sábado, 13 de febrero de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


Estacion de metro. Ernest Descals.

CAPITULO 9: OPERACIÓN: RESCATANDO VIEJAS AMISTADES.

Mitigué el balanceo del vagón del metro agarrando fuertemente la barra que colgaba sobre mi cabeza con la mano derecha.
El vagón iba extrañamente más vacio que de costumbre. Dos albañiles dormitaban juntos, sentados en sus asientos, pareciendo más una pareja de enamorados que dos compañeros de curro, con sus cabezas prácticamente juntas.
En otro asiento pero a mi izquierda, un representante leía con avidez el diario, usando su maleta a modo de mesa apoyándola en sus piernas. Su traje impecable y su diario arrugado, daban un contrapunto anodino a aquel vagón.
El fin de semana se acercaba rápido, corriendo a galope tendido, y la verdad, es que tenía muchas ganas de que llegara. Y sobre todo, después de haberme pasado el último prácticamente metido en la oficina, por culpa del dichoso proyecto.
Pero el proyecto, ya había sido expuesto y entregado, así que nada impedía que pudiera salir de nuevo. Esta vez, iba a tratar por todos los medios de que no ocurriera lo mismo que la última vez. De hecho, llevaba un par de días dándole vueltas al asunto, buscando la fórmula para volver a disfrutar de cualquier salida, justo como lo hacían los demás.
A la llegada de las distintas paradas del metro, los carteles mostraban chicos y chicas elegantes, vestidos a la moda, y ofreciendo una imagen de sofisticación y de bienestar, que invitaba al optimismo.
Siempre he desconfiado un poco del poder de la publicidad, pero quizás en estos momentos debía dejarme llevar por su mensaje, así que sin pensármelo dos veces, me bajé en la estación que me dejaba más cerca a un centro comercial. Era hora de comenzar a actuar.
Gracias a la Diosa rentabilidad, las grandes superficies tienen un horario de cierre que permite aun habiendo trabajado por la tarde, tres o cuatro horas para poder adquirir lo que quiera. Así que caminé tranquilamente por sus calles, observando la algarabía de gente, y parándome de vez en cuando frente a los escaparates, intentando buscar alguna ropa de mi gusto entre la legión de inexpresivos maniquíes, que los habitan.
Recuerdo las veces que iba de compras con Susana, prefería abrir una zanja a pico y pala que aguantar una tarde rebuscando sin descanso alguna prenda que se ciñera a unos estrictos cánones que ella misma se auto-imponía, y que parecía no haber sido diseñada. Lo pasaba muy mal, pero me duele reconocer que ahora me gustaría que me asesorara.
Finalmente, me decidí por una tienda de ropa casual, quizás un polo y unos vaqueros podían renovar un poco mi obsoleto armario. No obstante, tuve que meterme en el probador para ver la talla de mis pantalones. La verdad, es que nunca me preocupé de nada de eso, ahora me daba cuenta de que quizás era menos independiente de lo que creía.
Una cuarenta y cuatro rezaba en la etiqueta de mi pantalón, pero me había quedado tan delgado, que quizás una cuarenta y dos sería la mía. Así que me puse a buscar en uno de los estantes alguno de esa talla.
Absorto estaba entre vaqueros, cuando una voz me habló a mis espaldas. Una voz que quería reconocer, pero que no iba a hacerlo sin darme la vuelta.
-¡Hombre Manuel! Cuanto tiempo sin verte. Dijo la voz amistosamente, mostrando una sincera sorpresa.
Se trataba de Juan, uno de mis viejos amigos, que con un niño pequeño en brazos, y acompañado de una mujer, que supuse era su compañera o incluso esposa, me miraba sonriente.
Nos dimos un abrazo que aprisionó al niño entre nuestros pechos, y que asustó al pobrecillo. Me alegraba sinceramente de verlo. Juan formaba parte de la pandilla con la que comencé a salir a la calle los fines de semana.
Evocó en mí muy buenos recuerdos, y la antigua alegría juvenil que nos rodeaba siempre volvió con fuerza a brotar de nuestra conversación. Hablamos de los viejos tiempos, de nuestras anécdotas, de los respectivos trabajos, y de cómo nos había cambiado la vida a todos.
Pero la cara de hartazgo de su esposa forzó una despedida que ninguno de los dos queríamos. Nos citamos para tomar algo alguna vez, aunque en la cara de su señora se dibujó fugazmente un preludio de improbabilidad.
Aunque me dejó una buena idea, era hora de buscar que fue de toda la peña, quizás alguno estuviera por ahí disponible…

5 comentarios:

  1. Me gusta, tu claridad y frescura narrativa me ha transportado al Bahía sur, y he presenciado la situación que nos has contado. He podido imaginar hasta la cara de malaje de la mujer...¿esto no lo he vivido yo antes?.

    Muy bien, te superas a pasos agigantados. Besitos.

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  2. Bueno es recurrir a las peñas de antiguos amigos, aunque supongo que el prota se llevará otra decepción, pero ¿que pasó con la chica que coincidó con él en el parque mientras corría?. Estoy seguro que nos la volverás a traer, pero está muy bien logrado no ponmerla de inmediato, da forma de que el texto es más novela y menos relato corto.

    José maría

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  3. muy bien dani e visto la escena contanta claridad que parecia estar presente.¡¡felicidades!!

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  4. Esto marcha viento en popa. Bien Dani, sigue con esta tónica fresca y jovial.
    Ya te queda menos para poder llamarlo LIBRO.

    Un abrazo.

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  5. quillo Mario no será ese Juan, con mujer, niño y comprando en el bahía, no???

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me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.