sábado, 26 de septiembre de 2009

LA DOTE.



Año 1009 Cora de Sidonia.



El trote imparable de los caballos de la impaciencia pasó levantando una gran nube de polvo en su mente, y aunque todavía quedaba mucho para que el sol comenzara a trepar por los montes de la sierra en su camino diario, decidió levantarse y dar un paseo por las murallas del Alcázar.
Todos los soldados con los que cruzaba su camino, lo saludaban entre respetuosos y sorprendidos, quizás no entendían como el mismísimo hijo del sultán Al-Hakam II andaba tan temprano compartiendo la miseria diaria de sus vidas.
Karim Hakan había llegado a la Medina hacía dos días, pretendía ponerse al frente de los preparativos de su inminente boda, pero al encontrar todos los cabos más que atados, solo le restaba esperar impaciente a que llegara su futura esposa.
Paró sus pasos a la vista del Castillo de la estrella, se apoyó en la muralla y contempló sereno como las sombras que lo rodeaban comenzaban a mitigarse, y aunque pequeño, se levantaba majestuoso, evocándole nítidamente el recuerdo de la primera vez que vio a Jasmina, Su padre el supervisor del visir llegaba de visita junto con su familia, y un rayo de luz pareció iluminar la cara de su hija, cegando desde entonces la mirada y el pensamiento de Karim.
La salida del sol rompió la ensoñación del hijo del Sultán, trayendo de su mano una ligera sensación de alegría, pronto llegarían la anunciada caravana que traía desde Granada a su amada que volvía de despedirse de su familia.
Cuando por fin se decidió a bajar a rezar sus oraciones, su padre ya estaba de rodillas, enfrascado en una profunda meditación, recitando en voz baja unos versículos.
-Bismillah ir-Rahman ir-Rahim. Dijo Karim comenzando con su oración, sincronizándola con su padre.
Pero no podía concentrarse en la oración, por lo que levantó sus rodillas, deseoso de transmitir a su padre su intranquilidad. Este le reprendió pero la sonrisa que se dibujaba en su boca, dejaba a las claras que comprendía la impaciencia de su hijo.
-Mande emisarios a su encuentro padre, no puedo soportar más la espera. Solicitó desesperadamente Karim, recordándole a su padre sus tiempos de niño, cuando quería montar a caballo a toda costa e imploraba lastimoso.
-No te preocupes hijo, ya tienen que estar al llegar, no obstante mandare un par de emisarios para que te quedes más tranquilo. Le dijo, pasando el brazo por el hombro de su hijo, caminando hacia el patio de armas a pasar la revista a la guardia.
Estaba deseando ver entrar por el arco del sol la comitiva de su amada, el fragante olor de las plantas que colmaban los arriates volvía a traer a su mente los recuerdos de la primera vez que probó el sabor de sus labios, estaban allí sentados en el pequeño jardín del árbol, el frescor del agua de la pequeña fuente, y el murmullo del agua eran su única compañía. Se juró que ese día lo convertiría en eterno.
Por fin divisó desde la torre una nube de polvo. No podía ser otra que su amada, bajó corriendo a avisar a su padre, que tranquilamente sentado, repasaba un libro de cuentas.
Se alegro de ver llegar a su hijo radiante de felicidad, así que decidió que era momento de darle el regalo de bodas que tenía preparado para él. Doscientas monedas de plata en una bolsa, con la que pagaría el precio que el padre de Jasmina había fijado para su hija.
Karim besó a su padre emocionado, subiendo a toda prisa al caballo que le esperaba en el patio, y que llevaba preparado toda la mañana y salió disparado hacia la puerta del Sol.
Cuando se abrió la puerta, descubrió que los que venían eran los emisarios que había mandado su padre. El más viejo de los dos, caminó cabizbajo hasta el hijo del Sultán, puso su mano en el pecho y le informó que la caravana había sido atacada en la sierra por unos rebeldes, solo habían encontrado cadáveres, incluidos los de su prometida y su padre.
Una nube blanca espesa rodeo por un momento todo a su alrededor, el golpe era tan fuerte, que sintió como la realidad se rompía en mil pedazos, que dejaban al descubierto un hueco por el que caía a toda velocidad.
Subió nuevamente al caballo con la misma velocidad como las lágrimas surcaban su rostro para perderse en su oscura barba juvenil, con tanta rapidez como se había dado cuenta de que su mundo se había perdido para siempre.
Subió veloz a la torre más alta de la alcazaba, lanzó su turbante al viento y acto seguido se arrojó al vacío.
Su padre lo encontró horas más tarde, en una de sus manos aferraba la bolsa de las monedas, y en la otra el pañuelo que le había dado su Jasmina.
Callado y con el alma vacía, le retiró la bolsa de las monedas de su aún caliente mano, y solitario se dirigió hasta el pozo vacio que se encontraba en la torre del oeste. Tratando de evitar las lagrimas, lanzó por su pequeña abertura la bolsa de las monedas, al tiempo que decía en voz baja: Bismillah ir-Rahman ir-Rahim ("En el nombre de Dios, el más Misericordioso, el Compasivo").

3 comentarios:

  1. Desde luego que a partir de leer tu historia, el hallazgo de las monedas en Medina va a tener otro tinte simbólico, y dificil será desvincularlo de la triste hitoria de Karim.
    Te estás superando por día, ya te lo he dicho. Un besito.

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  2. Hermosísimo relato, a pesar de su tristeza. Como dice Carmen, te estás superando a pasos agigantados.
    Ya estoy deseando leer el desenlace de "El convento".

    Un abrazo.

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me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.