domingo, 13 de junio de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 23: PLACIDO DOMINGO, JODIO LUNES. (Tip y Coll).

Nada que ver el despertar de aquel sábado con el de la despedida de soltero. No había descansado nada, esa noche la pasé llamando a Juan en la taza del wc, por lo menos tres veces.
Esta resaca era de campeonato, con un dolor de cabeza lacerante, y un sabor amargo en la boca producido por los continuos vómitos.
Estuve mucho tiempo arremolinado en mi cama, intentado recordar lo pasado o vivido aquel viernes. Además de recordarme a mí mismo que me llevaría una buena temporada sin probar el alcohol, saqué en claro que había sido un autentico fracaso.
Comencé a acordarme de todo; de la ofuscación que me acompañó toda la noche, de la insistencia de los colegas en coger la cogorza que finalmente cogimos, de mis intentos por descubrir los verdaderos nombres de los susodichos “Rafita” y “Pollo” pues sus motes me sonaban absolutamente ridículos, y sobre todo, de la monumental pelea que provocaron y que colmó el vaso de mi paciencia.
Aquel chico que me quiso invitar, - si, el gay- me acompañó a la salida después del revuelo, decía que estaba asustado por la pelea. Aunque la verdad es que creo que quería seguir su ataque furibundo.
No le di mucha más opción, pues estaba tan cabreado que sin decir ni “mu” corrí hasta un taxi, y su conductor, aunque un poco sobresaltado por mi irrupción, aceptó llevarme hasta mi casa.
Debía levantarme, tenía por delante todo un domingo, de resaca, pero domingo al fin y al cabo. De modo que me puse en pié, y dándome un par de “rasquiñones” en semejante sitio, me dirigí al cuarto de baño a terminar de dar rienda suelta a las válvulas de escape de mis maltrechas tripas, y de paso, darme una buena ducha.
No hay nada más reparador que el agua caliente cayendo sobre la cabeza, provocando chispazos de energía, disipando poco a poco el dolor que tenía justo debajo de la nuca, aunque no del todo.
De pronto, una serie de rugidos me recordó que mis tripas estaban vacías del todo, y ante tal airada protesta, debía hacer algo al respecto lo más pronto posible.
Decidí que un buen desayuno me vendría muy bien. Así que con el pelo aun mojado y sin saber a ciencia cierta adonde ir, bajé las escaleras, como los ratones del flautista de Hamelin, al aroma de un buen café.
Como si fuera el instinto el que me guiara, mis pasos siguieron solos aunque precisos, el camino hacia el parque. No tenía el cuerpo yo como para muchas carreras, pero recordé que allí había una cafetería, famosa por cierto por los churros que servían los domingos.
Eché un vistazo al reloj al tiempo que tomaba asiento en una mesa que situada frente a una ventana que me permitía ver una especie de plaza con asientos que constituía el centro mismo del parque. Las diez de la mañana marcaban sus números digitales. Lo peor de las resacas que he padecido, siempre ha sido que al primer desvelo, mi cuerpo queda ya preso del dolor de cabeza y del malestar, y no puedo dormir.
Había algunos valientes que habían optado por sentarse en el exterior llevados sin duda por la aparición esa mañana de un esplendido sol, que con esfuerzo lograba apartar los enormes nubarrones que pasaban de un lado a otro con inusitada velocidad. No obstante, yo siempre fui muy friolero, por lo que de ninguna manera concebía en pleno diciembre ya, sentarme fuera. Solo pensarlo, podría provocarme un resfriado.
Pensé, que quizás debía haber pedido café por eso de la resaca, pero el chocolate con leche que humeante y espeso me sirvieron con un plato de churros, se convirtió para mí en un elixir de los Dioses, que me dio fuerza y vitalidad, alejando definitivamente la resaca que me había atenazado hasta el momento.
Había bastante ambiente en el parque, el día estaba bueno y eso contribuía. Compañeros de carreras pasaban raudos en intermitente procesión, con sus mp3 y en sus caras gestos de cansancio inexpresivo. Varios chiquillos correteaban jugando y vociferando sus infantiles y casi ininteligibles diálogos, una pareja caminaba brazos al hombro y a la cintura. Tranquilos, charlando y sonriendo, como si el movimiento del resto del parque no fuera con ellos.
Vivísimas imágenes que me llevaron al recuerdo de un chico de veinte años que sentado en el mismo banco que veía a unos diez metros, esperaba nervioso y preocupado a que llegara una chica. Asegurándose una y otra vez de que nadie se acerca al ramo de flores que perfectamente camuflado ha colocado detrás de una pequeña vaya de madera verde, que separa el camino de la zona ajardinada y que ya no existe.
Su cara se ilumina al verla caminar hacia él, Es un bello día de primavera, con un sol radiante que llena todo de luz, pero que parece languidecer cuando llega y con un beso largo, profundo y apasionado lo saluda. Ellos también se fueron abrazados, regalándose caricias, y felices por la tontería de un simple ramo de flores.
Tampoco hacía mucho tiempo de eso, pero parecía haber pasado una eternidad. Mis dedos trataban de quitar una legaña de mi ojo derecho, cuando se sorprendieron por unas lágrimas furtivas que se escapaban lentas y traicioneras. No debían estar ahí.
Pero que podía yo hacer cuando un simple domingo se convertía en una cárcel de soledad, cuando los recuerdos se convertían en fantasmas burlones que venían y se iban, inmaculados, impertérritos, pero que dejaban en mí un poso de inhumana tristeza. Odio la soledad.
Salí de la cafetería y me dirigí a uno de los bancos aunque no me senté. Me propuse en cambio buscar una solución. Podía ir al cine, no. Una buena comida con merienda de café, whiskys y ver el partido de futbol, no. Visita a mis padres, que hacía tiempo que no los veía, ni de coña, todavía me dolía que me acusaran de ser el causante de que lo hubiéramos dejado.
Todo lo que venía a mi mente parecía incluir a alguna persona como compañía. No encontraba solución. Miré a un lado y a otro buscando algún participe para mis inquietudes, pero no lo vi.
Solo advertí como todo el movimiento del parque comenzaba a desaparecer de mi vista, el sol perdía su batalla con los nubarrones, que menos raudos y con muchos refuerzos, habían conseguido flanquearlo y finalmente derrotarlo. Gruesos goterones caían vagos, definitivos. Como el guión de ese domingo, que pasaría como tantos otros, metido en mi casa, probablemente viendo alguna película.

3 comentarios:

  1. Esas soledades de domingos después de las juergas, las conozco muy bien y sé que son, en el fondo, fructíferas pues se aprovecha para meditar y recomponer la vida. Espero que nuestro prota sepa encauzarse,

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  2. De buelta a la cruda realidad, solo y sin nadie a su lado solo recuerdos de una mala noche y un fracasado matrimonio.
    Una nueva vida es lo que necesita.

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  3. "Eché un vistazo al reloj al tiempo que tomaba asiento en una mesa que situada frente a una ventana que me permitía ver una especie de plaza con asientos que constituía el centro mismo del parque."
    En esta frase hay algo que no cuadra; algún "que" de más o algo así; creo que deberías recomponerla.

    Por lo demás me parece que va genial. Cada vez se te ve más fluido en la narración, aunque pienso que todavía deberías intentar depurar más las coletillas de unión entre frases; algunas podrían sobrar. Pero el avance con respecto al principio es espectacular.
    Felicidades.

    Un abrazo.

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me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.