domingo, 26 de septiembre de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 32: ¡OH, MY GOD!

Pero sí que andaba por ahí. Como un águila que sale cortando el aire de algún rincón del cielo y ataca despiadada a un perdigón en alguno de esos episodios del inolvidable Félix Rodríguez de la Fuente, se apareció de nuevo ante mí.
Tal y como hacía siempre, dándome su típico abrazo de oso, y con su eterno cubata en la mano, haciendo que me planteara seriamente, si en su mano no le habían injertado un vaso de cristal y que se encargaba de llenarlo periódicamente.
Tampoco me importaba en demasía que estuviera Mario allí, pese a que temía cualquiera de las locuras a las que acostumbraba, y que podían ponerte en un compromiso en un momento dado.
Repartidos saludos y pedidas las bebidas pertinentes, se creó un ambiente bastante bueno, en el que entraban y salían amigos de unos y conocidos de otros, todos con buen talante, y algunos contando ciertas anécdotas que hicieron que nos riéramos mucho.
Gracias al Shagy por ejemplo, pude saber como Mario salió de la pelea que se organizó en la discoteca y de la que me perdí el final.
Y es que cuando vio como se repartían hostias y aprovechando el barullo que se formó, se puso a golpear al “pollo”, increpándolo e incluso insultándolo, con el lógico desconcierto de este, que como no tenía bastante con aquellos, tenía que aguantar a su amigo dándole hostias.
El caso es que el “pollo” tuvo que salir “por patas” ante la gravedad del asunto, agarrado por el cuello de “Rafita” que también había recibido lo suyo.
Entonces Mario agarrándose la muñeca y haciendo gestos ostensibles de dolor, se puso a jurar en arameo en contra de aquella gente que no sabía comportarse y que solo venía a buscar follón a la discoteca. El que más ostias había dado del otro bando, se puso a darle la razón, y como Mario tiene ese don de gentes que Dios le ha dado, acabó bebiéndose una tanda de cubatas con él.
No pude más que troncharme de risa, cuando Mario añadió que como este le había dado una hostia al principio de la pelea, aunque no se acordaba por el barullo, a modo de venganza, se propuso emborracharlo y lo consiguió, invitándolo a varias rondas de chupitos de lo que más alta graduación tuviera. Tan mal acabó, que apenas si se podía mantener en pie.
Por supuesto, Mario tenía más aguante, por lo que cuando se ofreció a acompañarlo hasta la calle, lo que hizo en realidad, fue echarlo en un contenedor de basura que había en un callejón cercano a la discoteca, menudo personaje.
Estaba pasando tan agradablemente la noche, que no me di cuenta que había pasado la hora en la que un poco antes o después, había quedado en llegar Noelia.
Ya había llegado y estaba charlando con un grupo de amigos que había visto y con los que también había quedado, pero no me percaté de su presencia hasta que decidí hacer un viajecito al excusado.
No eran los efluvios que Baco y Afrodita se empeñaban en lanzar sutilmente sobre mí, venía espectacular, vestido de tirantes azul, zapatos de tacón y el pelo recogido en un gracioso moño que adornaba con un tocado de flores rojas y amarillas.
Desde luego, las cenas en su casa eran de lo más elegantes. Menos mal que decline la invitación, pues seguro que no hubiera estado a su altura.
Tal y como hizo esa misma tarde, nada más verme, vino a saludarme dándome un cariñoso abrazo, deseándome feliz navidad entre risas. Se le veía muy contenta.
Afrodita desde luego puso más empeño que Baco. Cuando nos abrazamos y mi nariz rozó su fino cuello, el olor de su perfume me hizo ponerme a cien. Parecía como si se hubiera puesto “Eau de Feromonas”, y no fueron solo directo a mi nariz.
Como no podía aguantar mucho más, me excusé y me dirigí directamente al Wc. En previsión de lo que podía pasar, me metí en uno de los Wcs y cerré la puerta. Preocupantemente para mí, “el perro” salió disparado hacia afuera en cuanto le abrí la puerta.
Esta mujer me había puesto a tope. Hacía mucho tiempo que no tenía sexo también, pero ese cuerpazo embutido en un vestido había sido el colmo.
Salí de nuevo dispuesto a continuar la fiesta y seguí pasándolo muy bien. Noelia me presentó a todos sus compañeros que no conocía, con los que seguí bebiendo y riendo.
Aunque cada vez que fijaba mi vista en Noelia, ciertos gritos se “alzaban” por debajo de mi, haciéndome cada vez más costoso controlar unas manos que buscaban descaradamente el roce con aquella pedazo de hembra.
Para colmo, ella parecía no darse cuenta, pues se mostraba tan cariñosa como siempre. Esto hizo llegar a la conclusión de que no podía salir mal si me decidía.
Mientras tanto, Mario y los demás seguían donde los había dejado, casi sin reparar en mi ausencia.
Todo marchaba tan bien que me puse muy contento. Ya era hora de dejar atrás la timidez. Nada podía fallar.
Así que armado de valor, cogí a Noelia de la mano dispuesto a invitarle a hacer realidad mis planes. Pero en el último momento me eché atrás, y en vez de eso, le pedí que me acompañara a pedir unas copas.
Ella aceptó encantada, y aún tomada por mi mano, caminó tranquilamente hacia la barra. Estaba en el bote.
Una vez tuvimos nuestras bebidas, nos dirigimos hasta la pista, estaba tan a gusto que no me importaba bailar, y eso que no era Fred Astaire precisamente.
Un golpe de suerte y la hora que era ya, hizo que el encargado de poner la música, tuviera la brillante idea de poner una música lenta.
Noelia, siempre tan atenta a mí, no tuvo otra cosa que hacer que pasar sus manos sobre mi cuello.
Las mías como atraídas por un imán pasaron a su cintura, iniciando ambos un baile tan tranquilo que me asustaba.
Mentiría si dijera que oía la canción que sonaba, pues solo estaba atento al contoneo de aquellas caderas que tocaban mis manos. No entendía como no se daba cuenta del bulto que empezaba a interponerse entre ella y yo. Pero ella como si nada.
Era la señal perfecta de que todo iba a salir bien, así que sin saber cómo, mis manos empezaron a moverse un poco, sin respuesta por su parte.
Así que llevado por un impulso desconocido, mi mano derecha bajó directamente a su culo, llevando la punta de mis dedos justo donde confluyen los dos puntos bajos que más nos llaman la atención de la mujer.
Entonces la música pareció pararse, Noelia levantó su cabeza y me miró con sorpresa.
-Vamos a mi casa Noelia, vamos a terminar la fiesta allí- Le solté tratando de parecer lo más interesante posible, pero quizás sin conseguirlo aunque lo había ensayado mil veces.
Pero Noelia de un empujón me apartó de su lado, Tornado la sorpresa a enfado.
-No me esperaba esto de ti- Me dijo muy seria.-Veo que eres de los que no creen que un hombre y una mujer pueden ser amigos.
Y zafándose de mis aturdidas manos, se marchó hacia el rincón donde estaban sus amigos, dejándome desconcertado y sin palabras.

domingo, 19 de septiembre de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 31: CENA SOLITARIA.

Un tanto excitado por la expectativa que se me abría, y que no sabía realmente como resultaría, volví a entrar en mi reluciente hogar.
Los olores a productos de limpieza y a los ambientadores que tenía estratégicamente repartidos por toda la casa me dieron una agradable bofetada, de esas que no son comunes que sucedan y que te llenan de satisfacción.
Me senté con cierto recreo en el sofá con el mando a distancia en una mano y con la intención de ver algo que me entretuviera hasta la hora de la cena.
En la televisión (tan noble como siempre), había cabida para todo tipo de programas; los típicos navideños, con un tele-maratón que ofrecía a subasta productos donados por famosos, películas de Disney en las que no faltaba la nieve, los renos y el famoso espíritu de la navidad, dibujos animados y el típico programa del corazón que ahora están tan de moda y no descansan ni en un día tan señalado.
Resumiendo, tan poco que ver, que mirar los objetos de la casa e incluso la pared, merecía más la pena. Y eso hice.
Me puse a contemplar las repisas que tanto nos costó instalar, no solo porque venían en un kit con un libro de instrucciones en todos los idiomas menos en español, si no porque no nos poníamos de acuerdo en el lugar idóneo para su ubicación.
Como nos reímos cuando después de la odisea del montaje, me equivoque en las marcas, y equivoqué uno de los anclajes.
Resultado: un “leve” desnivel a la derecha que hacía que los libros cayeran como en un tobogán. Susana estuvo riéndose de mí una semana.
Parecía tan alegre su sonrisa. Tan real su diversión por cualquier asunto que afrontábamos en nuestros primeros meses de matrimonio, que si no fuera por el final que tuvimos, hubiera pensado que duraría toda la vida. Pero me equivoque.
Antes de ponerme más triste, camine hacia la nevera y saqué una botella de vino rosado que formaban parte de la cesta de navidad que me había obsequiado la empresa.
Su frio pero agradable sabor se encargó de mitigar la melancolía que quería venir a cenar conmigo esa noche. La eché escaleras abajo y me dispuse entre copa y copa a elaborar el banquete.
La cesta me resultó más útil de lo que creía, pues aportó charcutería ibérica y bebidas, además de un paté que había comprado y de un pollo asado que había tenido preparado desde el día anterior y que daba vueltas en el horno.
Casi sin darme cuenta la botella pasó a mejor vida, así que tuve que buscar otra entre la gran variedad de bebidas que traía aquella elegante caja de madera. Un rioja fue esta vez el elegido, así que cuidadosamente lo coloque en el centro de la mesa acercándole un sacacorchos para cuando fuera menester abrirla.
Una vez estuvo el pollo preparado y las patatas fritas cortadas en rodajas grandes, bien doradas me senté a la mesa.
Abrí la botella y me puse a ofrecer a mis invitados. ¡Que raro, nadie quería!, y eso que era rioja del bueno. Pues más para mí, y casi me la bebí entera.
El pollo salió bastante bueno, lo cual constituyó una verdadera alegría. Y sorpresa también. Por lo que llegué a la conclusión de que quizás tanto vino era un condimento que mejoraba cualquier comida.
Y es que por su culpa me parecía que aquel programa que estaban emitiendo con el sempiterno Ramón García me pareciera lo mejor del mundo.
Me sentía muy bien, tanto, que estuve a punto de dejarlo todo como estaba, arreglarme y salir a toda pastilla. Pero mi sentido común me hizo llegar a la conclusión de que si se daba bien la noche, y conseguía que Noelia aceptara una invitación a venir a la casa como pretendía hacer, se encontraría una auténtica Zahúrda. Eso no podía ser.
Media hora más tarde ya tenía todo tan limpio o más que antes, y con cantidades industriales de oloroso ambientador por toda la casa. De modo que después de una ducha y una elección meditada del vestuario apropiado me lancé de nuevo a la noche.
Esa noche me embargó una sensación de optimismo que me resultó incluso rara. Desde luego, Baco y sus efluvios habían hecho esa noche un buen trabajo conmigo.
Había quedado con Noelia en un Disco-Pub que ambos conocíamos. No estaba en el centro, pero tampoco demasiado alejado, así que sin pensarlo dos veces me dirigí hasta allí. Si llegaba demasiado pronto siempre podía ir al centro y luego volver.
La calle estaba llena de corrillos de chicos. Más numerosos, menos, pero todos escapados de sus cenas y citados a regañadientes de sus padres. Me hizo recordar los tiempos de la pandilla, cuando nos juntábamos en cualquier plaza con alguna botella escondida y sin importarnos ni lo más mínimo el frio. Al día siguiente, la bronca con los padres era segura.
Cuando llegué al lugar de nuestra cita ya había bastantes parejas y grupos. Sobre todo de treintañeros. Eran las doce, por lo que ya comenzaban a salir los que no tenían ya un cotillón o alguna fiesta concertada.
Todo comenzaba a rodar bastante bien, pues nada más entrar empecé a ver conocidos. El primero fue Juan, mi antiguo colega de pandilla.
Después de saludarnos y comentarle como me había ido con Mario –Al que encontré gracias a él- me marché con la promesa de bebernos algo después. Las miradas recelosas que me lanzó su mujer tuvieron el éxito que probablemente esperaba.
Hay gente que cree que las viejas amistades son obstáculos que hacen que se valore menos lo que tienen. Me encontré en mi vida alguna gente así, pero siempre consideré que lo que tenían era un importante complejo de inferioridad.
De todas formas no quería ser yo un contrapunto para nadie, así que me fui a otra parte del local, allí estaba Shagy –Al que no veía desde la despedida- sonriendo y haciéndome señas.
También andaba por ahí Antonio, y quizás el que más temía, Mario –el cual quizás no debía aparecer hoy.

domingo, 12 de septiembre de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 30: QUIERO PASARLO BIEN

Como buen 24 de Diciembre que se preciara, esa mañana no había que trabajar (“Valiente” noche buena hubiera sido esa). Desde luego, semejante putada era poco probable en una empresa que el día anterior hacía una cena por todo lo alto y hasta altas horas de la noche.
Una tibia luz, tan tímida como espontanea se encargó de darme los buenos días besando suavemente mi cara.
Pese a no haber dormido demasiadas horas, había descansado muy bien y después de flagelarme a base de bostezos y escorzos imposibles, me levante de la cama sin saber muy bien que iba a hacer. Me resultaba odioso que todo el día se centrara en la cena de la noche.
Una ducha caliente me dio el vigor necesario para pensar que un buen desayuno en el parque, y luego una carrerita me vendrían bien para comenzar el día lo más ociosamente posible.
La cafetería del parque me recibió con una mezcla de olores mañaneros tan cotidianos como el café y las tostadas. Ocupe la primera mesa que vi libre y jugueteando con el servilletero esperé a que me sirvieran.
Alguna fuerza interior me hizo prestar atención a todos los sonidos que ululaban a mí alrededor; las voces de la gente, mezcladas todas en charlas casi ininteligibles, el ruido del vapor de la máquina de café, la alegre melodía que emitía la máquina tragaperras que a un lado de la barra esperaba su lucrativa comida, etc.
Todo parecía estar de fiesta, todo menos yo. No tenía ni idea de lo que iba a hacer esa noche, y tan buena como era, lo único que había conseguido hasta ahora era ponerme melancólico.
Volví a la casa después del desayuno y la carrera tan confuso como me había marchado. Dispuesto a realizar una limpieza a fondo de la casa para una cena a la que únicamente iba a asistir yo.
Tan pronto terminé, me senté en el sofá a observar la pulcritud de mi obra, pero que no era óbice para que me sintiera mal, con una terrible sensación de aburrimiento.
Cuan fastidioso es desechar todo un día para quedarse solo con una noche plagada de interrogantes. ¡Pero vaya destello más brillante dio la bombilla de mi cabeza!
Me acordé de repente, de cuando era estudiante, y de cuando me iba de pubs después de comer. Todos los pubs del centro abrían formando un ambiente muy especial en el que nos divertíamos mucho. Incluso alguna vez había ido con Susana de novios, aquel día acabé bailando sobre un barril vacio de cerveza, y poniéndole un dedo en la cabeza a Mario, mientras este daba vueltas mientras decía que era una peonza. Claro está, que acabó mareándose y cayendo de espaldas para nuestro total descojone.
Lo malo es que alguna vez me pasé un poco y mis padres me habían llamado la atención por mi comportamiento de “borrachuzo” en la cena.
¡Pero ese día nadie me iba a reñir!, así que iba incluso a comer fuera. Me duche y compuse lo mejor que pude, y en un despiste de esta, dejé encerrada en el baño a mi soledad.
Una buena comida en un restaurante, un buen café y un buen whisky como postre, tuvieron a bien ser el preludio de lo que yo pretendía como una tarde perfecta.
El centro estaba cerca, por lo que no tarde mucho en pisar su larga avenida y sus placitas llenas de pubs. Todos ellos habían colocado carteles anunciantes de horas felices y ofertas de todo tipo, adornados con guirnaldas y brillantes luces rojas que lucían alegres.
Entre tanto pub, la verdad es que no sabía dónde acudir, y me quedé parado en medio de la calle observando el ambiente, hasta que el sonido de mi móvil me sacó de mi ensoñación.
-Estoy viendo a un tonto con camisa larga gris, mangas ligeramente recogidas y pantalón vaquero, más feo que los pies de otro –Dijo una voz muy familiar antes de estallar en una gran carcajada.
¡Era Mario!, la verdad es que me dio alegría de oír su voz.
Y Mario salió de un pub cubata en mano, nos dimos un abrazo acto seguido. Venia ligeramente más moreno, probablemente una de las secuelas de su viaje a Cuba, y como siempre, con muchas cosas que contar.
-¡Vamos a beber algo de buen rollo! –Le dije con alegría.
-¡De buenísimo rollo! –Respondió poniéndome la mano en el hombro y dirigiéndome al lugar donde había estado metido.
Pasé un rato muy agradable charlando sobre Cuba y las aventuras de Mario allí, y de paso, alegrándome de no haber ido con semejante “marronero”. A lo tonto me había bebido unos cuantos cubatas y estaba muy a gusto, pero decidí que ya había bebido bastante, además eran casi las nueve, por lo que debía marchar si quería prepararme algo en condiciones.
Por supuesto, Mario estaba totalmente en contra de mí medida, así que trató por todos los medios habidos y por haber de quitarme la idea de la cabeza, tildándome de maricona y rajado, pero con poco éxito.
Me despedí rechazando una invitación para cenar en su casa, y dándole un nuevo abrazo, me dirigí a la salida.
Tras sortear la enorme espalda de un grandullón que tenía justo delante, volví mi vista levemente a la izquierda, y la vi. Estaba sentada en una mesa alta con varias personas de su misma edad y de diferentes sexos.
Entre una nube de humo, una especie de fuerza telepática hizo que volviera su vista justo sobre mí.
No tuve más remedio que pararme de sopetón al tiempo que como lanzada por un resorte, Noelia se levantaba y venia con pasos decididos.
Tan risueña como siempre, me dio un abrazo y dos sonoros besos, diciéndome que se alegraba de verme.
Yo estaba tan nervioso que no sabía que contestar pese a tener la lengua engrasada por el alcohol. Estaba impresionante aquella tarde, pelo recogido por una graciosa cola, camisa blanca de botones ligeramente dorados y pantalón vaquero, todo ello adornado con una alegría que parecía perenne en esa chica.
Tras reiterarme su deseo de que me uniera a su grupo, decidí no sin dudas marcharme, no conocía a nadie de su entorno. Noelia tampoco insistió mucho más de lo cortés, pero con un solo gesto, hizo tambalear todos mis cimientos.
¡Volvió a abrazarme!, es más, incluso me acarició la espalda. Y luego de decirme que me apreciaba, se volvió a su sitio, mostrándome como si estuviera en butaca de primera fila, un contoneo de trasero del que no pude resistir pegar mis ojos como si fueran de Velcro y su culo una manta.
Pues sí, una autentica fiebre convulsionó mi cuerpo sin que ella se diera cuenta. Andaba por el pub incluso desnuda y Noelia no lo sabía, pues mi poderosa imaginación ya no conocía limites.
Había quedado con ella para después de la cena, así que quizás la noche no fuera tan larga. Mi instinto me decía que tenía que intentarlo, y lo que hacía tiempo que no usaba me decía que si no lo intentaba no tendría perdón, así que….

jueves, 2 de septiembre de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN.


CAPITULO 29: REINTEGRANDOME EN LO SOCIAL.

Después de una difícil navegación en un bote de lona pinchado y con un fuerte temporal en el mar de mis dudas, decidí asistir a la cena de empresa.
Pese a habérmelo planteado como plan seguro, las habladurías de la gente y el cambio de definición en relación a mi estado civil me habían hecho pensar que quizás había que darle un poco de curro a los reporteros de las revistas del corazón que allí se iban a dar cita disfrazados de compañeros.
Pero pasé de todos ellos, saque mi traje que guardaba perfectamente embalado en su funda, y mostrando la mejor sonrisa que tenía me marché al hotel de cinco estrellas donde cada año la empresa celebraba la navidad.
Creo que ya he dado pistas, por lo que sobra decir aunque lo hago, que la cena era de rigurosa etiqueta. Un punto en su contra, aunque quizás uno de los pocos.
Para la empresa, esa noche era muy especial. Aunque se llevaba todo el año tratando de tenernos lo más estresados posible, esa noche no escatimaba en lujo de detalles para hacernos pensar que quizás éramos para ella más especiales de lo que creíamos.
Cada trabajador estaba autorizado a acudir con su esposa o pareja. Con ello, pretendía dar un aire familiar al asunto, aunque por todos era comentado, que lo que querían era evitar desmadres que pudieran provocar problemas matrimoniales que sin duda afectarían al rendimiento del operario en cuestión.
Dispusieron mesas en las que nos sentamos con quien nos apeteció. Yo elegí sentarme junto con Antonio y su esposa, a los que encontré después de saludar más afectuoso que cualquier otro día a cada uno de los conocidos que me iba encontrando.
Aseguraron que me estaban buscando, y que dudaban de que acudiera puesto que el año anterior no lo hice.
Lo cierto, es que el año anterior mi relación con Susana estaba tan deteriorada que preferí no dar absolutamente nada que hablar a nadie.
Se mostraron agradables y divertidos. Antonio empeñado en todo momento que no faltara en mi copa ni una gota de un rioja que estaba realmente espectacular.
La comida fue estupenda, y aunque en el tradicional sorteo no fui agraciado con ninguno de los regalos que tan espléndidamente nos obsequiaban (en mi segundo año, me tocó una cámara digital Réflex valorada en mil cuatrocientos euros), lo cierto es que me conformó haber pasado desapercibido y no haberme planteado mucha gente la temida pregunta que podéis imaginar.
No solo eso, sino que algunas compañeras me habían piropeado. Me habían puesto tan gordo que casi no cabía en el traje.
Pero apenas comenzado el baile y los cubatas, decidí marcharme antes de que se me “calentara el piquito”. El ambiente invitaba, y aunque me bebí un Whisky empujado por un Antonio en plena euforia y que se resistía a aceptar mi decisión bajo ningún concepto, una vez apurado mi vaso me despedí de él y le desee que pasaran una buena noche.
-No te vayas Manuel- Me dijo muy serio.-Quiero que estés con nosotros esta noche. Si te quedas te invito mañana a desayunar chocolate con churros-.
-No insistas Antonio- Respondí poniendo mi mano derecha en su hombro.
-Yo quería agradecerte de alguna manera lo que hiciste por mí en la despedida, fuiste el único que no me dejó en la estacada- Dijo ahora poniéndose grave y poniendo cara de cordero degollado.
Hizo que me brotara una sonrisa tan bobalicona como espontanea. ¡Que buena gente era este Antonio!
-Si quieres agradecérmelo ve con ella y pásalo bien- Acerté a decir, y señalando a su Señora que bailaba junto con otras esposas, añadí.-No la conozco pero parece una buena chica, así que ya sabes. Además, los churros me dan ardentías-.
Así que aproveché las risas del comentario para darle la mano y marcharme tranquilamente. Colocándome de nuevo mi chaqueta y atravesando la puerta del Hotel en busca de uno de los taxis que nos ponía la empresa con una sensación muy placentera de persona realizada.
Más contento de lo que entré y con muy poquita cosa.