domingo, 4 de julio de 2010


CAPITULO 25: DONDE LAS DAN LAS TOMAN.

Tan contento como confundido, marché hacia el metro en dirección al gimnasio. Contento por ver como de entre los grandes nubarrones grises, tan oscuros como el fondo del mar, comenzaban a abrirse paso, titubeantes pero radiantes rayos de sol. También confuso por la complejidad de la situación.
Había decidido que debía recuperar el tiempo perdido. Quizás debía hacer lo que más me apeteciera, sin importarme como. Sentirme bien, puede que ese camino me llevara a ser feliz.
Y comencé a aplicarlo en el mismo momento en que vi sobre la mesa del salón las gafas de natación que había comprado una semana antes. ¿Por qué no?, voy a hacer lo que me apetezca.
Bajé las escaleras que llevaban directamente a los vestuarios de la piscina climatizada. En contraste con las demás salas del gimnasio, la piscina no tenía demasiada afluencia a esa hora de la tarde, me calcé el bañador y las pinzas nasales y me metí directamente en el agua.
Me sentí muy a gusto, la tibieza del agua y el calor del ambiente, eran un contrapunto muy placentero con respecto al frio invernal que reinaba en la calle.
Sumergirme en el agua y sentirme totalmente embargado por ella, me hizo sentir renacido, aislado de mi realidad, como un niño en su placenta, seguro otra vez.
Cada brazada me parecía avanzar un océano en vez de unos metros, cada respiración que regalaba a mis pulmones emergiendo del agua, parecía llenarlos de vida, de una nueva energía que añoraba con todas mis ganas.
Creo que fue el día que más nadé de mi vida. Unos cuarenta y cinco minutos sin parar.
Todo un record, cuando agarré la escalerilla para salir, me dolían brazos y piernas, pero me sentía muy bien, renovado totalmente. Aun con más dolores que un pavito chico.
Ahora me iba a duchar, y me iba a dar una buena cena, en un buen restaurante, me apetecía una parrillada y me iba a dar un homenaje.
Al salir de las duchas, me paré frente a una máquina de refrescos. Pese a tanta agua, me sentía totalmente deshidratado, así que busqué una moneda entre los bolsillos de la mochila.
Mientras tanto, una chica se incorporaba después de agacharse a recoger una lata. Era muy guapa, y fijó su mirada justo en la mía.
Su cara me pareció un tanto familiar, pero no caía donde podía haber encontrado a aquella rubia de rizos ondulados.
-Hola, tu eres Manuel ¿verdad?- Me dijo dubitativa y un poco avergonzada.
-Si, soy yo- Logré responder intentando reconocerla. Buscando en sus profundos ojos azules una pista que me indicara quien era aquella joven.
-Soy la her..
-¡Vete a la mierda!- Le respondí con toda la energía que me proporcionó una salida triunfal del desconcierto y una oportunidad esperada para la venganza que había reclamado tantas veces a los santos.
-¡Te pasaste el otro día cantidad!¡la única idiota que había allí eras tú!- Grité espoleado por el enfado que congelé en mi memoria y al que puse una venda en la boca.
Efectivamente, aquella chica era la hermana de Sara, la chica que se despedía de su soltería, y de la que se nombró defensora de su castidad. Y que nos insultó sin haber hecho ni Antonio ni yo, nada que pudiera reprochársenos.
“Ahí lo llevas”, pensé mientras la dejaba allí como la que se había tragado el cazo. Alejándome con una sincera satisfacción, acrecentada cuando me volví y observé como se había quedado inmóvil, y silenciosa.
Nunca había necesitado la venganza para alimentar mi ego, pero el caso es que esta me había sentado muy bien. Me permitía caminar con pasos holgados, firmes y seguros, con un punto de felicidad. Hizo que pensara que había hecho bien, de paso cumplía con sus nuevos preceptos: “Voy a hacer siempre lo que me haga sentir bien”.
Deseché la idea de la parrillada por lo correoso que podía resultar para mi estomago tal cantidad de carne. Y más de noche, iba a dormir menos que el Conde Drácula.
En su lugar, pensé que quizás un mexicano estaría bien. Así que puse rumbo a uno que conocía, y que se comía exquisitamente.
Mientras engullía con fruición las fajitas que había pedido, me recreé en la cara de la chica, y acabé la cena tan satisfecho como seguro de mi mismo.
Apenas solté las llaves de la casa en un cenicero marrón que compramos en un viaje a Mérida que hicimos Susana y yo, y que recreaba la máscara de un gladiador. En el mismo estaba el móvil que había desconectado por la mañana cuando me fugué de la oficina.
Lo conecté esperando una respuesta del trabajo, al que debía volver al día siguiente. Solo tenía un problema; no sabía cómo me iba a disculpar con Don Aurelio. No solo lo había dejado allí con dos palmos de narices, si no que me había largado del trabajo por toda la cara.
Me daba mucha vergüenza, pero debía llamarlo, así que me busqué su número entre los que tenía en su agenda, dispuesto a rogar, suplicar e incluso llorar si hacía falta.
El sonido del timbre vino a añadir todavía más desconcierto a la situación, pero presto, abrí la puerta.
Mi sorpresa fue mayúscula al encontrarme frente a mí, serio y con las manos en la espalda a Don Aurelio.
-Pase Vd. no se quede ahí por favor- Le indiqué tratando de mostrarme lo más hospitalario posible.
Aquel hombrecillo menudo pero serio de solemnidad, entró lentamente, metiendo esta vez sus manos en los bolsillos. La situación creo que era tan violenta para mí como para él.
-¿Quiere Vd. tomar algo Don Aurelio?-Le pregunté no demasiado seguro de las existencias de mi nevera.
-No gracias- Respondió.-Voy a ser breve, además es tarde-.
Ya está, pensé, ahora viene cuando me despide. No podía reprocharle nada, pues me lo había ganado con creces, no obstante, me daba pena de acabar así. Pese a haber pasado momentos malos, en esta empresa había crecido mucho, y me había forjado como persona.
-No sé qué decirle Don Aurelio… -Comencé a soltar atropelladas palabras.
-Lo siento mucho Manuel- Cortó mi esperpéntico intento.-Creo que esta mañana me he pasado un poco contigo-¡ No podía dar crédito a sus palabras!.
-Se que lo estas pasando mal, y quizás mis palabras no ayudaron mucho, lo siento de verdad-.
-No tiene que disculparse- Respondí poniéndole una mano en el hombro. –Todavía no he vencido del todo mi depresión, debería estar agradecido por vuestra paciencia-.
-Manuel, eres un buen trabajador, de hecho todo lo que buscaba estaba perfectamente descrito en tu proyecto, de veras que te hablaba en broma, lo que pasa es que soy un poco serio, y quizás no sé hacerlas-.
Y aunque tenía razón, que a veces no se reía ni aunque le cortaran los labios, la verdad, es que decía mucho de él que se hubiera molestado en venir a disculparse.
Con mi firme promesa de que acudiría al día siguiente al trabajo como si nada hubiera pasado, se fue sin querer tomarse ni un vaso de agua, buena gente Don Aurelio.

4 comentarios:

  1. Bueno, este capítulo entra de lleno en el género de ciencia-ficción, ¿cuando se ha visto a un jefe ir a disculparse a casa del empleado? ¿disculpas a domicilio S.A.?. Por favor, mas realismo...
    Tampoco lo de la chica de la máquina de refresco aporta mucho, no sé, ...quizás hoy me he levantado crítico

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  2. Hoy estoy con genialsiempre es u poco subrealista lo de la disculpa deljefe.
    el resto esta bastante bien.

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  3. Hombre, lo cierto es que suena a sueño utópico ese detallito del jefe; se podía haber disculpado también en la misma oficina al día siguiente, pero en fin, al autor hay que hacerle de vez en cuando concesiones de este tipo, que para eso es él el que se lo curra.
    Lo de la chica del gimnasio sí me deja un poco más desconcertado; espero que no quede ahí la cosa y sepas darle una continuidad.

    joder, hoy está el personal crítico, ¿eh? Eso es buena señal.

    Un abrazo.

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  4. Si, es muy buena señal, me gustan vuestros puntos de vista, es un buen escaneo de como se ve la historia.

    Es verdad, con lo del Jefe me he pasao, pero este es el tipo de encargado buena gente que se ve rara vez.

    Gracias amigos.

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me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.