domingo, 28 de junio de 2009

EL CONVENTO V.



Empezó a caer la noche cuando los camiones entraron por la puerta de aquel antiguo convento, habíamos subido una escarpada carretera en bastante mal estado, y que había puesto a prueba tanto los amortiguadores de los camiones, como nuestros culos, que no pararon de botar con tanto bache y socabón.
Tengo que reconocer que yo también sentí cierto alivio cuando vi como se cerraban aquellos grandes portones tras nosotros. El frente estaba cada vez más cercano, así que pronto estaría haciendo fotos en primera línea como estaba previsto. Hasta entonces, solo había podido fotografiar pueblos, y restos de las escaramuzas que habían acontecido en ellos, siempre bajo la supervisión de alguno de aquellos soldados, que silenciosos vigilaban mis pasos, siempre tratando de que no estuviera cerca del grueso de la tropa en su deleznable trabajo cotidiano.
En un abrir y cerrar de ojos, los soldados formaron en aquel amplio patio, oscuro como un pozo. Solamente la lóbrega luz de un par de antorchas y las los faros de los camiones permitían ver algo allí. Me puse a observar a mi alrededor y pude apreciar la magnitud de aquellos edificios, mientras la luna llena casi rozaba la enorme cruz que se hallaba en lo más alto de la torre de la iglesia que se hallaba justo frente a mi.
Ante mi se presentaron siluetas de estatuas, ángeles, santos y mucho adorno de piedra, enseguida pensé que al día siguiente tendría material para varias fotos, y podría contemplarlo todo mucho mejor.
Mientras sus soldados permanecían agrupados en el mismo sitio donde habían formado, aunque ya a su discreción. El Capitán Espinosa, el Sargento y el Cabo charlaban animadamente, quizás la causa podría ser, que el alcalde de aquel pueblo les había prometido que esa noche tendrían una buena cena.
De pronto una puerta se abrió al fondo, dejando escapar una tenue luz, que acaparó la atención de todos los que estábamos en aquel frío patio. Una figura oscura salió por ella, y se encaminó con pasos cansinos hacia el Capitán. Se trataba de un sacerdote, que con una pequeña lámpara de aceite nos dejaba ver su semblante.
Saludo a los tres militares con gestos ostentosos, y dándoles la mano tan empalagosamente que si no fuera por la opípara cena que les esperaban, hubieran apartado de un empujón a aquel ceboso clérigo que seguía repitiendo una y otra vez el honor que les hacían por estar en tamaño recinto sagrado.
Resolvieron que los soldados dormirían aquella noche en el mismo patio, agrupados junto a los camiones, menos un par de ellos que estarían de guardia en una pequeña torre que dominaba la entrada al convento y el patio a la vez.
Una vez me hubieron presentado a aquel rechoncho personaje, caminamos juntos hacia la puerta por la que había salido el religioso, recibiendo repetidos golpes en la espalda de aquel personajes, y que aparte, no dejaba de hablar en ningún momento. Esta llevaba a una sala bien iluminada, y donde había dispuesta una gran mesa de madera, adornada por unas jarras y unos platos vacíos. Unos deliciosos olores reinaban en aquel cuarto, olores que ya casi había olvidado que existieran. Teniendo en cuenta que la comida del Barco era pura bazofia también, ya había perdido la cuenta de cuando había saboreado una buena comida.
Dos chicos que apenas pasarían los quince años, se hallaban de pie, con sus manos a la espalda, junto a una ventana rotatoria de madera color marrón.
El sacerdote, nos invitó con efusividad a que tomáramos asiento, viendo el rojo brillante de su cara, me pareció que el hacía tiempo que había ya comenzado su cena.
Tal y como esperábamos, la cena fue maravillosa, los dos chicos no paraban de traer platos de comida, y se dividían entre nosotros y los soldados de afuera con un gran sentido del orden, y sin dirigirse apenas unas pocas palabras.
Cordero al horno, pollo asado, jugosas patatas fritas bien doradas, cabrito, y mucho vino, fueron saliendo de aquella ventana giratoria, y recogidas por alguno de los dos chavales, que nos lo servía sin dilación alguna.
El padre Cirilo, que así se llamaba aquel cura, nos contó que habían tenido un intento de asalto por parte de los republicanos, y que habían podido reprimir gracias a unos cuantos beatos, y al destacamento de la Guardia Civil que secundó el movimiento y se atrinchero allí.
Ahora pude comprender que toda su generosidad provenía del miedo. Estaba claro a que bando apoyaba la iglesia.

3 comentarios:

  1. Estaba y está claro. Muy bien danielo, esto va lento pero seguro, vas a sacar material para un libro enterito.

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  2. De acuerdo con Carmen; esto marcha muy bien, ya va pasando de relato largo a libro corto. Las descripciones son buenas, consiguen meter al lector en ambiente, y vas dejando bien clara tu postura moral y filosófica. También es un buen detalle.
    Sigue así.
    Saludos.

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  3. Hola Dani! te escribo para contarte que te sucedo el premio " Blog de Oro " , que he recibido.
    Pasa por mi blog a " recibirlo".
    Las pautas de tal distincion son nombrar de mano de quien se ha recibido y sucederlo a 10 blogs que elijas.

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me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.