jueves, 5 de abril de 2012

HILOS DE TIEMPO


HILOS DE TIEMPO.


Sentada en su silla, repetía su ritual después de cada comida. Como una pausada obligación impuesta por su gusto, Carmen llenaba sus días de paños de lana. Punto arriba, agujas largas y unos dedos mecánicos que con precisión maestra transformaba las madejas de lana en prendas de todo tipo.
Quizás la única licencia que permitía a su respeto por un padre muerto hacía unos diez años, y a una madre que la miraba ofendida cuando atisbaba cualquier intento de alivio de luto.
Haciendo punto se entretenía. Única labor pulcra que su madre no veía como una frivolidad fuera de todo tiempo y lugar, sobre todo con lo mal que lo estaban pasando.
Pero su búsqueda obsesiva del final de un jersey o una rebeca, solo constituía el principio de una nueva prenda.
Eladio siempre entraba callado. Tras tocar una sola vez la aldaba de la puerta, caminaba en dirección a la cocina, cruzando el fresco patio inundado de grandes macetas, frondosas, olorosas, de todos los colores. Un vergel que exuberaba los días de aquella casa.
-¿Da Vd. Su permiso, Doña Mercedes?-Pedía con respeto y observando con ojos suplicantes mientras sostenía su boina entre sus manos. Cumpliendo como cada día con la obertura de un ritual casi sagrado.
Solo se sentaba única y exclusivamente cuando Dª Mercedes se lo pedía expresamente en una silla de enea que cada tarde esperaba la llegada de Eladio tan solitaria casi como su dueña.
Carmen saludaba sin dejar de hacer punto, atenta a no perder puntada mientras Eladio le hablaba de lo divino y en absoluto de lo profano, ante la atenta mirada de su madre. Intentado buscar cada día algo interesante que hiciera de una vez levantar su vista más de dos veces de su labor. Abundando entre ellos no obstante, más silencios que voces.
Dª Mercedes había dado su consentimiento para que Eladio le hablara a su hija incluso antes de que ella hubiese apenas unas palabras con él. Severa paladina de la virtud de su hija, se sentía la guardiana inefable de su honra, pero sabía por la irremediable sapiencia que da la edad, que cada cosa tiene su tiempo, y su hija paseaba ya por el jardín de las casaderas.
Carmen mientras tanto, apenas levantaba la cabeza de la lana.
-Que tengan buenas noches, hasta mañana-Se despedía Eladio, deshaciendo el camino que lo había llevado hasta allí.
Pasaron los días, que se vistieron de meses, estos pasaron como años y Eladio seguía su romeria como cada tarde, empeñado en cortar aquella flor que adornaba su maceta. Ella no se pronunciaba ni contraria ni a favor. Solo interesada en acabar una nueva prenda, y tranquilamente sabedora que tenía a Eladio como un muñeco a su disposición.
Una tarde, Eladio decidió echar el resto. Espoleado por una afán asustado por la impaciencia, y por una dilación excesiva en el tiempo a su parecer. Y sobre todo por una Dª Mercedes que comenzaba a ver con malos ojos a una chica que debería estar casada hacia tiempo. ¿Qué iba a pensar la gente?
Incluso había decidido buscarse alguna ocupación el tiempo que venía Eladio, a fin de dejarlos solos. Quizás sin su presencia los sentimientos podrían aflorar más fácilmente.
Sin embargo daba pie a que pasara lo que no deseaba. Aunque en estos tiempos, quizás la honra de su hija ya fuera un mal menor.
-Carmen, tengo algo que pedirte-Dijo Eladio por fin una tarde, después del sufrido silencio que acompaña a la duda.
-Llevo mucho tiempo viniendo a verte. Me gustaría dar un paso más.
-¿A qué te refieres?-Contestó Carmen extrañada pero sin levantar la vista de su labor.
-Me gustaría que te casaras conmigo. Si tú quieres mañana comienzo todos los trámites. Tengo una casa a la vista que está muy cerca de la de tu madre, he ahorrado un dinero para comprar todos los muebles que tú veas necesarios. Dime que si por favor-Soltó de carrerilla antes trabar su lengua con los nervios. Un discurso estudiado que salía por su boca como un chorro de piedras por una tubería.
-Tengo que pensarlo-Respondió.
-Llevamos mucho tiempo conociéndonos, ya deberías saber si me quieres-Respondió Eladio lastimero, inequívocamente decepcionado.
-¿Mucho tiempo? ¿Qué es para ti mucho tiempo?, tenemos toda la vida por delante.
Eladio no dijo nada, y como todas las tardes se marchó para volver al día siguiente, con la esperanza de que fuera ese el que confirmaba la aceptación de su propuesta.
Pero Carmen no accedía. Y aunque su orgullo le impedía volver a formular la propia petición, pedía a los cielos que la consabida insistencia de una Dª Mercedes totalmente de su parte le ayudara en la empresa.
Los fríos siguieron a los calores, y los meses se marcharon juntos en estaciones; frías, templadas y calientes, y una tarde Eladio no fue a ver a Carmen.
Pensó que estaba indispuesto. No era normal, pues no había fallado en todos estos años, ni por trabajo ni por enfermedad. Pero solo fue la primera vez.
La silla de enea quiera en su sitio le esperaba, pero Eladio no venía.
Carmen respondió a una nueva regañina de su madre colocando sus lanas y labores en la silla. No le importaba que Eladio no viniera.
Pero la ausencia de Eladio comenzó a hacerse costumbre. Y aunque no quería reconocerlo a su ya anciana madre, una extraña sensación de ahogo venía a ella cuando llegaba la tarde y Eladio finalmente no llegaba.
Dª Mercedes murió, lo que obligó a vivir a Carmen unos años en la absoluta soledad de una casa grande donde tampoco había ningún familiar cercano. Hasta que llegaron los achaques de la edad, entonces decidió ingresar en una residencia de ancianos.
Sus días se llenaron entonces de enaguas negras y roetes de pelo blanco. Una tarde de verano, sentada al fresco de un árbol del jardín de la residencia, sintió en su duermevela que venía alguien a visitarla.
-Hola Carmen, soy Eladio. Me han dicho que estabas aquí-Dijo un anciano que apareció al abrir sus ojos y cuyo corte de cara había cambiado, pero no esa mirada que clavaba antaño anhelante de deseos.
-Eladio ¿Eres tú?-Preguntó excitada-¿Cuánto tiempo hace que te fuiste? Te eché de menos ¿Sabes?
-Yo también-Respondió mientras tomaba entre las suyas unas manos blancas, surcadas de venas azuladas. Como las lanas que usaba antaño.
-¿Ya no haces punto?-Le preguntó henchido de recuerdos, manteniendo viva en su mente la imagen serena de aquella belleza ante la que no tuvo más remedio que claudicar.
-No fui buena contigo. Te dejé marchar. Ahora lamento todo el tiempo que hemos perdido.
-Nada de eso Carmen-Respondió siempre esperanzado.-Tenemos todavía todo el resto de nuestra vida.

5 comentarios:

  1. Una bonita historia que a pesar de todo es mas común de lo que en principio se piensa

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  2. Espero que; que yo me llame Carmen, que mi madre se llame Mercedes, que me haya dado por hacer punto, y que llevemos media vida juntos y sin anillo no haya sido inspiración para este relato...¿verdad que no?.

    Independientemente de la musa, tu relato es precioso, con esa dulzura costumbrista a la que nos tienes acostumbrados (valga la redundancia). Solo espero que mi final no sea el mismo de la Carmen mojigata de tu relato.
    Muack.

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  3. No tienes nada que ver con ella cielo, tu eres más mojigata. Muchas gracias

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  4. Bueno, después de tan precioso relato, creo que anunciaréis la boda pronto, porque si no todos vamos a pensar que es biográfico

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  5. Me suena Carmen, Dª Mercedes, el punto... muchas cosas de este relato cuñaíto pero me tranquiliza pensar que dos corazones enamorados nunca tienen suficiente tiempo con una sola vida por delante como para dejarlo pasar sin atraparlo.

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me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.