domingo, 16 de mayo de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 20: PRIMEROS EJERCICIOS DEL LEÓN.

Pese a mis recelos, el experimento culinario no salió tan mal como me temía. Realmente, no es que fuera una exquisitez, pero tampoco como para hacer vomitar a una cabra, así que quedé satisfecho de mi primer intento.
Eso si, evidentemente, mi nivel no daba ni por asomo como para invitar a Noelia. No quería perder tan pronto la amistad que empezábamos a tener. Aunque eso sí, iba a practicar con más asiduidad. El olor del refrito que subía etéreo en su camino a la campana extractora, y ver sobre mi mesa de cocina algo más que servilletas y cartones de pizza, aunque parezca una tontería, me hizo sentir muy orgulloso de mi. Siempre me gustó enriquecer mi vida, esto a buen seguro lo iba a conseguir, o a destrozar mi estomago.
Las palabras de Noelia todavía resonaban en mi cabeza; “A ver si me invitas a cenar un día….”. ¿Qué pretendía exactamente?, ¿Estaría interesada en mi?, ¿le gusto?
Muchas incertidumbres para una cabeza aún muy confundida, y corazón declarado siniestro total por el momento. A veces comenzaba a brotarme un hormigueo sexual bastante pronunciado qué como buenamente y como pueden imaginar sin dar más pistas mitigaba. Pero estaba tan confundido, que miraba con recelo y airada protesta cualquier intento de acercamiento amoroso a cualquier nivel.
No sabía muy bien que pensar con respecto a ella, sin duda era muy guapa, interesante y atractiva, con carrera universitaria, y Abogada de profesión, ¿Cómo iba yo a gustarle? Tampoco si me apetecía una relación seria, aunque por otra parte, sin duda, Noelia era un partido muy a tener en cuenta, vamos, de los de no dejar escapar.
Tal y como planee, al día siguiente, hice mi debut en el gimnasio. Un poco a verlas venir, pero ansioso por transformar mi raquítico cuerpo, en una autentica “máquina de matar”.
Tras una breve pero cordial charla con uno de los monitores, comencé un calentamiento en la bicicleta estática mientras el me elaboraba una tabla de ejercicios a la medida de las pretensiones deportivas a las que aspiraba a llegar.
Llevaba más o menos veinte minutos en mi Tour de Francia particular, cuando este llegó con su tabla perfectamente impresa, con todo tipo de rutinas, un simple vistazo me confirmó, que algunas de ellas no tenía ni idea de cómo se hacían.
De todos modos me aseguró sonriente, que con un poco de tiempo y con ayuda de un libro de ejercicios que había en una pequeña estantería, justo al lado de una maquina dispensadora de agua, pronto se harían comunes para mí.
Como el día que me inscribí, el local estaba bastante concurrido, las bicicletas estáticas y demás máquinas anaeróbicas, muy solicitadas, algunos usuarios, incluso esperando turnos.
Los aparatos sin embargo eran otra cosa, había tantos que siempre había alguno libre, cuestión de ocupar el primero que viera sin nadie en el. No me fastidiaba para nada el asunto, pues para ejercicio anaeróbico, yo prefería ir a correr, no entendía como la gente se daba semejante palizón sin moverse del sitio, el aire fresco rozándome la cara, se me antojaba primordial. Como iba yo a buscarle sustituto en el rancio olor a sudor de aquel estático pelotón de gruesos que toalla en cuello se machacaba allí.
Leí atentamente la tabla y comencé a hacer unos ejercicios de pecho para luego hacer bíceps y rematar con unos abdominales.
Me porté como un campeón, no solo los hice todos, sino que bajé a la piscina y entre dolores de brazos, también me marqué unos cuantos largos antes de darme una buena ducha.
El parte de guerra de mi cuerpo al día siguiente, no podía ser más desolador. Me dolían músculos que ni siquiera había ejercitado, y algunos que ni imaginé que tenía. Tuve que armarme de valor para ir al trabajo, pero era viernes, así que me animé, aún teniendo más dolores que un pavito chico, de todos modos el simple tacto de mis músculos doloridos me llenaron de satisfacción. ¡Lo que es la sugestión!, me veía incluso más fuerte.
Casi terminaba mi corta jornada de aquel viernes, cuando mi móvil comenzó a reproducir una rítmica melodía que había bajado de internet. Era Mario.
-¡Hola piltrafillaaaa!- Gritó su inconfundible voz al otro lado del auricular.
-Hola Mario- Respondí divertido, realmente contento por oír su voz.
-¡No veas lo que me ha pasado tío!- Dijo entre risas –Estaba esta mañana en un restaurante de carretera. Cuando salí, vi un camión de un gitano. Tenía una foto en la puerta a tamaño casi natural de su hija de unos quince o dieciséis años. “Mi Melchora”, ponía. Y volvió a soltar unas risotadas. – Entonces, cogí un bote de espray que tengo para marcar regolas, y le pinté una polla a la altura de la boca, Eso sí, sin que nadie me viera-.
-¡Que cabrón que eres Mario!- Le dije espantado por su ocurrencia. - ¿Qué pasó luego?
- ¡Jajaja!, pues que el gitano salió queriendo matar a todo el que se encontraba, sacó una faca y todo-. Volvió a decir dejándome atónito con su desvergüenza.
-Entonces le dije que habían sido dos niñatos que habían huido en un golf negro, y se montó en el camión echando leches-.
Reí de corazón, desde luego semejante ocurrencia solo podía ser cosa de Mario. Aparte de relatarme su rocambolesca aventura, quería quedar conmigo para salir esa misma noche. Esta vez decidí aceptar su invitación. Ya era hora de volver a pasar un buen rato.

3 comentarios:

  1. como siempre estupendo relato, bien organizado y entretenido-
    felicidades escritor

    ResponderEliminar
  2. Cachonda la anécdota del gitano, este tipo de gags enriquece un texto. Continúa deleitándonos con esta historia que está dando mucho de sí.

    José María

    ResponderEliminar
  3. Estoy de acuerdo, la anécdota es divertida y sirve para relajar un poco la historia. Pero mucho me temo yo que el tal Mario no es de las mejores compañías. Ya se verá.

    Al principio repites un "eso sí", dos veces muy seguidas. Y con respecto a los guiones de los diálogos, el que pones al final, en el punto y aparte, sobra.

    Nos vemos.

    ResponderEliminar

me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.