jueves, 9 de julio de 2009

EL CONVENTO VI.


Pasada una hora del comienzo de aquel banquete, ya no podía probar ni un solo bocado más, creo que mi estomago se había acostumbrado a la lastimosa dieta que llevábamos hasta el momento, y protestaba por el exceso de trabajo al que estaba siendo sometido. Los demás comensales habían dejado también de comer, probablemente aquejados del mismo mal, aunque los vasos del Capitán y del padre Cirilo no habían dejado de estar llenos. Me parecía increíble lo rollizo que se mostraba aquel militar con dos copas de más, había hablado conmigo aquella noche más que en todos estos días. No paraban de reír, y de gritar repetidos y exaltados Viva España, que se me antojaban destructores de la paz que debía haber en aquel recinto sagrado, y que aquel clérigo debía ser el primer interesado en salvaguardar, sin embargo se mostraba más “papista” que el papa, si se me permite.
Mientras tanto, el destacamento de soldados, permanecían en el patio. Habían terminado sus cenas, principalmente Cordero, como su condición de musulmanes mandaba, alegres por haber disfrutado una verdadera comida, aunque ellos solo habían bebido agua.
Llegó un momento en que aquellos dos individuos apenas si se mantenían en pie. El Sargento y el Cabo apenas si habían probado el vino, y observaban serios y desconfiados todos los movimientos del Capitán.
Cuando parecía que ya no podía estar más borracho, El Capitán Espinosa soltó el vaso de un golpe sobre aquella vasta mesa de madera, dejando una gran mancha color carmín en el que hasta no hacía mucho blanquísimo mantel. Dando unos ridículos tumbos que trataba de evitar en vano, salió por la puerta. Parecía un bebe gigante que comenzara a dar sus primeros pasos.
Todos los soldados menos los que estaban de guardia, permanecían reunidos junto a un fuego que habían prendido a unos cuantos pasos de los camiones, a su total discreción. Aquello no le agradó mucho al Capitán. Su cara enrojeció de furia aun más de lo que los efectos del alcohol habían logrado hasta ahora. Dando unos gritos descomunales, la emprendió a golpes y patadas con uno de sus subordinados, que sentado junto a la rueda de un camión, se había quedado dormido. No pude si no horrorizarme ante el furibundo ataque que estaba sufriendo aquel pobre soldado. Ciego de ira, le golpeaba una y otra vez, sin que nadie hiciera nada al respecto. Se había cebado especialmente con la cabeza de aquel pobre chico, que ante el inesperado ataque no pudo repeler el primer golpe, e inconsciente estaba recibiendo una paliza que podría resultar mortal si no hacía nadie nada por evitarlo. De su ensangrentada boca no podían salir siquiera los quejumbrosos gemidos de dolor con los que contestó la agresión. El Sargento viendo el cariz que estaban tomando los acontecimientos, decidió un tanto inseguro agarrar a aquel animal por los hombros e intentar disuadirlo para que abandonara tan vil acción. Pero este reaccionó también con violencia, dando un empujón al suboficial, que solo logro calmarlo recordándole que podían tomarse una copa más.
Así que agarrando por los hombros al Sargento y riéndose ostentosamente, volvió a entrar en el comedor, dejando en el suelo al soldado, que entonces fue atendido por sus compañeros, inmóviles estatuas de piedra ante el injusto vendaval que había ocasionado aquel trastornado ser que tuve la mala suerte de conocer, si hasta entonces solo me había causado un poco de pavor y un poco de desconfianza, ahora lo veía como a un ser repulsivo y abusador, que por saberse superior en rango se permitía ultrajar a sus compañero de fatigas, totalmente merecedor de mi total desprecio.
Decidí quedarme allí afuera, y no seguir a aquel desalmado y a su corte, me empezaba a dar nauseas el modo en que el padre Cirilo lo seguía, como un perrillo faldero, y más cuando vi como seguía impertérrito la paliza, sin hacer nada por el soldado, como si aquel musulmán no fuera una persona.
Allí me envolví en el silencio de la noche, que me arropó con un ligero viento fresco que venía de las montañas, y con los embriagadores olores de las flores de una dama de noche que colgaba de una tapia que localice dando un vistazo general y ayudado por una brillante luna llena que iluminaba ahora con intensidad blanca como el azúcar.
Una mano en mi hombro me sacó de mis pensamientos, era el Cabo que me anunciaba que nos debíamos retirar a nuestros aposentos a dormir. El Capitán se había ido ya, o mejor dicho, tuvieron que subirlo entre el Sargento y el Cabo hasta la recamara que habían dispuesto para él.
Las autoridades eclesiásticas habían dispuesto unas antiguas celdas que usaron en su día las monjas que inicialmente ocuparon el monasterio. Habían acondicionado cuatro, así que estuve casi a punto de dar las gracias a Dios por poder de nuevo sentir un colchón bajo mi espalda. Pero en vez de eso decidí subir la estrecha y sinuosa escalera que conducía a las celdas.

1 comentario:

  1. Parece enteramente que has vivido esa situación. O al menos que conociste bien de cerca aquellos años de represión y dura militancia que nos vino por la fuerza.
    La narración se muestra interesante, independientemente del desenlace al que conduzca.
    Mis felicitaciones.

    Ta´luego.

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me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.