida, ya no te quería a ti.
-¿Por qué no me lo dijiste?-Pregunte tan indefenso como antes.
-No podías ayudarme, el peso de los recuerdos me empujaban sin descanso, no me dejaban que me parase de una carrera que me asfixiaba. Y me propuse estropearlo todo por mi cuenta, dejé de ser yo y busqué mi propia felicidad sin importarme que tú aún estuvieras ahí.
-No sabes cuánto daño me hubieras ahorrado si hubiéramos hablado. Podías al menos haberme ahorrado ese dolor tan grande de descubrirlo todo de golpe y porrazo.
-Como te dije antes, me aislé, me obligué a hacerlo todo según mi apetencia, sin contar contigo para nada. Quería acabar con tu mano opresora, y me confíe. Te dejé pistas sin querer.
-Pero yo creí que éramos amigos-Contesté airado.-Te quería demasiado para hacerte sufrir a adrede, podíamos haberlo arreglado hablando.
-No fui capaz Manuel, juré que te querría para toda la vida y no lo cumplí.
Dejé de mirar al cielo para mirar su cara. Ella hizo lo mismo, y volvimos a unir nuestras miradas en una sola. Ya no era ella sola la que lloraba.
-Te juro que no quería hacerte daño Manuel-Dijo con tristeza.-Ese hombre que viste valía mil veces menos que tu, pero entiende que esa ya no era la Susana que tú querías, era otra.
-No voy a encontrar mucho consuelo en eso-Respondí.-Podíamos haber arreglado esto de otra manera.
-Ya lo sé Manuel, sé que no merezco nada, y que tu desprecio es justo castigo a lo que hice.
Entonces volvimos a mirar al horizonte, siguiendo los últimos pasos del sol en su bajada. Desaparecía irremisiblemente, dejando solo al cielo.
Con movimientos perezosos pero necesarios, nos levantamos, había que salir de aquel lugar antes de que cayera la oscuridad. Susana miró una vez más al horizonte marino. Seguía llorando, tan silenciosa como la había encontrado.
-¿Sabes que te digo?-Le dije poniendo una mano en su hombro.-Te perdono Susana.
En su cara se pintó una sonrisa como hacía tiempo que no la veía. Sin duda se había quitado un peso de encima, a costa de dejar en mí una leve sensación de que quizás llevaba poco castigo por arruinarme la vida.
Luego con el tiempo me di cuenta de que hice bien, que no vale la pena guardar un rencor que se lleva el tiempo, tal y como el viento se llevó su bufanda hacia el mar embravecido.

-¿De veras Manuel?-Preguntó volviendo a sonreír.
-Si.-Contesté seguro de mí mismo.-No siempre salen las cosas como uno quiere. Tanto como queríamos venir aquí, y no hemos visto ningún rayo verde, que le vamos a hacer.
-Gracias -Dijo entre sollozos mientras nos dábamos un abrazo.
-Vámonos, que tienes la cara helada-La apremié.
Camino del coche, me contó que estaba en Sagres con su nueva pareja, y que lo había convencido para venir sola.
Con la promesa de que hablaríamos si necesitábamos algo el uno del otro nos despedimos esta vez. Así que marché camino de Portimao a rematar las vacaciones, pero con una serenidad como hacía tiempo que no sentía.

domingo, 1 de mayo de 2011

MORIR DE AMOR




Ella sabrá lo que hace, pensé mientras me acurrucaba en mi escondite. Seguí con atención su rígido cortejo, su acercamiento meticuloso, su afán por llamar quedamente la atención del macho.
No había caricias, apenas preámbulo, solo un frenesí que fue a desembocar en una copula furiosa, un derroche de pasión que yo veía fascinado, puede que incluso excitado. Pero entonces ella sin detener la pasión del acto, efectuando un asombroso movimiento, cortaba de un rápido tajo la cabeza de él.
-¡Dios mío!-Exclamé. ¿Qué hace esa loca?
Su cara seguía inexpresiva, mientras que el iba perdiendo paulatinamente el brillo de sus ojos, aunque impertérrito en su danza hacia el interior de ella.
Ahora mordía sin piedad la cabeza de su amado. Eso sí que es morir de amor.

jueves, 21 de abril de 2011

DIFÍCIL ELECCIÓN



Todos apretujados en aquel enorme congelador esperaban el comienzo del partido del siglo. Muchos botellines de cerveza, latas de aceitunas y botes de banderillas se peleaban a guantazo limpio por robarles un centímetro a las abarrotadoras Coca-colas de dos litros, fundamentales para los cubatas.
Repartí estratégicamente los ceniceros por todos los puntos clave de la mesa, la mayoría de los colegas son fumadores y cuando hay nervios…
Probé de nuevo la conexión del satélite, pues quince amigos si falla la recepción pueden resultar bastante peligrosos para mi salud. Todo perfecto.
¡Que nervios!, media hora para que empiece el Madrid-Barça y no ha llegado nadie todavía.
Pero suena el teléfono.
-Hola Dani, estoy sola y aburrida, mi marido se ha ido a ver el futbol. Podrías venir, lo pasaríamos bien.
Joder, -pienso- vaya paliza que me van a dar los quince.

domingo, 17 de abril de 2011

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 43: HACIA LOS CONFINES DE LA TIERRA

Justo en la dulce despedida a la modorra que produjo en mí aquel agradable sueño, me di cuenta de que estaba en la habitación del hotel, y que aquello no era mi ciudad, si no uno de los pueblos del Algarve Portugués.
Me incorporé tranquilamente, y después de una ducha salí del hotel dispuesto a explorar aquel lugar. Recorrí aquella especie de paseo marítimo flanqueado en ambas orillas por tiendas y tenderetes donde se vendían todo tipo de género para turistas, pañuelos, ropa y camisas de importación.
Me apoye en una de las barandillas, observando aquella espaciosa playa, lógicamente no había nadie en el agua debido a la época del año, solo un par de corredores y una pareja charlando en la arena. Pero una agradable brisa acariciaba mi cara, recorriendo suavemente mis cachetes y mi nariz, diciendo al oído que nada importaba más en el mundo que aquel momento, que debía aprovecharlo y hacerlo especial.
Un café en uno de los chiringuitos que se plantaban allí, y el paso de la tarde, hizo que llegara la noche tan silenciosa como sin avisar.
Lo mejor de los viajes a mi modesta opinión son los sitios que encuentras cuando tienes que comer o cenar, si han sido buenos, los recuerdas siempre, y si son malos, los recuerdas también, solo que entre risas con tus amigos.
Para cenar, encontré una brasería. En realidad me puso una trampa en forma de olores a carbón encendido y carne humeante. Lógicamente caí como un pajarito, y más siendo yo tan carnívoro.
La cena aunque un tanto copiosa, fue estupenda. Una copa rápida en cualquiera de los locales de ambiente que allí habían y descansaría para el día siguiente.
Mis pasos callados me llevaron a un pub Irlandés. Desde su terraza, podía sentir el susurro de la brisa y el tranquilo charlar de las olas con la orilla, y hacía que el sabor de la cerveza fuera especial. En su interior, una agradable música típicamente irlandesa sonaba a cargo de un chico moreno, el cual, con una guitarra acústica y un equipo de sonido, daba un cierto ambiente.
Volví a la barra a pedir una nueva cerveza, esta tenuemente iluminada por unos carteles de neón que nombraban marcas de birra.
-oye, tú eres español, ¿no?-Me preguntó el chico de una pareja que junto a mi esperaban sendas cervezas, y que habían conocido mi acento.
Me presenté y se presentaron. Se trataban de una pareja de madrileños que habían decidido como yo escaparse un fin de semana. Eran gente simpática, y enseguida empatizamos.
-¿Cómo es que vienes solo?-Preguntó ella en un momento dado de nuestra conversación.
-Lo cierto, es que es una larga historia-Contesté intentando desviar el asunto, pero muy cómodo con sus preguntas, por su compañía y por su conversación, pero tras tomar más cervezas de las que esperaba, caminé tranquilamente hasta el hotel, donde dormí profundamente.
Me levanté temprano para aprovechar el desayuno del hotel. El plan era visitar Lagos, comer allí y luego si me apetecía iría al Cabo San Vicente y a la Punta de Sagres. Aunque no sabía si hacerlo o no, pues todo estaba marchando de muy buen rollo.
Tan temprano como debía, recogí mi mochila, y con la cámara preparada puse rumbo a Lagos, tras poner sus datos en mi GPS.
Me gustó mucho la luminosidad de aquel lugar, le encontré en cierto sentido un cierto parecido a Cádiz.
Un castillo de costa muy similar al de Santa Catalina pegado a una playa ribeteada de piedras como la Caleta me hizo pensar en ello, aunque esta no tenía un balneario como la de Cádiz.
Un sol, brillante y atrevido, daba un toque especial en aquellas aguas claras y frías, adornando las tonalidades ya de por si llamativas de aquellas barcas de pescadores, que plácidamente amarradas aguardaban a sus dueños y que me llevé guardadas en mi cámara.
En un banco de un paseo sembrado de palmeras, me senté un momento a beberme un refresco. Mientras, como hormigas afanosas, los barqueros que ofertaban sus viajes a las formaciones rocosas, repartían folletos, y ofertaban de viva voz sus viajes a todo aquel que tuviera pinta de turista.
Quería montar en una de esas barcas, así que decidí dejarme abordar por uno de esos intrépidos relaciones públicas. No estaba siendo muy provechoso el regateo cuando vi andar por mitad del paseo a mis amigos los madrileños, que tan acaramelados como podían, caminaban en nuestra dirección con sendos helados.
Los incluí en la lista de pasajeros y conseguí rebajar cinco euros por cabeza, por lo que todos salimos ganando.
Mereció la pena el viaje, pues navegamos entre formaciones y acantilados de muy diversas formas. El barquero entre bromas y con su portugués mezclado, iba explicando los nombres de aquellos caprichos de la naturaleza, adentrándose entre ellas.
Una especie de bóveda fue lo que más me gustó, por su parte superior, un rayo de luz entraba, dando al agua un tono cristalino muy bonito, mostrando a mi cámara, un fondo inigualable, salteado por peces que tranquilos nadaban para nosotros.
Cuando acabamos comentamos el recorrido, y pese a que el mar había estado bastante tranquilo, el madrileño se había mareado. Su cara estaba blanca como las casas de aquel pueblo marinero.
Me sentí un poco culpable por haberlos embarcado un poco a la fuerza, así que decidí invitarlos a comer. Después de todo eran mi única compañía, y bastante majos.
Justo acabados los postres, pensé en el asunto. En contra de mi corazón, decidí que iría a ver la puesta de sol a la Punta de Sagres, justo en la barbilla de la península Ibérica.
La pareja declinó la invitación de venir, puesto que la chica prefería ver otras cosas, así que con la promesa de que quizás me tomara alguna copa esa noche con ellos, me despedí y puse rumbo al Cabo San Vicente.
Todo lo que veía estaba realizado tal y como lo imaginaba, enormes acantilados formando una muralla inexpugnable frente a un mar que bravo golpea con sus olas las rocas una y otra vez. Era el fin de la península Ibérica, era el fin de la tierra, el comienzo de la eternidad.
Me puse a hacer fotos como un poseso, quería captar aquel lugar como se me aparecía. Una figura sentada al borde de los acantilados observaba serena el horizonte marino. El sol, como una lenta piedra cansada de rodar, comenzaba a caer lentamente hacia él.
Decidí acercarme y contemplar sus últimos momentos desde aquel sitio privilegiado. La figura impasible, seguía con la vista puesta al frente, hacia el sol.
Me senté cerca de ella, pero sin mirarla, Quien fuera y yo, apenas teníamos importancia frente a aquella inmensidad. El sol, cada vez más triste y rojizo, bostezaba lentamente.
-Que sitio más impresionante, ¿Verdad?-Comenté por fin, a sabiendas de que rompía el encanto del momento en aras de la educación, quizás con alguien que ni me entendía.
-Verdad, era tal y como lo imaginamos tantas veces.
En aquel instante, la bufanda que se había quitado del cuello, fue arrastrada por una ráfaga de viento. Una cometa marrón que se retorcía camino del mar.
Y sentada junto a mí, Susana contemplaba el mar, tal y como lo habíamos planeado tantas veces.

domingo, 3 de abril de 2011

NADA QUE HACER.


A mi mujer no le gusta que le fastidie sus estrategias. Nerviosa aunque tranquila, lanza furibundas e inquisitivas miradas. Fugaces, destructivas, de esas que no hace falta que diga nada para saber exactamente qué es lo que piensa.
Todas en dirección al sofá donde permanezco sentado desde que acabé de emperifollarme. Aun rezumando aromas de perfume, con una raya al lado milimétricamente trazada en mi cabello y con mi mejor traje de los domingos.
La observo mientras los niños juegan despreocupados a su alrededor, bulliciosos y alegres, cumpliendo con creces en su propósito de alborotar con su juego del corre que te pillo. Pero intolerablemente desarreglados.
Suena entonces el teléfono, más triste que otros días, con un timbre casi lloroso.
- No vamos a poder ir a su casa- Dice a mi madre a través del auricular, sin dejar de mirarme ni un momento.- Mis hijos están repentinamente enfermos.
Y pienso entonces silencioso, pobre mama, otra batalla que perdemos.

martes, 22 de marzo de 2011

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 42: VIAJE CON NOSOTROS…


Debo reconocer que Internet es una herramienta maravillosa. Apenas levantado, dándole de mordiscos a una tostada previamente “enfoscada” con mantequilla, y sorbiendo un buen café, encendí mi portátil y me puse manos a la obra.
Apenas media hora después, tenía concretado un hotel en Portimao, y me había hecho un par de rutas por todo el Algarve desde las formaciones rocosas en la costa de Lagos, hasta Sagres y el Cabo San Vicente.
Lo mejor de todo, era que a esa altura del año, era temporada baja, y todo estaba muy barato, y sin apenas problemas de disponibilidad.
Debía dar solución al problema del desplazamiento, así que me puse a buscar combinaciones entre todas las posibles. Finalmente llegué a la conclusión de que iba a alquilar un coche desde aquí mismo.
Tenía el carnet desde que cumplí los dieciocho años, pero pese a la insistencia de Susana para que compráramos un coche, lo cierto es que teniendo los trabajos tan a mano, nunca me había planteado mantener un gasto tan innecesario.
Mi opinión había prevalecido, y sobre todo, cuando como en esta ocasión en que necesitaba un medio de transporte, yo me presentaba con uno alquilado, y siempre de una gama a la que no hubiéramos podido llegar como propietarios.
Feliz y resuelto, y despejado por la ducha matutina, fui a una empresa de alquiler de coches, donde reservé para cuatro días un Audi A3 negro metalizado que me tendió su sutil trampa visual nada más entrar por la puerta. Había salido tan asequible el viaje a fin de cuentas, que decidí que podía permitirme ese alquiler diario, por supuesto, superior a si hubiera sido un Opel corsa, o un Peugeot 307, con los cuales hubiera ido igual de bien.

Ahora solo me quedaba hacer la maleta y preparar todo lo que iba a necesitar, al día siguiente salía temprano.

Como todas las mañanas de salida de viaje, esta se despertó radiante pese a que estábamos en invierno. La maleta, de pie en el salón, parecía gritarme impaciente que nos fuéramos. Como un perro que espera a que su amo le lance un palo para ir diligente en su busca.
Una ducha caliente y colocarme la ropa que había elegido la noche anterior, me separó de salir por la puerta del piso, dispuesto a tomarme un buen desayuno, pero en algún bar de esos de carretera.
La tarde anterior, había recogido el coche, y había dormido tranquilamente en la plaza de garaje que deshabitada desde hacia tiempos inmemoriales, solo servía para albergar algunos restos de mobiliario desechado, y algunas herramientas inútiles.
Sentí un extraño placer al pulsar el botón de apertura automática, me sentía dueño del mundo, como si en mi mano tuviera al alcance toda la tecnología existente.
Abrí el maletero, y metí mi maleta. Ya estaba listo para devorar kilómetros hasta Portugal.
Pese a que se me hacía un poco raro conducir, sin duda, por falta de costumbre, me hice sin problemas con los mandos del coche. Era muy cómodo, pero robusto al mismo tiempo.
Al ser primera hora de la mañana, salía de la ciudad con mucha fluidez, al contrario de los miles de vehículos que apiñados en una gran cola, trataban de acceder a la ciudad, buscando sus respectivos trabajos. Eso sucedía porque era viernes, al día siguiente, toda esa cola sería un espectro, y todo se reduciría a quizás un transito moderadamente moderado.
Me coloqué unas gafas de sol, y más chulo que un ocho, puse un CD de los Dire Straits que había recogido de la estantería del salón junto con otros cuatro artistas seleccionados.
Apenas una hora de la salida pare en un bar de carretera, y di buena cuenta de un opíparo desayuno, rodeado de camioneros y todo tipo de viajantes que sin orden establecido, entraban y salían, haciendo coincidir sus destinos en ese punto determinado. En el local, reinaba un orden bullicioso, adornado por las luces alegres de las máquinas tragaperras, que con sus promesas de premios lanzabas anzuelos visuales a posibles peces humanos. En la barra, típicamente adornada, no faltaba ni un solo detalle, desde botellas alusivas a la Benemérita, hasta cuadros de plantillas de futbol, donde un jovencito Hugo Sánchez, lucía su redonda melena, junto con un flaco y pecoso Butragueño.
En mi mesa, y tranquilamente, preparé mi cámara, y comencé a lanzar mis primeras fotografías. Siempre me ha gustado captar todo lo que después voy a recordar.

Sin mucha novedad proseguí mi camino cada vez más hecho a los mandos de mi vehículo. Casi sin darme cuenta, había entrado en la provincia de Huelva, y en un suspiro veía a lo lejos el puente que separaba los dos países ibéricos.
Nada más cruzarlo, paré en un puesto de turismo que compartía espacio físico con dependencias de las dos policías, la española y la lusa.
Tenía información suficiente para que no me hiciera falta, pero decidí, que una guía turística podría ser buena también.
La chica fue muy amable, y se esforzó por hacerme ver las bondades de la costa portuguesa en nuestro idioma, informándome al detalle de todo lo que yo le iba preguntando.
Tenía reservada la habitación del hotel desde las doce del día. Eran casi las dos y media, así que debía ir pensando en algún sitio para comer.
Antes de llegar a Portimao, la chica me había aconsejado visitar Silves, un pueblo muy antiguo y con mucha historia. Así que decidí que podía comer allí, y luego visitar su famoso castillo, uno de los más antiguos de Portugal.
No fueron pocas las fotos que le hice a la entrada a un pueblo, que coronado por las murallas de un castillo, tenía un aire típicamente antiguo, tranquilo, poco agobiado aún por el turismo.
Ya el estomago me avisaba sin piedad de su falta de actividad, así que entré en un restaurante donde di buena cuenta de unas febras de porco, o sea, un plato bastante generoso de carne de cerdo, recomendación especial de un camarero tan atento como agradable.
Había comenzado con muy buen pie mis primeras horas de viaje, donde todo salía según lo planeado. Y aunque echaba de menos un poco de compañía con la que comentar lo bueno o bonito que veía, lo cierto es que la cosa pintaba bien.
No tuve problemas para hallar en Portimao el hotel, y una vez cumplimentados los requisitos de admisión, me acomodé en mi habitación, me di una buena ducha, y me tendí un en la cama a repasar en el visor de la cámara, las fotos que había realizado.
Un sopor repentino me invadió, y acabó por vencerme un sueño profundo y fugaz.
Podía permitírmelo, eran solo las cinco, y después de la visita a Silves, podía descansar un poco.
Abriendo mis brazos y piernas, como queriendo abarcar todo el espacio de aquella cama, pensé en cómo podía haber sido este mismo viaje con Susana.
Podía ponerme triste, pero no me lo iba a permitir. Quizás debía haber invitado a Cristina.

domingo, 6 de marzo de 2011

¿TODAVÍA SIGUE?




Exuberancia, que así se llamaba ella, coleccionaba curvas casi desde el mismo momento en que nació. Una suave melena de pelo rubio tintado coronaba una cabeza en la que un color rojo fuerte pretendía resaltar unos labios tan carnosos como sensuales.
Lo demás eran formas insinuantemente clásicas, unas caderas abundantes, un trasero todo en su sitio, y un pecho que dejaba sueltos unos redondos y abultados senos hechos quizás de imán, donde iban a posarse sin remedio las manos de hierro de Rogelio. Como decía, unas formas tan insinuantemente clásicas, que el pobre de Rogelio, siempre tan bruto, a la vista en uno de esos programas de la dos que se atrevió a emitir una imagen de las tres gracias, juró por Dios que iba a matar al Rubens ese, que había visto en pelotas a su tita, como él la llamaba cariñosamente. Exuberancia tuvo que convencerlo de que había pintado el cuadro muchos años antes, y que nadie la había visto en pelotas.
-¡Como que no vas a ir más al ginecológico ese!-Exclamó airado, más intentando disimular su error, que otra cosa.
Rogelio, era más bueno que el pan, aunque más bruto que un arado. Tan puesto en su viril papel, como en su faceta de inventor, donde sostenía que había hallado una manera de hacer empastes con castañas pilongas.
Quería a Exuberancia con locura, ella a él también, pero la guerra comenzaba por la noche cuando ambos ocupaban sus puestos en el lecho conyugal.
Exuberancia tenía la costumbre de adoptar en la cama una posición fetal, con su vista hacia la pared, y su espalda hacia Rogelio.
Rogelio no era malo, solo que tenía la necesidad de pegarse como una lapa al cuerpo de su amada. Así que sutilmente colocaba su mano en la cadera de Exuberancia, y lo demás se juntaba por pura física de los cuerpos.
-¡Ya estas otra ve con los pijasos!-Exclamaba entonces airada-¡Que asco tío!, ¡No sabe da ni una caricia, na mas que pijasos, que tengo que tené el culo morao.
-¡Anda ya!-Respondía entonces Rogelio meloso.-Eso no e el pijo, e el corason que se me escapa… por ahí. ¿Cómo tas quedao?-Preguntaba, comparando su ingenio poético con el de Bécquer o Góngora.
-Po que no haga tanto camino, coño, que la esparda está más cerca.
-¡Joe, tita!-Exclamaba entonces Rogelio.-Tu siempre está igual, no sabe que yo soy un macho ibérico y que estoy subencionao, si no me quitan la paga.-Decía entonces creyéndose su propia broma.-Además, tu tiene la curpa, pa que estás tan buena.
-¡Que hartura de tío!, te lleva to el día caliente perdió, y mirando a toa las tías.-Seguía entonces con su consabida retahíla.-¡Y no me digas más tita, carajote!
-¡ahyyyy, tita!-Decía entonces, pegándose todavía más.
-Suertame que si no, no puedo dormi. Concluía rotunda.-Además, hoy se ha muerto la muchacha de la telenovela y estoy descompuesta.
-Si esta supiera lo buena que está, haría lo mismo que yo-Terminaba Rogelio, resignado a que su ataque había sido repelido esta vez, pero preparando otro para la noche siguiente, o para la otra. Hasta que caiga.
Seguramente, Exuberancia cuando note las manos del pulpo Paul encima de ella volverá a pensar, ¿Todavía sigue?

miércoles, 2 de marzo de 2011

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 41: EL VIAJE

Aunque feliz e ilusionado, me sentía un poco raro. Un lunes a las diez de la mañana, y sentado en un bar, tomándome un buen desayuno, ¿y leyendo un diario?, parecía un sueño, pero era real.
Mi cuerpo se había hecho a la idea de un largo día de trabajo, y la verdad, este cambio le sentó de maravilla. Tal y como el aire fresco de esos primeros días de febrero que acariciaba mi cara con sus fríos dedos.
Ahora solo encontraba un problema, en que iba a emplear el tiempo de unas vacaciones de lo más sorpresivas.
Tampoco me iba a calentar la cabeza. Tenía mucho tiempo, y lo iba a aprovechar sin agobios. Lo primero que hice, fue llamar a casa para darle a mis padres la noticia de mi marcha. Mi madre se erigió como interlocutora parental y mostró mucho interés en los detalles del trabajo, rogándome que hiciéramos algo especial antes de marcharme. Acepté encantado, feliz por poder estrechar de nuevo unos lazos familiares que había estado cortado con mis reticencias.
Alguien me dijo una vez, que las casualidades pueden ser debidas a una especie de conexión telepática bastante remota que tenemos entre nosotros, el caso es que, mientras sopesaba la conveniencia de comentarle a Cristina o no mis planes de futuro, sonó mi teléfono móvil.
Mientras lo sacaba del bolsillo de mi cazadora, pensé que podría ser del trabajo, pero al ver su nombre en la pantalla, provocó en mí, una sonrisa.
-Buenos días señorita-Le contesté-¿Cuál es el motivo de su llamada?-Continué con mi patética imitación de operadora de la policía.
-Hola Manuel, tengo un problemilla, y me pregunté si tú podrías ayudarme-Me contestó con su tono habitual, dejando en el aire unas dudas razonables por la causa de ese problema que le hacía llamarme a esta hora de la mañana.
-Tú dirás-Me ofrecí.
-Es que tengo un DVD que me costó un dineral, y resulta que cuando pongo una película, se queda bloqueado, no sé qué hacer, y como tú eres tan manitas, me gustaría que me dieras tu opinión. ¿Estás en tu trabajo?-Quiso saber.
-No, estoy de vacaciones-Respondí.-No soy experto en esos aparatos, pero veré lo que puedo hacer.
Y le dí la seña de donde me encontraba. Ella tampoco trabajaba por diversos motivos que no me quiso explicar, pero lo cierto, es que en menos de media hora, se presentó allí, DVD bajo el brazo, y con esa sonrisa tan bonita con la que adornaba su cara.
Me reí de corazón con sus ocurrencias, me encontraba muy a gusto, quizás contagiado por la felicidad de encontrarme al libre albedrío. Estuve a punto un par de veces de decirle que el motivo de mis vacaciones era en realidad, mi marcha a Londres, pero todas las veces, opté por camuflar mis pensamientos.
Una hora más tarde, Cristina se iba tan sonriente como había aparecido, dejándome el aparato, al que prometí dedicarle además de desdeñosas miradas, toda mi atención en estos días.
Sin embargo, me daba la sensación de que quizás ella se había dejado algo en el tintero, como si algo no me lo hubiera querido contar.
Mis primeros días libres, transcurrieron un poco entre la rutina pausada y una cierta y no menos absurda inclinación hacia la limpieza exacerbada. Quería dejar mi casa lo más limpia posible antes de marcharme. Pensé en que podía alquilarla, pero no me atraía la idea. Quería encontrar intacto mi sitio cuando volviera, al fin y al cabo, no tenía problemas económicos.
Reconozco que me dio cierto ataque de nostalgia cuando fui a comunicar mi baja del gimnasio. Mientras el chico escudriñaba mis datos en su ordenador, o miraba la piscina cubierta a través del cristal que nos separaba.
Pese a no haber demasiada gente, movimientos lineales y acompasados de varios gorritos de colores diferentes, me recordaron que en aquellos miles de litros de agua, yo había comenzado a ahogar mis penas, y que ya casi se veían sus últimas pompitas elevándose aflorantes hacia la superficie.
También salí un par de noches, incluso quedé con Mario, al que comuniqué mi marcha a Londres. Por supuesto planteó una superdespedida de las suyas. Cosa a la que me negué.
No quería megafiestas que ya conocía como acababan, y mucho menos el final apoteósico que Mario proponía en cualquier club de alterne que todavía lo dejaran entrar.
Suspiró decepcionado, pero acató mi decisión, por lo que quedamos para otra noche.
Camino de mi casa, una idea vino a mi cabeza. Podía aprovechar un poco el tiempo haciendo un viaje. Muchas alternativas barajaba en mi cabeza, pero ninguna me seducía.
De pronto vino a mi cabeza el Algarve portugués. Susana y yo habíamos previsto hacer ese viaje juntos, pero finalmente se pospuso. No resistió el paso de los conflictos, y quedó vilmente relegado a “recuerdo de posible felicidad”.
Por qué no, un fin de semana cámara al hombro y en la playa, podría sentarme muy bien.
Cuando me levanté al día siguiente, mi vista se paró en seco sobre el DVD de Cristina, el cual reposaba sobre la mesa del salón. Ya había dado con el problema y no sin dificultad, lo había solucionado.
Había quedado en dárselo ese mismo sábado, así que rápidamente la llamé por teléfono para adelantar su entrega. Cristina escuchó atentamente los pormenores de mis pesquisas en la placa electrónica y en la lente del DVD, así como el motivo por lo que se lo daba antes de tiempo.
-¡Vaya envidia!, el Algarve-Dijo insinuante.-Nunca he estado allí.
Le expliqué que Susana y yo dejamos el viaje pendiente. Insinuó varias veces la disponibilidad que tendría para acompañarme, pero las tantas, le di unos tácticos capotazos. Quería hacer el viaje solo, hacer fotos, y no preocuparme de caer en unas garras tan bonitas como afiladas.
Nos despedimos al fin, y con aire resignado colgó, dejándome sin poderlo remediar, un aroma a desilusión que me dolía en el alma, pero que aflojaba un peso en mis alforjas ya de por sí cargadas de miedo.

miércoles, 26 de enero de 2011

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 41: RUTINAS

Sin necesidad de arreos, ni de picar espuelas, el caballo de mi vida fue volviendo poco a poco al trote de la normalidad.
Quizás fuera el inicio del nuevo año. Lo cierto es que veía un poco más lejanos aquellos acontecimientos que afligieron mi vida y entristecieron mi corazón.
Lo achaco a haber yacido junto a Cristina aquella noche. Aquella situación, además de haber apagado un fuego que abrasaba desde hacía tiempo mis genitales como si del coloso en llamas se tratara (salvando mis modestas diferencias), insufló en mí ánimo, una valiosa carga de moral.
Volví con fuerza a todas las rutinas que tenía pendientes. Con tanta fuerza como se inician los propósitos que luego casi a finales de mes a más tardar, vuelven a evaporarse cocidos junto al agua de la costumbre. Porque el hombre al fin y al cabo, es un animal que se pierde en sus costumbres.
Lo bueno era, que mi corazón parecía haber aceptado su condición de caballo perdedor en una carrera en la que los demás equinos después de haber salido como exhalaciones, estaban ya en sus cuadras metidos, mientras el saltaba los primeros obstáculos y montado por un jinete de ciento cuarenta kilos.
Volví a correr al parque algunas tardes en semana. Me sentó bastante bien después de tanto exceso navideño.
Me reencontré por supuesto con Noelia, con la que coincidí algunas tardes. Seguía como siempre, puede que incluso mejor, pues me costaba mucho seguir su ritmo de carrera.
Quedamos a cenar y conocí a su novio, un chico tan sencillo y simpático como ella. Ambos insistieron en que un cambio de vida era lo que me hacía falta, y sobre todo que encontrar pronto un clavo que sacara el otro que tenía clavado.
Pero pensar en otra relación no era todavía tan sencillo para mí. Tenía algún chip activado en mi mente que repelía la palabra “relación”.
Por cierto, ni rastro de aquel mal entendido que tuvimos, y por el que en el colmo de la desconfianza, buscaba en la cara del novio de Noelia, cualquier mueca o gesto que delatara un supuesto enfado conmigo que por supuesto no demostró en ningún momento. Y es que a veces uno se monta sus propias paranoias.
Cristina me llamó una tarde con la intención de que tomáramos una copa, pero alguna extraña sensación, me hizo rehusar con una excusa su invitación. Me sentía bien con ella, pero algo me hizo echarme atrás. Quizás fuera ese misterioso chip.
El nuevo año me había deparado un aumento de sueldo que no esperaba. La empresa había considerado mi antigüedad, así que en mi nomina y en mi orgullo, habían más motivos para ir contento al trabajo. Además, D. Aurelio me lo había notificado en persona.
Y es que algunas veces, que te alaben, vale más que el dinero contante y sonante. Aunque cierto es, que esto último es lo que te queda y lo que se puede aprovechar.
Tampoco fue esta la única buena noticia que me dieron en el trabajo. Dos días más tarde, D. Aurelio volvió a llamarme a su oficina.
-Buenas D. Aurelio, no me diga que ya se han arrepentido de la subida que pensaban darme-Dije mientras tomaba el asiento que me había ofrecido.
-No hombre-Respondió incapaz como era algunas veces de pillar una broma.-Tengo que darte una noticia. Tu solicitud para el puesto en Londres ha sido aceptada.
-Dios-Solté, pues aunque llevaba esperando el resultado todo el mes, en ese preciso momento no me acordaba del asunto.
-Desde este momento estás de vacaciones, tienes un mes y medio para incorporarte. En el departamento de personal te darán todos los detalles que te harán falta sin duda- Y lo dijo el tío, tan mecánicamente como un robot. Sin pensar, que anunciaba con aquellas frases dichas en un tono que no reflejaba ningún sentimiento, un cambio de vida para mí.
-¿Cuándo empiezan mis vacaciones?-Pregunté todavía desorientado.
-Ahora mismo si quieres. Puedes recoger tus cosas.
Un mes y medio de vacaciones. Casi nada. No había tenido nunca tantas vacaciones seguidas, así que después de recoger en una caja las cuatro cosas que tenía en la taquilla, salí por la puerta de las oficinas muy contento. Respirando un aire diferente, el aire nuevo que entraba en mis pulmones de una mañana de lunes que no esperaba respirar, pues debía estar dentro de la oficina.
La empresa tenía todo bastante controlado, incluso tenía reservado ya los billetes de avión para el día antes de mi entrada en el nuevo trabajo, así, que lo único que tenía que hacer, era disfrutar de las vacaciones.

lunes, 17 de enero de 2011

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 40: ¡MOJANDO EL CHURRO POR FIN!

Aquella cita que no esperaba con Cristina fue lo único destacable de aquella noche que había dejado de tener magia para mí. Pasamos un buen rato charlando y contándonos planes para el día de reyes que siquiera me dejaría un par de agradecidos tarros de colonia, pero sin pizca de ilusión.
Le pague como honrado que soy la explicación que sin duda le debía, y a la que restó importancia, asegurando que me entendía perfectamente. Contar mi vida privada a gente que apenas conocía, comenzaba a convertirse en una rutina demasiado habitual. No me reconocía.
Abriendo mucho aquellos ojos verdes, Cristina escuchaba sin hablar las palabras que salían de mi boca, y a las que no pusieron freno mi vergüenza y desconfianza.
También me dijo como consiguió mi número de teléfono, había sido el chico del gimnasio. Por lo visto era buen amigo suyo, y con el pretexto de que me conocía, y que lo había perdido, este se lo dio.
-No sé cómo has querido volver a tomarte una copa conmigo-Le dije mientras me sentaba y dejaba sobre la mesa dos cervezas que venían conmigo desde la barra.-Pensé que estarías enojada conmigo.
-¿enojada yo?-Dijo sonriendo.
-Es que tienes mucho genio-Le solté de sopetón.
-Oyeee-Respondió haciendo un gracioso ademán de darme un guantazo.-He venido porque me siento bien contigo, no sé cómo explicarlo, el otro día te portaste muy bien conmigo, y cuando hablamos, me siento muy a gusto.
Yo también me sentía muy bien, tanto que aquella conversación duró hasta altas horas de la madrugada, por mucho que le insistía en que si no se acostaba temprano los reyes no le traerían nada, ella no se quería marchar. Nos fuimos del pub a una discoteca y estuvimos bailando, riendo y sin dejar de beber.
-Gracias Cristina-Le dije mirando una cara muy fácil de observar y provocando en ella una graciosa mueca de sorpresa.
-Has hecho que me anime justo cuando más lo necesitaba-Y rocé con mis dedos sus sonrojadas y suaves mejillas.
-Ya es hora de que me vaya, todavía no he llegado a casa desde que salí de trabajar.
Entonces me topé con su amable negativa, rogándome que no me fuera y la dejara sola. Así que la invité a acompañarme a casa si quería.
Cristina aceptó y juntos nos fuimos caminando sobre una alfombra de confeti, caramelos pisados y bajo las tristes luces amarillentas de unos alumbrados navideños que ya carecían de sentido, y cuyas estrellas y velas con bolas, seguro deseaban que fuera de nuevo Nochebuena.
Pero con el día de reyes, la navidad acababa. Sin embargo, aquella noche comenzaban a pasarme cosas de nuevo buenas para mí.
Cuando llegamos a la puerta de mi casa, me sentí un poco ridículo, jamás me habían acompañado a la puerta de mi casa, y menos una mujer.
Me parecía un atentado contra la caballerosidad, y así, se lo hice saber a Cristina. Debía haber sido yo el que la acompañara a ella.
-Sube y te invito a una última copa-Le dije, y juro que lo hice por atención hacia ella, por no dejarla que se fuera como una pasmarota por donde había vendido.
Cristina volvió a aceptar. Tenía ganas de morirme cuando recordé que no limpiaba la casa desde el fin de semana, así que no pude evitar sentirme como una perfecta ama de casa, o sea, avergonzado mientras subía las escaleras.
No obstante, a ella pareció no importarle en absoluto, se dedicó a observar todo con una sonrisa.
En el salón, le indiqué que se sentara en el sofá y sugerí varias bebidas posibles. Pero no quería beber nada, lo único que deseaba, era que me sentara junto a ella, así que me agarró obstinada, dispuesta a acomodarme como fuera.
Me resistí, y lo único que recuerdo, es que sus manos cogieron mi cuello, las mías que nunca han sido mancas, agarraron su cintura, y como las leyes de la metafísica mandan, nuestras caras se acercaron, y no por sus lentos movimientos en las orbitas siderales que ocupaban, se pudo evitar que colisionaran en un apasionado beso.
Todavía no me explico cómo sucedió, pero mis manos comenzaron a responder mecánicamente a unos pensamientos obscenos bastante mecánicos que tenía escondidos desde puede que más de un año sin hacer un acto sexual nada más que solitario.
Como si fuera un Vishnú en toda regla, mis en brazos comenzaron un peregrinar tranquilo por todo rincón de aquel bello cuerpo de mujer que Cristina tenía escondido tras un vestido de fulminante genio.
No sé en qué punto, pero poco a poco fuimos venciendo el pudor y entrando en una danza que nos llevó a quitarnos la ropa con desesperación.
Prometo que ya no quedaba nada en mí de la media borrachera que habían provocado las bebidas de la tarde, y seguro que en ella tampoco. Poco a poco se diluyó en un rio de pasión que provocaba el tacto de esa piel tan sedosa, el roce de unos labios de caramelo o la simple vista de esos ojos verdes que me comían con su mirada.
Me parecía mentira sentir tantas sensaciones extrañas pese a que el acto en si no era nuevo para mí.
El despertar del día siguiente fue más pronto de lo habitual, pues cuando Cristina se dio cuenta de donde estaba, decidió que tenía que salir pitando.
Me sentía un poco ruborizado, pero me reconfortó saber que recobrábamos el estatus Quo, y con la misma cordialidad que antes de aquella noche. Me dio dos besos y sin dejar que la acompañara, se fue deseando que nos viéramos en otra ocasión.
Supongo que la sonrisa, los ojos medio entornados y en definitiva, la cara de tonto que vi al entrar dentro y reflejarme en el espejo de la entrada era la que había tenido todo el tiempo. Tonto, pero por fin bastante feliz.

viernes, 7 de enero de 2011

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 39: SALIENDO DEL LETARGO

Dos días me duró el letargo emocional al sumió mi cuerpo aquel incidente que no esperaba y que llenó mi mente otra vez de dudas e hipótesis.
Púes si, lloré de rabia nada más llegar a mi casa. Me sentía como una especie de ser desequilibrado, zarandeado por el viento de las circunstancias y que no conseguía desembarazarse de una vez por todas, de ese peso de dolor, puede que celos e incluso de amor. Un amor que se resistía a salir de la cama caliente de mi corazón a una mañana fría, con grados bajo cero, y por mucho que yo le ofrecía ropa de abrigo y le rogaba que se fuera.
No podía ser, hacia tres meses que me había divorciado, ¿por que no podía aceptar la situación como cualquiera lo haría? ¿Por qué no podía olvidarlo todo?, ¿Por qué no podía olvidarla?
Cuando precisamente creía estar mejorando, aparecía como un fantasma que desmontaba mi castillo de palillos de diente con un pequeño soplido de aire.
De todos modos, esta vez me sorprendió una ola de sensatez que no había experimentado antes en estos estados de mi mente. Hice una llamada a Valeria.
Durante casi una hora, sus ánimos y su punto de vista, me hicieron replantearme una situación que me abocaba, que me exasperaba por lo vulnerable que me hacía.
La mañana de vísperas de reyes, fui a trabajar pese a que era día libre. Tenía unas pruebas que dejé pendientes adrede.
Me había refugiado en el trabajo como método de escape, y había empezado enero como un campeón, saliendo el último y entrando de los primeros, con la consiguiente alegría de mi jefe.
Antonio y yo teníamos que probar la resistencia de los fusibles de unas placas que se aseguraba eran defectuosos. Yo defendía a capa y espada que en realidad el fallo estaba en los códigos que programaban la tensión a aplicar a las mismas.
Caminé por el pasillo de la oficina buscando las llaves de la taquilla del taller que estaban en mi mesa. Todo estaba solitario, en un silencio apenas violado por el leve zumbido de los discos duros de los ordenadores de mis compañeros que nunca estaban apagados y que parecían querer llamar con sus pequeñas vocecillas metálicas.
Parece mentira, con lo que siempre me había molestado trabajar cuando todos estaban en casa, y yo allí haciéndolo por cuenta propia. Sentía melancolía por ellos, me los imaginaba en bucólicos parajes, riendo unos, soñando otros cubiertos de mantas en lechos aterciopelados, incluso algunos borrachos por la juerga de la noche anterior.
Al pasar por la puerta del despacho de D. Aurelio, mi vista fue a clavarse en el tablón de anuncios que como si de una ventana marrón de tratara, flanqueaba la misma, siempre llenas de comunicados internos, y de anuncios interesantes las pocas veces.
Esta vez una hoja llamó mi atención. Clavada con chinchetas en una posición no precisamente horizontal, informaba a cualquier interesado, de unas plazas vacantes en Londres, entre ellas, había dos de mi puesto.
Seguí caminando hasta mi oficina, pero dándole vueltas al asunto, pues si en una primera impresión el desinterés había sido mi primera reacción, con el paso de los minutos, la idea había pasado a ser de impensable a no tan descabellada.
Yo no tenía problemas con el idioma, incluso podría servirme como práctica definitiva para mí ya bastante buen inglés. Además, un cambio de vida era precisamente lo que necesitaba.
Antonio hizo con su presencia que me olvidara del asunto, pero me convencí a mi mismo para que D. Aurelio me informara de las posibilidades reales que tendría en caso de pedir la plaza.
El día se fue volando, cuando quise darme cuenta, prácticamente eran las seis de la tarde. Ciertamente el día había dado para mucho, incluso para ganarle una apuesta a Antonio, pues efectivamente, descubrimos que el problema no era de las placas, tal y como suponía.
Antonio también estaba muy contento, pues este experimento fuera de jornada laboral, nos iba a reportar bastante reconocimiento, incluso puede que “pingües estipendios” (si se me permite).
Un café y una cálida despedida, pusieron punto final al trabajo. Maleta en mano, caminé por la ancha avenida donde se ubicaba el edificio donde trabajaba y pese a que estuve a un par de pasos de la boca de metro, decidí dar un paseo andando.
El sol, caía perezoso en su dulce sueño, y un frescor nocturno invadió poco a poco la atmosfera. La noche estaba presta a comenzar.
Parecía una broma del destino, un día que siempre había sido para mí de ilusión se presentaba cuando más lejos se había ido esa palabra de mi vida, era noche de reyes y yo en mi mundo.
Tras escuchar los ecos musicales de las cabalgatas que se mezclaban en el aire con el olor a castañas asadas y la algarabía de los pequeños, que tirando prácticamente de sus padres recorrían aquella avenida, me acordé del evento.
Seguí caminando hasta llegar a la cabalgata. Como si estuviera viendo el desfile del año nuevo chino, observé la algarabía de la comitiva real.
Los más mayores, perseguían el caramelo volante que caían del cielo por obra y gracia de unos reyes de todos los colores que sobre sus carrozas, seguro que tendrían al día siguiente unos importantes dolores de hombros.
Tan entretenido estaba, que casi no me di cuenta de que desde mi bolsillo derecho, el teléfono móvil tocaba desesperado su melodía, intentando captar una atención que yo tenía dedicada en esos momentos al paso de sus majestades.
-Hola, ¿con quién hablo?- Pregunté a la persona que se encontrara detrás de aquel número desconocido para mí.
-Hola Manuel, soy Cristina. ¿Dónde te metes chico?-Respondió una voz tan animada como la cabalgata, y a la que me costaba oír por el sonido de la misma.
-Pues mira, estoy en una cabalgata, ¿donde estás tú?-Dije alzando la voz, esperando hacerme oír.-por cierto, ¿Cómo has conseguido mi número?
-Ya te lo contaré en persona-Respondió haciéndome sonreír-¿Quieres tomar una copa?
Acepté contento, quizás la noche de reyes tampoco fuera a ser tan aburrida. Además le debía una explicación.