martes, 22 de marzo de 2011

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 42: VIAJE CON NOSOTROS…


Debo reconocer que Internet es una herramienta maravillosa. Apenas levantado, dándole de mordiscos a una tostada previamente “enfoscada” con mantequilla, y sorbiendo un buen café, encendí mi portátil y me puse manos a la obra.
Apenas media hora después, tenía concretado un hotel en Portimao, y me había hecho un par de rutas por todo el Algarve desde las formaciones rocosas en la costa de Lagos, hasta Sagres y el Cabo San Vicente.
Lo mejor de todo, era que a esa altura del año, era temporada baja, y todo estaba muy barato, y sin apenas problemas de disponibilidad.
Debía dar solución al problema del desplazamiento, así que me puse a buscar combinaciones entre todas las posibles. Finalmente llegué a la conclusión de que iba a alquilar un coche desde aquí mismo.
Tenía el carnet desde que cumplí los dieciocho años, pero pese a la insistencia de Susana para que compráramos un coche, lo cierto es que teniendo los trabajos tan a mano, nunca me había planteado mantener un gasto tan innecesario.
Mi opinión había prevalecido, y sobre todo, cuando como en esta ocasión en que necesitaba un medio de transporte, yo me presentaba con uno alquilado, y siempre de una gama a la que no hubiéramos podido llegar como propietarios.
Feliz y resuelto, y despejado por la ducha matutina, fui a una empresa de alquiler de coches, donde reservé para cuatro días un Audi A3 negro metalizado que me tendió su sutil trampa visual nada más entrar por la puerta. Había salido tan asequible el viaje a fin de cuentas, que decidí que podía permitirme ese alquiler diario, por supuesto, superior a si hubiera sido un Opel corsa, o un Peugeot 307, con los cuales hubiera ido igual de bien.

Ahora solo me quedaba hacer la maleta y preparar todo lo que iba a necesitar, al día siguiente salía temprano.

Como todas las mañanas de salida de viaje, esta se despertó radiante pese a que estábamos en invierno. La maleta, de pie en el salón, parecía gritarme impaciente que nos fuéramos. Como un perro que espera a que su amo le lance un palo para ir diligente en su busca.
Una ducha caliente y colocarme la ropa que había elegido la noche anterior, me separó de salir por la puerta del piso, dispuesto a tomarme un buen desayuno, pero en algún bar de esos de carretera.
La tarde anterior, había recogido el coche, y había dormido tranquilamente en la plaza de garaje que deshabitada desde hacia tiempos inmemoriales, solo servía para albergar algunos restos de mobiliario desechado, y algunas herramientas inútiles.
Sentí un extraño placer al pulsar el botón de apertura automática, me sentía dueño del mundo, como si en mi mano tuviera al alcance toda la tecnología existente.
Abrí el maletero, y metí mi maleta. Ya estaba listo para devorar kilómetros hasta Portugal.
Pese a que se me hacía un poco raro conducir, sin duda, por falta de costumbre, me hice sin problemas con los mandos del coche. Era muy cómodo, pero robusto al mismo tiempo.
Al ser primera hora de la mañana, salía de la ciudad con mucha fluidez, al contrario de los miles de vehículos que apiñados en una gran cola, trataban de acceder a la ciudad, buscando sus respectivos trabajos. Eso sucedía porque era viernes, al día siguiente, toda esa cola sería un espectro, y todo se reduciría a quizás un transito moderadamente moderado.
Me coloqué unas gafas de sol, y más chulo que un ocho, puse un CD de los Dire Straits que había recogido de la estantería del salón junto con otros cuatro artistas seleccionados.
Apenas una hora de la salida pare en un bar de carretera, y di buena cuenta de un opíparo desayuno, rodeado de camioneros y todo tipo de viajantes que sin orden establecido, entraban y salían, haciendo coincidir sus destinos en ese punto determinado. En el local, reinaba un orden bullicioso, adornado por las luces alegres de las máquinas tragaperras, que con sus promesas de premios lanzabas anzuelos visuales a posibles peces humanos. En la barra, típicamente adornada, no faltaba ni un solo detalle, desde botellas alusivas a la Benemérita, hasta cuadros de plantillas de futbol, donde un jovencito Hugo Sánchez, lucía su redonda melena, junto con un flaco y pecoso Butragueño.
En mi mesa, y tranquilamente, preparé mi cámara, y comencé a lanzar mis primeras fotografías. Siempre me ha gustado captar todo lo que después voy a recordar.

Sin mucha novedad proseguí mi camino cada vez más hecho a los mandos de mi vehículo. Casi sin darme cuenta, había entrado en la provincia de Huelva, y en un suspiro veía a lo lejos el puente que separaba los dos países ibéricos.
Nada más cruzarlo, paré en un puesto de turismo que compartía espacio físico con dependencias de las dos policías, la española y la lusa.
Tenía información suficiente para que no me hiciera falta, pero decidí, que una guía turística podría ser buena también.
La chica fue muy amable, y se esforzó por hacerme ver las bondades de la costa portuguesa en nuestro idioma, informándome al detalle de todo lo que yo le iba preguntando.
Tenía reservada la habitación del hotel desde las doce del día. Eran casi las dos y media, así que debía ir pensando en algún sitio para comer.
Antes de llegar a Portimao, la chica me había aconsejado visitar Silves, un pueblo muy antiguo y con mucha historia. Así que decidí que podía comer allí, y luego visitar su famoso castillo, uno de los más antiguos de Portugal.
No fueron pocas las fotos que le hice a la entrada a un pueblo, que coronado por las murallas de un castillo, tenía un aire típicamente antiguo, tranquilo, poco agobiado aún por el turismo.
Ya el estomago me avisaba sin piedad de su falta de actividad, así que entré en un restaurante donde di buena cuenta de unas febras de porco, o sea, un plato bastante generoso de carne de cerdo, recomendación especial de un camarero tan atento como agradable.
Había comenzado con muy buen pie mis primeras horas de viaje, donde todo salía según lo planeado. Y aunque echaba de menos un poco de compañía con la que comentar lo bueno o bonito que veía, lo cierto es que la cosa pintaba bien.
No tuve problemas para hallar en Portimao el hotel, y una vez cumplimentados los requisitos de admisión, me acomodé en mi habitación, me di una buena ducha, y me tendí un en la cama a repasar en el visor de la cámara, las fotos que había realizado.
Un sopor repentino me invadió, y acabó por vencerme un sueño profundo y fugaz.
Podía permitírmelo, eran solo las cinco, y después de la visita a Silves, podía descansar un poco.
Abriendo mis brazos y piernas, como queriendo abarcar todo el espacio de aquella cama, pensé en cómo podía haber sido este mismo viaje con Susana.
Podía ponerme triste, pero no me lo iba a permitir. Quizás debía haber invitado a Cristina.

3 comentarios:

  1. bastante bien , muy detallado y explicito ahora el detalle de los Dire Straits es buenisimo

    ResponderEliminar
  2. Lo de "moderadamente moderado" es a propósito? Si no, suena a piciazo. Pero en fin, se te puede perdonar porque el resto está impecable; nos mantiene a la espectativa de que pase algo, que esperemos ocurra en el siguiente capítulo.

    ResponderEliminar
  3. Estoy seguro que lo moderadamente moderado es a propósito y me encanta. También me gustan las metáforas de la maleta como un perro moviendo la cola y de esperar que pique algún humano.
    Muy ingenioso

    ResponderEliminar

me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.