lunes, 15 de junio de 2009

EL CONVENTO IV.


Casi arrollado por mis compañeros de vehículo, baje también del camión, y permanecí junto a él, observando cómo los soldados formaban raudos y veloces, y a su vez, los tres mandos se reunían y planeaban algo.
Una nueva voz de mando hizo que rompieran filas, y que un grupo de ellos se dirigieran junto con el sargento hacia la derecha, a un edificio de dos plantas, con un balcón central que cubría una ventana que permanecía cerrada a cal y canto, y en el que se hallaba un mástil que en alguna ocasión debió de portar una bandera., En la planta baja, había un gran portón de entrada, por el que entraron los soldados armas en ristre. Era el ayuntamiento de aquel pequeño pueblo, y no mucho después salieron de nuevo los soldados con un par de civiles.
Se reunieron con el Capitán, que les entregó un acta de capitulación, y una lista de personas que entendí como sospechosas de ser contrarias al movimiento.
Saqué la cámara de mi mochila, y la preparé para constatar los hechos que sabía se iban a producir en poco tiempo. Pero no iba a poder trabajar mucho allí, el Capitán Espinosa me había estado observando, y mando a uno de sus soldados a que me diera un “paseíto” por el pueblo, no quería testigos de lo que pretendían hacer.
Pero sabía que era inútil resistirme, y que si quería que ellos me llevaran al frente, lo mejor era no plantear muchos problemas, y menos de principio.
Así que seguí al soldado sin mirar siquiera hacia atrás, saliendo de la plaza, y bajando por unas callejuelas que nos llevaron casi hasta la salida del pueblo. Allí calmé mi sed en una pequeña fuente que manaba un chorro de agua fría como el hielo, y que me sentó de maravilla.
Mientras estaba deleitándome con el sabor frio del agua, una mano me toco la espalda. Creí que se trataba del soldado Regular, que no me hablaba si no con gestos, pues le costaba hablar español al condenado, y creo que ni lo intentaba. Tampoco yo sabía nada de árabe.
Pero para mi sorpresa, se trataba de otra persona, un hombre alto y moreno, que vestía ropas parecidas a un uniforme, y llevaba al hombro una cámara, bastante parecida a la mía.
-Hola chico. ¿Hace mucho que habéis llegado?- Me dijo aquel personaje, después de quitarse un puro de la boca, y atusándose su abundante flequillo negro.
Por su acento, se adivinaba que no era español, aunque sus pobladas cejas y el negro azabache de su pelo podría haberlo hecho pasar por un español cualquiera.
Le di la mano y me presenté, al igual que yo, era corresponsal. Se presentó como Andrei Friedmann, y me comentó que se dirigía a Cerro Muriano, donde sabía que se producirían importantes combates, y que su novia lo acompañaba. Se había quedado fotografiando algunas casas que habían quemado los republicanos antes de huir. Tuvimos un buen rato de charla, incluso me comentó que mis compañeros de viaje, eran una columna de limpieza, que ya los había visto antes, y que estos se dedicaban a hacer sacas y que no dejaban ningún elemento de izquierdas o sospechoso de serlo. Por lo visto, las fuerzas vivas de los pueblos, incluso tenían preparadas listas de personas non gratas.
Tuvimos un rato de buena charla, pues Andrei era muy amigable, me parecía admirable ver cómo pese a estar en un país extranjero y sumido en una guerra, no parecía importarle lo más mínimo, y que no abandonaba ni un momento su sonrisa.
Pero finalmente, tuvimos que despedirnos, todavía me parece que lo estoy viendo caminar por aquella estrecha callejuela, con su cámara al hombro, y dándole una nueva calada a su puro, en busca de su pareja.
Una vez acabada la guerra, traté de informarme de la suerte de aquel momentáneo compañero. Volví a encontrármelo en la Universidad de Nueva York, en una charla.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando me enteré que aunque me dijo su nombre real, firmaba sus obras con el sobrenombre de Robert Capa.
La cara de Ramón Malavert, no cambio ni un ápice su gesto de sincero interés por la historia que contaba el Señor Smith, pero la sorpresa creía que produciría al desvelar la identidad de su compañero de profesión, no se produjo, Ramón no lo conocía.
-Una vez mis compañeros de viaje hubieron terminado su trabajo aquel día,- Continuó con su relato el viejo corresponsal.- Abandonamos el pueblo con la misma presteza con la que llegamos.
Tuvimos la misma rutina durante cuatro días más, “limpiando” pueblos que apenas podía fotografiar. Me estaba empezando ya a hartar de tanta censura, y ya tenía ganas de estar cerca del frente, al fin y al cabo debía justificar mi sueldo.
El sexto día, llegamos a un pueblo que había ofrecido una dura resistencia, pese a tener un destacamento de la Guardia Civil bastante importante.
Buscamos un lugar para acampar aquella noche, y se nos ofreció un lugar que se encontraba en un cerro bastante escarpado que dominaba todo el valle. El Capitán lo consideró adecuado, pues a estas alturas del camino, agradecía estar tras unos muros.
Así que pusimos rumbo a nuestra hospedería de aquel día, Un convento.

2 comentarios:

  1. Esto va tomando cuerpo, al fin aparece el convento; ¿qué sorpresas nos deparará?
    Bonito detalle el de incluir a un personaje ilustre como Capa; también se le podía haber sacado más jugo, pero tú eres el que manda.
    Esperemos a ver.

    Saludos.
    Pd.: Aún estoy eructando cordero.

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  2. jajajajajaja seguro que Pedro estuvo comiendo con mi prima, si es que...
    Vas mejorando Daniel Sam, al final lo de mi hermana es contagioso, un abrazo

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me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.