lunes, 6 de diciembre de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 37: ¡HOSTIAS PEDRIN!

Acabada la cena, baje parsimonioso las escaleras del viejo edificio que fue mi hogar, impertérrito templo dedicado a los días pasados, a añoranzas futuras, a cosas que estaban por llegar. Esas mismas acciones lo transformaron poco a poco una vez se fueron cumpliendo, en reliquia del pasado, a la que mirar con alegría.
Valeria se quedaba a dormir allí aquella noche, por lo que nos echo casi a patadas para que no perdiéramos tiempo en recoger nada. Como siempre, se encargaría ella.
Mis hermanos corrieron a felicitar el año nuevo a sus suegros, alentados por la prisa lógica de sus parejas. Solo yo me despedí con tranquilidad, desposeído de esa obligación.
En la calle se movían grupos dispersos camino de sus fiestas o cotillones, algunos con gorros y matasuegras. Todos felices e incluso algunos bastante cargados pese a estar en los inicios de la fiesta.
No tenía nada preparado aquella noche pese a que tuve muchos ofrecimientos de fiestas privadas, cotillones e incluso una especie de guateque, pero decidí que quizás lo mejor era comenzar el año tranquilamente. Que una buena ración de cama era la pastilla que necesitaba aquel ataque de soledad que padecía.
Por lo que decidí dar un paseo hasta mi casa, era un tanto largo, pero tampoco tenía nada mejor que hacer. Me ajusté la bufanda y con mis manos hundidas en los bolsillos, inicié una caminata sin más compañía que el vaho que salía de mi helada nariz.
Se cruzaron conmigo muchos grupos distintos de gente, pero me traían tan sin cuidado sus alegres jolgorios, como sin duda a ellos mi solitario caminar.
De repente un hecho llamó mi atención. Justo delante de mí, una chica pasó rápida, con su cabeza mirando al suelo. Tras de ella venían cuatro chicos lanzándole piropos de esos que se escapan en la seguridad de una multitudinaria compañía y con cuatro copas de más.
Ella no quería volver su vista para no provocarlos más, y ellos seguían tras ella pero sin correr pese a lo rápido que movía sus piernas la chica. Tornando sus descarados e insustanciales piropos en frases insultantes y de mal gusto.
Sopesé un trecho la situación, y aunque soy enemigo de meterme en berenjenales, y mucho menos de que me den dos hostias, decidí que no podía dejarla en aquel apuro.
Apreté el paso, y buscando en mi mente algún nombre que le viniera bien a aquella chica, adelanté casi a la carrera a aquellos cuatro, que por arte de encantamiento, al pasar cerca de ellos, parecían haber crecido un metro cada uno, o yo encogido.
-¡Tita, que llevo toda la noche buscándote!- La llamé justo a su altura, pasándole el brazo por encima de su hombro y besándola en la cara rápida y decididamente.
La chica no dijo nada, solo me echo el brazo a la cintura y se apretó a mí. Su cuerpo temblaba y no era por el frio.
Los cuatro macarras, ya se habían hartado de la indiferencia que esta mostraba y la insultaban sin miramiento. Lo malo es que mi llegada, solo hizo que se crecieran aún más, contentos de haber encontrado un saco de boxeo con el que desahogar el desengaño de la chica, a la que dicho sea de paso, hubiera sido poco decoroso “zumbar”.
La tiritera de la chica había contagiado ya también mi cuerpo, y yo iba bien abrigado. Espero que no tenga que ir al dentista que es muy caro pensé, mientras paraba en seco mis pasos y los de la chica.
-¿A vosotros que os pasa?, ¿es que no sabéis beber?- Les dije mientras me volvía, agarrado al cuello de la chica como si me la hubieran puesto los reyes, y tan seguro de lo que hacía como de la “tunda” que me iban a dar.
-¡Y a ti que te importa, capullo!- Respondió uno muy mal encarado.- ¿Quién te ha dado vela en este entierro?- Continuo mientras los demás tomaban posiciones frente a nosotros.
-¿Y vosotros por que nos dejáis en paz, gilipollas?, no nos hemos metido con vosotros- Gritó a pleno pulmón aquella chica a la que yo creía incluso muerta ya, pero que resurgía cual Ave Fénix en el momento más inoportuno. ¡Ay oma! Pensé, de esta no me salva ni el algarrobo.
Me sorprendió tanto, que volví mis ojos hacia ella. ¡Sorpresa!, la de la despedida de soltera, y la misma que dejé con tres cuartas de boca en el gimnasio.
Ya decía yo que me sonaba el tono de ese “capullo” que había entonado. Y yo agarrado a ella como a una lapa, como si fuera mi amor del alma. Lo había arreglado todo la colega.
Como ya el que llevaba la voz cantante hizo ademán de abalanzarse sobre nosotros, aparte a un lado a la chica, no para pegarles, sino para que me pegaran solo a mí.
Adopté una guardia aprendida sin duda de uno de esos capítulos de Kung-fu que tanto me gustaron de pequeño, y cuando me las daban todas juntas, unos destellos azulados, y una pitada de sirena corta, nos dejó paralizados a todos.
-¿Algún problema?- Dijo el conductor de un coche de la Policía Nacional, que se acababa de convertir en mi héroe.
-Ninguno agente, estos amigos que no saben donde están las discotecas y les estamos indicando, pero ya se van- Dije nerviosamente, esperando que se fueran ellos antes que la policía.
Y así ocurrió, uno de ellos, me dio la mano y se marcharon, lentos pero aunque no iban muy convencidos del todo, decidieron que ya estaba bien de hacer el ganso y caminaron sin mirar atrás.
Tras darle unas muy agradecidas gracias a un agente que con un guiño demostró que había comprendido la situación, me vi de nuevo frente a aquella furia de la naturaleza.
No sabía que decirle, porque realmente si llego a saber que era ella lo mismo no me busco tal problema. Pero su cara de circunstancia me caló quizás un poco en el alma.
-Muchas gracias Manuel, no sé cómo darte las gracias-Dijo tras buscar un poco las palabras, y encendiendo de nuevo y poco a poco unos preciosos ojos azules que adornados por un maquillaje verde con tonos oscuros figuraban en una cara a la que decidí, innecesario cualquier adorno pese a nuestras diferencias.
-¿Cómo vas sola a estas horas un día como hoy?, te has arriesgado mucho. Le respondí con el corazón todavía palpitante por la aventura.
-En realidad había quedado con unas amigas, pero me han dejado tirada, así que me marchaba a mi casa- Respondió con cierto tono de resignación y arrancando de mi mente un “no me extraña” por el mal carácter que se gastaba.
-Bueno, que te vaya bien el resto de la noche. Pide un taxi y te ahorrarás muchos problemas- Le dije, convencido de haber hecho ya cuando había podido por ella.
-Tengo que hablar contigo. Sé que me porté mal contigo aquella noche y me gustaría pedirte perdón- Dijo agarrándome por un brazo, y provocando escusas inseguras que se diluyeron ante su insistencia.
Tomar una copa en un pub que está cerca de allí no era realmente lo que quería, pero me acordé de las palabras de Susana, y quizás escucharla era lo menos que debía hacer.
Como una vez convencido ya no había nada que hacer, caminamos juntos hasta el pub, Quizás también una copa me vendría bien para el susto.

3 comentarios:

  1. Repasa el párrafo cuando la chica le da las gracias, porque después de "decidí" hay una coma y la siguiente frase no encaja.
    Por lo demás nada que añadir

    ResponderEliminar
  2. En mi opnion esta bastante bien, lo que no me casa demasiado es el pedir perdon de la chica, yo creo que deverias haverlo solucionado de otra manera en la realida esas cosas no son muy comunes.Aunque esto se parezca a la vida real ya se que no lo es.
    Espero impaciente el siguiente

    ResponderEliminar
  3. Entrando en el comentario de genialsiempre, yo creo que lo que sobra es la coma, y nada más.
    Para mí sigue estando en la línea magistral que llevas imprimiéndole a los últimos capítulos.
    Continuas poniéndote el listón muy alto, a ver hasta donde llegas.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.