domingo, 3 de abril de 2011

NADA QUE HACER.


A mi mujer no le gusta que le fastidie sus estrategias. Nerviosa aunque tranquila, lanza furibundas e inquisitivas miradas. Fugaces, destructivas, de esas que no hace falta que diga nada para saber exactamente qué es lo que piensa.
Todas en dirección al sofá donde permanezco sentado desde que acabé de emperifollarme. Aun rezumando aromas de perfume, con una raya al lado milimétricamente trazada en mi cabello y con mi mejor traje de los domingos.
La observo mientras los niños juegan despreocupados a su alrededor, bulliciosos y alegres, cumpliendo con creces en su propósito de alborotar con su juego del corre que te pillo. Pero intolerablemente desarreglados.
Suena entonces el teléfono, más triste que otros días, con un timbre casi lloroso.
- No vamos a poder ir a su casa- Dice a mi madre a través del auricular, sin dejar de mirarme ni un momento.- Mis hijos están repentinamente enfermos.
Y pienso entonces silencioso, pobre mama, otra batalla que perdemos.

3 comentarios:

  1. Las batallas domésticas dan para mucha guerra. Ya le vas cogiendo el tranquillo también a los relatos cortos: mucho dicho en poco escrito.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Vuelvo de vacaciones y veo que casi me pierdo ujn corto tuyo, pero lo rescaté y...valía la pena, vaya que si lo valía. Pero ¿como sabes tu de esas guerras maritales?

    ResponderEliminar

me encanta que me orienten. Tu opinión es muy valida para mi.