domingo, 19 de julio de 2009

EL CONVENTO VII.


Tras darle las buenas noches al cura, decidimos los tres subir a nuestros cuartos. El padre Cirilo no había acabado tan mal como el militar, pero no obstante también llevaba una cogorza digna de mención, que no le permitía andar medio en condiciones. Si se comía el cuerpo de Cristo como se bebía su sangre, no tardaría mucho en reventar aquel rechoncho clérigo.
Pensé que sería mejor si seguía de cerca a mis dos compañeros, pues ellos ya habían recorrido el mismo camino para llevar al Capitán a su habitación. Reinaba en aquel lugar un silencio absoluto, frio y acogedor al mismo tiempo, roto inevitablemente por el ruido de las pisadas de nuestras botas.
Una luz tenue y coloreada rompió la oscuridad que nos acompañó hasta el momento, al terminar de subir los últimos escalones, pudimos contemplar una enorme vidriera, motivo por la cual la luz de la luna nos regalaba un rosario de luces ocres, amarillas y azuladas.
En su centro se encontraba un Cristo que posaba sus manos sobre la cabeza de una figura tunicada, que permanecía de rodillas, recibiendo el perdón del Mesías. De su cabeza brotaba un haz de luz que con cuatro líneas rectas cruzaba la vidriera. En la noche parecía como si estuviéramos viendo una imagen etérea.
Escogí la celda que dejaron libres mis compañeros. Realmente no importaba cualquiera, pues eran iguales, y al lado de los suelos fríos que había estado soportando hasta ahora, me iba a parecer la gloria.
Con un leve vistazo completé una visión total de aquella habitación, tan fría como minimalista en su decoración, al fondo a la izquierda, un pequeño catre coronado por un pequeño crucifijo que colgaba en la pared, fue lo primero que vieron mis ya cansados ojos por el sueño. Justo a su lado una pequeña mesita de noche era el sostén de una Lucerna que apagada esperaba el justo momento para ser utilizada. A la derecha, un perchero vacío completaba la escasa decoración existente.
Decidí que ya era hora de dormir, pues el sueño me envolvía cada vez con más fuerza con su manto aterciopelado, así que cerré la puerta y me acosté. No tuve más que arremolinarme en la cama una vez para que me quedara profundamente dormido.
En esta parte de su narración, el Señor Smith se puso muy serio, y miró directamente a los ojos de Ramón Malavert.
-Ahora escuche atentamente, pues necesito que preste especial atención a esta parte de la historia. Pues es lo que quiero que Vd. investigue si así lo decide.

2 comentarios:

  1. Y seguro que ahora empieza lo bueno de verdad (sin desmerecer lo anterior).
    Espero con impaciencia.

    Un abrazo.

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  2. Escribes con tanto detalle que puedo teletransportarme a tu historia, y cuando empiezo a acomodarme me echas de una patada con la llegada del final...esto no se hace, leñes. Pupita a mi, no.

    Besititos.

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me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.