viernes, 14 de agosto de 2009

EL CONVENTO IX.


Una vez superé la primera fase de la parálisis que me invadía, decidí que lo mejor era volver a la cama y meter la cabeza bajo las mantas, pero aquella ligera brisa comenzó a rodear mi cuerpo, subiendo y bajando las mangas de mi camisa.
Creo que entonces comenzó la segunda parte, pues solo podía observar aquel fenómeno que subía de intensidad y de decibelios impotente. Parecía como si algo estuviera jugando conmigo, sentía como si muchas manos me tocaran la cara, toques sutiles y menudos, que tiraban de mis orejas, de mi entonces abundante pelo, e incluso movían mi nariz de arriba abajo, como si asintiera por voluntad propia. La verdad, quería llorar, echar a correr y escapar de aquella situación, pero el miedo había puesto dos bloques de plomo a mis pies.
Observé aterrado como la puerta de la habitación que ocupaba, comenzó a moverse, unos movimientos muy rápidos de apertura y cierre, que finalmente hicieron que se cerrara dando un buen golpe, a estas alturas, creo que ya no quedaba un solo pelo de mi cuerpo sin erizar.
Al mismo tiempo cerré asustado los ojos que desorbitados permanecían esperando el fin de aquella pesadilla.
Como si hubiera hecho gracia aquella reacción, las risas subieron de tono, y la puerta se abrió de nuevo, dando paso otra vez a aquella danza rápida y rítmica, pero ahora ya no solo la de mi cuarto, también se abrían todas las que flanqueaban aquel oscuro pasillo, mientras las risas continuaban, cual burlona comparsa.
El Sargento y el Cabo salieron alarmados de sus habitaciones, a tiempo de observar petrificados como se encendían y apagaban las velas que en unas bases de madera y a media altura con respecto al suelo. Y de las que no me había percatado, pues no las usamos cuando llegamos.
La velocidad de los portazos se hizo cada vez mayor, y las risas más fuertes, cuando de repente una de las puertas se abrió totalmente, con un golpe duro y seco.
Por ella salió el Capitán, pistola en mano, y aun con evidentes signos de no haberse recuperado de su borrachera.
Empezó a gritar, pidiendo explicación de la causa del alboroto, amenazando con un duro castigo al culpable.
Como por arte de magia, todas las puertas pararon su baile, las velas quedaron encendidas, y el silencio volvió a inundar todo aquel lugar.
No sería capaz de precisar cuánto duró aquel momento de tranquilidad, solo sé que el frio se volvió a apoderar más duramente de aquel lugar, y de nuevo las puertas comenzaron a moverse, primero suaves y cadenciosas, luego fuertes y violentas.
El Capitán miraba a todos lados sin asimilar que estaba ocurriendo, cuando las risas volvieron a sonar nítidas y burlonas, como si formáramos parte de su juego. La Capa del Capitán, comenzó a moverse, parecía que una ráfaga de aire hubiera entrado en aquel pasillo, y la cara del Capitán pasó de la ira, a la más absoluta sorpresa. Con fuertes manotazos, trataba de hacer que su capa volviera a su estado natural, pero no lo conseguía, y las risas se hacían más altas ante tan cómica situación.
Pero le aseguro que aquel Capitán no sentía el miedo atroz que nos había paralizado a nosotros, quizás por su bravura o por el estado de embriaguez que todavía sufría. Lejos de asustarse, volvió a gritar preso de una ira ciega. Dispuesto a acabar de una vez con aquella broma, saco su pistola, y apuntando a todos lados exigió el fin de aquellas risas y de aquella burla, amenazando con mandar al infierno al responsable.
Como si hubiera tocado alguna tecla o resorte, se silenciaron las voces, y la capa, que hasta ahora levitaba en el aire, se rigió de nuevo por las leyes normales de la gravedad, volviendo a su estado originario.
Ahora, fue en la cara del Capitán Espinosa donde apareció una leve sonrisa de victoria, tan fugaz como un espejismo, pues sin saber de dónde ni de quien, dos bofetadas cruzaron la cara del oficial, haciéndolo tambalear, y casi perder el equilibrio.
La imagen de aquel hombre, era de pura ira, dio un grito de rabia, y empuñando su pistola, comenzó a disparar a todos lados sin ninguna contemplación. Ni que decir tiene, que tuvimos que hacer cuerpo a tierra, y allí en el suelo y con los oídos tapados por el estruendo, pude ver como apuntaba a la figura que estaba en la vidriera.
Sin pensárselo dos veces disparo contra ella. Y pude ver claramente, desde mi posición en el suelo, como los cristales de la misma se hacían añicos de diversos tamaños, pero que en vez de caer en el suelo, se quedaron unos segundos levitando en el aire, como estrellas inmóviles en una noche. Pero luego y con un zumbido más parecido al ruido de una vibración, salían volando por los aires, atravesando aquel pasillo, y la mayoría de ellos clavándose en el pobre Capitán, que caía de espaldas, presa de fuertes convulsiones.

1 comentario:

  1. Como en los mejores libros de Stephen King, cuando empieza la aterradora acción parece que se para el tiempo y eres incapaz de apartar la vista de las letras impresas.
    Espero que no tardes en continuar la historia.

    Saludos.

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me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.