domingo, 6 de junio de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 22: MAL ROLLO ESTA VEZ.

Ese sábado no se mostraba diferente a ningún otro, las calles llenas de gente. Con un frio tan típico de finales de noviembre que pasaba casi desapercibido.
La luz inundaba cada palmo del centro, regalando reflejos rojos y amarillentos a los rostros de todo el que paseaba por allí. Y es que miles de bombillas se encargaban ya de recordar que la navidad estaba más que próxima.
No obstante, me costaba entender por qué ponían las luces con tanto tiempo de antelación. Aunque siempre me gustó verlas, evocaban en mi recuerdos remotos de cuando era niño y perseguía las carrozas de los reyes magos, siempre en busca de los preciados caramelos, o cuando había paseado justo por allí con mis amigos, o los paseos con Susana, cogidos de la mano y desafiando al frio invernal.
La navidad me gustó siempre mucho, lejos de simbolismos, su ambiente y aromas siempre singulares, creaban una época especial para mí, tan especial como las ilusiones de los demás.
Sin embargo este año, no tenía ganas de que llegara. Ya la última navidad no había sido demasiado buena, un ambiente muy desfigurado por culpa de peleas, desencuentros y reproches.
Pese a que yo prefería entrar en la misma disco que la otra vez, nos decantamos por otra que estaba una calle más alejada. El motivo no era otro, que la familiaridad del pollo con el portero de la misma.
Parecía imposible entrar, pues la cola era bastante grande y estábamos ebrios totalmente, pero el pollo cumplió su palabra, y el portero no solo nos dejó entrar, si no que no nos cobró. Así que contentos y felices traspasamos el portal en dirección a la fiesta.
Me llamó la atención la originalidad del local, una única pista, rodeada por una barra kilométrica.
La pista además de tener una potente iluminación, contaba con unas jaulas colgadas del techo por unas fuertes cadenas, colocadas en unos puntos estratégicos de la misma. Dentro de ellas, unas chicas despampanantes bailaban dentro frenéticas, al ritmo de una música que absorbía todo el local.
Pedimos bebidas y nos movimos hacia la pista, nada difícil, pues prácticamente estábamos en ella.
-¡Vamos a bailaaaaar!- Gritó Mario, levantando un dedo al techo y asiendo fuertemente el whisky con la otra mano, intentando hacer oír su voz por encima de la música el ruido de la gente.
Había iniciado un baile frenético, totalmente inimitable.
Los tres saltaban uno alrededor de otro, haciendo grandes aspavientos, y dándose golpes y abrazos. Yo opté por retirarme un poco de ellos, y respetar una distancia más que razonable de aquellos tres cafres.
Solté un bufido. Con lo de chicas guapas que estaban en la misma pista bailando a nuestro alrededor, a estos solo les da por hacer el indio. Comencé a preocuparme, pues no dejaban de molestar a la gente.
Mientras los miraba, un hombre de mediana edad se colocó justo entre ellos y yo.
-Hola- Me dijo tratando de dar un tono sugerente a su saludo, cosa que se me antojaba totalmente imposible. -¿Puedo invitarte a una copa?-
¡Lo que me hacía falta!, parecía que nada podía ir peor aquella noche, pero me volví a equivocar.
De repente y tras aquel muchacho, se montó una pelea de campeonato, vi a Mario caer por los suelos, víctima del golpe lanzado por alguien con el que tenía que topar. Los otros dos reaccionaron, por lo que se lío una gorda.
El mundo se me vino encima, pues había ocurrido lo que me temía, y no solo eso, sino que encima tenía allí a un tipo dispuesto a dejarme el culo como la bandera de Japón.
Así que me fui a mi casa sin decir ni pio, a la francesa sin más.

3 comentarios:

  1. Definitivamente el prota es un pobre desdichado de la enorme legión nocturna que deambula por las cities. Algo de esto entiendo y mesuena la canción.
    Muy bien narrado, Dani, sigue

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  2. Esto se veía venir, el que la busca, tarde o temprano la encuentra. Hizo bien el chaval en quitarse de en medio; y yo de él ya me iría buscando otras compañías más aconsejables.
    Aunque mejor dejemos que sea él mismo el que vaya aprendiendo las lecciones que da la vida.
    Que seguro que serán muchas.

    Un abrazo.

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  3. quien con niños se acuesta amanece meado, ya se le veia venir las malas junteras siempre traen lo mismo

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me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.