viernes, 31 de diciembre de 2010

FELIZ AÑO NUEVO


Parece mentira, pero un año más ha pasado frente a nosotros. Habrá sido fugaz para algunos,indiferente y puede que largo y tedioso para otros.
Lo que si es seguro, por lo menos para mi, ha sido enriquecedor.
De este pasado, poco se puede ya pedir pues se acaba sin remedio, así que para el que viene si que pido que sea como mínimo como este.
Y lo hago extensible a vosotros, que habéis estado aquí acompañando a este amante de la literatura, a la que intento meter mano de vez en cuando, y como tal hay veces que se deja y otras me da un guantazo, pero la mayor de las veces lo paso estupendamente.

Gracias por vuestras aportaciones, pues me ayudan mucho a comprender.
Feliz año a todos y gracias por vuestras visitas, ojala sigáis ahí mucho tiempo compartiendo conmigo vuestras opiniones y vuestros textos.

domingo, 19 de diciembre de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 38: FUERTE IMPRESIÓN.

Ciertamente, entre por aquella puerta arrepentido de haber sucumbido a la insistente cantinela de aquella chica. Estaba claro que no merecía ni agua, no solo me había insultado a grito pelado, si no que me resultaba de lo más ordinaria.
Al entrar, un poco a mi pesar, me vi en la obligación de retirarle el abrigo que cubría unos brazos que habían desnudado un traje de fiesta verde intenso, y que mostraban un escote y un juego de caderas que debo resaltar.
Lo dejé en el guarda-ropa, y juntos nos acercamos a un rincón de una barra con una decoración excesivamente navideña para mi gusto.
Tras pensarme mucho lo que quería beber, puesto que no me apetecía nada, decidí que era momento de evitar que aquello pareciera un secuestro, y borrar en la medida de lo posible, aquella apariencia de esquivo un poco ridícula. Además, porque aquella chica en todo momento trataba de agradarme, no se parecía en nada a aquella fiera de la despedida de soltera.
-Por cierto, me llamo Cristina-Dijo sonriendo después de haber reiterado su agradecimiento por la ayuda que le había prestado.
-No hay de que- Le respondí sin saber muy bien que añadir. Si ella hubiera imaginado las ganas de estrangularla que tenía cuando salto por la vía de tarifa con aquellos chicos, no estaría tan agradecida.
-Se que metí la pata aquella noche- Continúo con voz grave.-Mi hermana me contó que estabais siendo muy simpáticos con ella. De verdad, que os estuve buscando luego para disculparme, pero no os encontré.
Ahora comenzaba a gustarme la conversación. Mi orgullo se sentía más reparado que incluso cuando la mandé “al carajo” en el gimnasio.
-Se que algunas veces me dejo dominar por el genio, y así me va…- Continúo. Ahora si quise clavar mis ojos en ella, buscando regodearme en una tonta venganza. En realidad, tan tonta como absurda.-Entendí perfectamente tu reacción en el gimnasio, me lo merecía. Lo siento.
-Casi estropeaste aquella noche-Continué solemnemente, pero me quedé sin palabras cuando de aquellos brillantes ojos marinos comenzaron a resbalar unas pequeñas pero rápidas gotas que cayeron mejillas abajo mientras agachaba su cabeza.
-Oye, que no es para tanto- Le dije levantando levemente su cabeza.-Todo esto es una tontería, ya está todo aclarado y no hay nada que perdonar-Continué cortando el paso a una de esas lágrimas que resbalaban tibias por aquella carita triste.
Ahora el que me sentía mal era yo por haber llevado en extremo el enfado. Así que la ayudé a sentarse en un taburete alto y con la promesa de ambos de no hablar más del asunto, seguimos bebiendo y charlando de todo lo que se nos ocurría.
Esos rizos dorados me parecieron los de la hermana, aunque de distinto color. Quizás la veía más guapa. No sé porqué, pero ahora que comenzaba a conocerla, percibí una amabilidad en sus facciones, y bastante sencillez en sus palabras.
Lástima que nos dejemos a veces llevar por los malentendidos. Incluso me extrañó cuando me aseguro que no tenía novio. Quizás un par de horas antes no me hubiera ocurrido.
El ambiente no podía ser más sosegado, parejas y grupos de parejas se relacionaban sin estridencias, solo charlando y algunos bailando en sus rincones.
Se pasaron las horas volando y en vista de que mi noche de año nuevo habría acabado mucho antes, me sentí feliz por el logro de empezar haciendo algo nuevo, imprevisto, y en vista de cómo pudo acabar la defensa de la dama en apuros, arriesgado.
Cristina confesó, que quizás había confundido un poco el lugar donde sus amigas la esperaban, y que en vez de solucionarlo, se ofuscó en uno de sus terribles accesos de rabia, y echó a andar sin pensar en nada más que en” echarles mano al pescuezo”.
Todo aquello me pareció, quizás un giro del destino, que nos sacaba de nuestras dimensiones y nos unía en otra totalmente distinta.
Ya empezaba a estar un poco animado por el alcohol, me sentía muy bien con aquella bella neo-conocida, y encantado con la situación, cuando decidí aliviar la vejiga.
Baje del taburete con sumo cuidado, pues no quería empezar el año teatralmente, con una caída, y es que el condenado era bastante alto.
Una vez coordinados unos pasos tras otros, todo fue caminar seguro hasta el servicio que estaba al fondo del local, por un camino visible pero no marcado que se abría frente a mí.
De repente, todo se paró en una pausa de video VHS, con vetas de colores superpuestos como si el mencionado, tuviera solo un cabezal en vez de cuatro.
Unos cuantos metros frente a mí, con una bebida en la mano y un traje de fiesta color morado brillante que conocía muy bien y zapatos de tacón negro estaba Susana. Quieta, tan sorprendida por la situación como yo. Con un gesto triste en la cara y un aire de no saber qué hacer los próximos segundos.
Pese a ser solo unos instantes, en mi mente se agolparon los sentimientos. Las situaciones y las emociones. Me encontré en un punto en que no sabía si echar a correr o ir a felicitarle el año nuevo como si nada hubiera pasado.
Pero opté por lo primero, puesto que dos lágrimas me borraron su visión, reduciéndola a una silueta frente a mí.
Torcí hacia la puerta del local, dejándolo todo abandonado, perdiendo de nuevo el orgullo y huyendo hacia la cárcel, tal y como haría un preso absurdo.
Corrí hasta la casa, dándome los golpes que quizás me iban a dar aquellos macarras de antes y llorando como un niño. De nuevo perdido como el día de un año que paso.

lunes, 6 de diciembre de 2010

EL INVIERNO DEL CORAZÓN


CAPITULO 37: ¡HOSTIAS PEDRIN!

Acabada la cena, baje parsimonioso las escaleras del viejo edificio que fue mi hogar, impertérrito templo dedicado a los días pasados, a añoranzas futuras, a cosas que estaban por llegar. Esas mismas acciones lo transformaron poco a poco una vez se fueron cumpliendo, en reliquia del pasado, a la que mirar con alegría.
Valeria se quedaba a dormir allí aquella noche, por lo que nos echo casi a patadas para que no perdiéramos tiempo en recoger nada. Como siempre, se encargaría ella.
Mis hermanos corrieron a felicitar el año nuevo a sus suegros, alentados por la prisa lógica de sus parejas. Solo yo me despedí con tranquilidad, desposeído de esa obligación.
En la calle se movían grupos dispersos camino de sus fiestas o cotillones, algunos con gorros y matasuegras. Todos felices e incluso algunos bastante cargados pese a estar en los inicios de la fiesta.
No tenía nada preparado aquella noche pese a que tuve muchos ofrecimientos de fiestas privadas, cotillones e incluso una especie de guateque, pero decidí que quizás lo mejor era comenzar el año tranquilamente. Que una buena ración de cama era la pastilla que necesitaba aquel ataque de soledad que padecía.
Por lo que decidí dar un paseo hasta mi casa, era un tanto largo, pero tampoco tenía nada mejor que hacer. Me ajusté la bufanda y con mis manos hundidas en los bolsillos, inicié una caminata sin más compañía que el vaho que salía de mi helada nariz.
Se cruzaron conmigo muchos grupos distintos de gente, pero me traían tan sin cuidado sus alegres jolgorios, como sin duda a ellos mi solitario caminar.
De repente un hecho llamó mi atención. Justo delante de mí, una chica pasó rápida, con su cabeza mirando al suelo. Tras de ella venían cuatro chicos lanzándole piropos de esos que se escapan en la seguridad de una multitudinaria compañía y con cuatro copas de más.
Ella no quería volver su vista para no provocarlos más, y ellos seguían tras ella pero sin correr pese a lo rápido que movía sus piernas la chica. Tornando sus descarados e insustanciales piropos en frases insultantes y de mal gusto.
Sopesé un trecho la situación, y aunque soy enemigo de meterme en berenjenales, y mucho menos de que me den dos hostias, decidí que no podía dejarla en aquel apuro.
Apreté el paso, y buscando en mi mente algún nombre que le viniera bien a aquella chica, adelanté casi a la carrera a aquellos cuatro, que por arte de encantamiento, al pasar cerca de ellos, parecían haber crecido un metro cada uno, o yo encogido.
-¡Tita, que llevo toda la noche buscándote!- La llamé justo a su altura, pasándole el brazo por encima de su hombro y besándola en la cara rápida y decididamente.
La chica no dijo nada, solo me echo el brazo a la cintura y se apretó a mí. Su cuerpo temblaba y no era por el frio.
Los cuatro macarras, ya se habían hartado de la indiferencia que esta mostraba y la insultaban sin miramiento. Lo malo es que mi llegada, solo hizo que se crecieran aún más, contentos de haber encontrado un saco de boxeo con el que desahogar el desengaño de la chica, a la que dicho sea de paso, hubiera sido poco decoroso “zumbar”.
La tiritera de la chica había contagiado ya también mi cuerpo, y yo iba bien abrigado. Espero que no tenga que ir al dentista que es muy caro pensé, mientras paraba en seco mis pasos y los de la chica.
-¿A vosotros que os pasa?, ¿es que no sabéis beber?- Les dije mientras me volvía, agarrado al cuello de la chica como si me la hubieran puesto los reyes, y tan seguro de lo que hacía como de la “tunda” que me iban a dar.
-¡Y a ti que te importa, capullo!- Respondió uno muy mal encarado.- ¿Quién te ha dado vela en este entierro?- Continuo mientras los demás tomaban posiciones frente a nosotros.
-¿Y vosotros por que nos dejáis en paz, gilipollas?, no nos hemos metido con vosotros- Gritó a pleno pulmón aquella chica a la que yo creía incluso muerta ya, pero que resurgía cual Ave Fénix en el momento más inoportuno. ¡Ay oma! Pensé, de esta no me salva ni el algarrobo.
Me sorprendió tanto, que volví mis ojos hacia ella. ¡Sorpresa!, la de la despedida de soltera, y la misma que dejé con tres cuartas de boca en el gimnasio.
Ya decía yo que me sonaba el tono de ese “capullo” que había entonado. Y yo agarrado a ella como a una lapa, como si fuera mi amor del alma. Lo había arreglado todo la colega.
Como ya el que llevaba la voz cantante hizo ademán de abalanzarse sobre nosotros, aparte a un lado a la chica, no para pegarles, sino para que me pegaran solo a mí.
Adopté una guardia aprendida sin duda de uno de esos capítulos de Kung-fu que tanto me gustaron de pequeño, y cuando me las daban todas juntas, unos destellos azulados, y una pitada de sirena corta, nos dejó paralizados a todos.
-¿Algún problema?- Dijo el conductor de un coche de la Policía Nacional, que se acababa de convertir en mi héroe.
-Ninguno agente, estos amigos que no saben donde están las discotecas y les estamos indicando, pero ya se van- Dije nerviosamente, esperando que se fueran ellos antes que la policía.
Y así ocurrió, uno de ellos, me dio la mano y se marcharon, lentos pero aunque no iban muy convencidos del todo, decidieron que ya estaba bien de hacer el ganso y caminaron sin mirar atrás.
Tras darle unas muy agradecidas gracias a un agente que con un guiño demostró que había comprendido la situación, me vi de nuevo frente a aquella furia de la naturaleza.
No sabía que decirle, porque realmente si llego a saber que era ella lo mismo no me busco tal problema. Pero su cara de circunstancia me caló quizás un poco en el alma.
-Muchas gracias Manuel, no sé cómo darte las gracias-Dijo tras buscar un poco las palabras, y encendiendo de nuevo y poco a poco unos preciosos ojos azules que adornados por un maquillaje verde con tonos oscuros figuraban en una cara a la que decidí, innecesario cualquier adorno pese a nuestras diferencias.
-¿Cómo vas sola a estas horas un día como hoy?, te has arriesgado mucho. Le respondí con el corazón todavía palpitante por la aventura.
-En realidad había quedado con unas amigas, pero me han dejado tirada, así que me marchaba a mi casa- Respondió con cierto tono de resignación y arrancando de mi mente un “no me extraña” por el mal carácter que se gastaba.
-Bueno, que te vaya bien el resto de la noche. Pide un taxi y te ahorrarás muchos problemas- Le dije, convencido de haber hecho ya cuando había podido por ella.
-Tengo que hablar contigo. Sé que me porté mal contigo aquella noche y me gustaría pedirte perdón- Dijo agarrándome por un brazo, y provocando escusas inseguras que se diluyeron ante su insistencia.
Tomar una copa en un pub que está cerca de allí no era realmente lo que quería, pero me acordé de las palabras de Susana, y quizás escucharla era lo menos que debía hacer.
Como una vez convencido ya no había nada que hacer, caminamos juntos hasta el pub, Quizás también una copa me vendría bien para el susto.